Bomba de relojería
El comercio de la basura tóxica y electrónica sigue siendo un lucrativo negocio para mal de los países en vías de desarrollo. La pobreza lo sostiene
Por MARÍA VICTORIA VALDÉS RODDA
Revista cubana www.bohemia.cu
La acción irresponsable de los seres humanos contamina anualmente el lecho marino con ocho millones de toneladas de basura, equivalente al peso de 800 torres Eiffel. Esta circunstancia agrava aún más el gradual deterioro de la vida. Existe además otra amenaza para nada trivial, asociada a una supuesta superioridad la cual justifica, por ejemplo, que Europa y Estados Unidos “exporten” hacia el Tercer Mundo 50 millones de toneladas de residuos tóxicos.
La propia Agencia Europea del Medio Ambiente ha certificado que la Unión Europea (UE) elimina 7.4 millones de toneladas anuales de equipos electrónicos inservibles. Desde el puerto holandés de Rotterdam salen millones de contenedores de todo el continente. Sólo el tres por ciento es revisado para detectar la exportación de supuesta chatarra. La UE prevé deshacerse, para el 2020, de 14.8 millones de toneladas de este tipo de basura. ¿A dónde va?
Y a pesar de que el tema ha sido largamente discutido en distintas instancias de las Naciones Unidas, esta sigue llegando hasta los eslabones más débiles de la cadena del orden mundial, en un tráfico ilegal similar al de la droga. Ahora, si bien es cierto que respiramos un mismo oxígeno y que estamos circunvalados por las mismas aguas, la pobreza incrementa los efectos nocivos de los desechos en la salud humana y animal.
A muchos habitantes de Ghana no les queda más remedio que hurgar de manera permanente y como forma de subsistencia, en las 215 mil toneladas de residuos tecnológicos -dígase computadoras y sus partes- que llegan procedentes de Estados Unidos, Australia y hasta de Europa del Este. Informes de la ONU denuncian que esto contraviene la Convención de Basilea, en vigor desde 1992, la cual restringe los movimientos transfronterizos de los desechos. Pero la doble moral mueve los hilos de un comercio que abarata las operaciones del reciclaje, al ser más productivo deshacerse de lo inconveniente en algún remoto puerto africano, e incluso a veces es aprovechada la circunstancia de la guerra para pasar inadvertido.
Pero esos riesgos no los detienen; necesitan de los tres o cinco dólares diarios que puedan conseguir para sus familias a partir de la venta de lo hallado. La perspectiva no parece halagüeña. Tres décadas después de que los países más ricos del orbe acordaran asistir con el 0.7 por ciento de su producto interno bruto (PIB) a las naciones en vías de desarrollo, ese objetivo permanece pendiente.
En el puerto de Karachi en Pakistán, unas 20 mil personas separan manualmente la chatarra que proviene de los emiratos árabes del golfo Arábigo Pérsico, de Europa y de Singapur, paraísos tecnológicos que evitan cargar con el costo de crear plantas de reciclaje ecológico. Los niños y las niñas también participan en estas actividades quedando expuestos al plomo, al mercurio, al cadmio, al cromo, al selenio, y además al azufre y al litio, todas sustancias provenientes de las baterías. La Unicef reveló en 2016 que uno de cada siete infantes del sudeste asiático, Oriente Medio y África vive expuesto a cualquier tipo de tóxicos. Allí se han medido los niveles más elevados de polución del aire, de hasta seis veces por encima de los parámetros aceptados internacionalmente.
Lo más triste de todo es que muchos de estos artefactos entran a los países del Tercer Mundo a través de supuestas caritativas organizaciones no gubernamentales, las que “donan” computadoras y televisores incluso para las escuelas. Después de un tiempo breve de utilización, los equipos demuestran su obsolescencia, por lo que pasan a formar parte de los ya mencionados mercados paralelos de “reciclaje”, una especie de bomba de relojería que compromete la calidad de vida de esas naciones y por derivación a todos.
Otro caso emblemático tiene que ver con el conocido doble rasero del “coloso del Norte”. Estados Unidos, que no es signatario de la Convención de Basilea, es en cambio una de las plazas más desarrolladas tecnológicamente. De acuerdo con la Agencia de Medio Ambiente estadounidense, su país elimina 40 millones de computadoras cada año. Las estadísticas confirman que el 80 por ciento de esa basura electrónica es enviada de contrabando a Taiwán, Tailandia y a China a través del puerto de Hong Kong. Una vez en tierra firme se traslada a Guiyu en el sur chino, donde se encuentra un centro de reciclaje informal que se ocupa de la propia basura nacional, ya de por si enorme. Si a eso se le añade el “regalo” norteño, el peligro por supuesto se incrementa.
Mientras que en 2015 el operativo policial Deméter, coordinado por la Organización Mundial de Aduanas, requisó 30 mil toneladas de basura tóxica en 57 registros en países europeos antes de que fuese embarcada con destino a África, China y del sur de Asia. El litoral de Somalia, no ha tenido tanta suerte. Aún hoy, centenares de toneles con basura atómica e industrial son dejados clandestinamente por navíos provenientes de países ricos. A pesar de que se carecen de evidencias científicas se estima que ello pudiera causar malformaciones y el cáncer del 40 por ciento de la población.
El seguimiento de este crimen es complejo pues en la culta Europa, muchas mafias se benefician del lucrativo negocio. En Italia, por citar un caso, se especula que hay 190 “familias” involucradas, que extienden sus tentáculos al resto del mundo, a través de Albania, Bulgaria, Eslovaquia y Rusia. Aceptan cualquier “encargo”: restos de siderúrgicas y centrales térmicas, polvo de aluminio, amianto, metales pesados, baterías, neumáticos, plomo, teléfonos móviles, frigoríficos, PVC, y hasta excrementos ganaderos. Según Pierluigi Viana, responsable de la Comisión Nacional Antimafia, la basura le proporciona el 13 por ciento de los ingresos a estos “clanes”.
En la actualidad, y atendiendo a informaciones de la Europol, el tráfico ilegal de residuos tóxicos sigue en alza con igual destino: África y Asia. Y aunque Italia aprobó una ley que castiga hasta con 15 años de prisión esta modalidad de delito, todavía la legislación a nivel europeo esta inacabada y la que hay es inconexa. Por eso si la sociedad civil se calla se vuelve cómplice.
Los pioneros occidentales en denunciar las vulnerabilidades de los pueblos pobres frente a este flagelo, fueron un grupo de reporteros españoles, quienes, guiados por Paul Moreira, produjeron el documental Toxic Somalia (2011). Este ejercicio de periodismo investigativo les sugirió vínculos con algunos altos funcionarios en varios de los países industrializados. El documental remite a marzo de 1994 en momentos en que las tropas yanquis e italianas dejaban esa nación del Cuerno africano, pero en contubernio con los “señores de la Guerra” ya habían dejado “amarrado” todo el negocio de la transportación de residuos tóxicos.
Este tipo de historias han sido corroboradas por varios testimonios. Uno corresponde al de Gianpiero Serví, un extraficante arrepentido, testigo de ese ilegal negocio. En uno de sus muchos viajes llevó basura nuclear al puerto de Puerto Príncipe, capital de Haití. Todo este cuadro descrito evidencia que se necesita de un mayor esfuerzo internacional que ponga fin al comercio no regulado de todos los tipos de desechos.
Los teólogos de la liberación Leonardo Boff y Frei Betto, ambos brasileños, claman hacia un cambio de paradigmas. El imperativo del capital y las leyes del mercado no pueden ganar la pelea. Un rico no puede seguir valiendo más que un pobre a tal punto que se sienta con el privilegio de “echarle” su basura encima.
Revista cubana www.bohemia.cu
La acción irresponsable de los seres humanos contamina anualmente el lecho marino con ocho millones de toneladas de basura, equivalente al peso de 800 torres Eiffel. Esta circunstancia agrava aún más el gradual deterioro de la vida. Existe además otra amenaza para nada trivial, asociada a una supuesta superioridad la cual justifica, por ejemplo, que Europa y Estados Unidos “exporten” hacia el Tercer Mundo 50 millones de toneladas de residuos tóxicos.
La propia Agencia Europea del Medio Ambiente ha certificado que la Unión Europea (UE) elimina 7.4 millones de toneladas anuales de equipos electrónicos inservibles. Desde el puerto holandés de Rotterdam salen millones de contenedores de todo el continente. Sólo el tres por ciento es revisado para detectar la exportación de supuesta chatarra. La UE prevé deshacerse, para el 2020, de 14.8 millones de toneladas de este tipo de basura. ¿A dónde va?
la pobreza incrementa los efectos nocivos de los desechos en la salud humana y animal
A muchos habitantes de Ghana no les queda más remedio que hurgar de manera permanente y como forma de subsistencia, en las 215 mil toneladas de residuos tecnológicos -dígase computadoras y sus partes- que llegan procedentes de Estados Unidos, Australia y hasta de Europa del Este. Informes de la ONU denuncian que esto contraviene la Convención de Basilea, en vigor desde 1992, la cual restringe los movimientos transfronterizos de los desechos. Pero la doble moral mueve los hilos de un comercio que abarata las operaciones del reciclaje, al ser más productivo deshacerse de lo inconveniente en algún remoto puerto africano, e incluso a veces es aprovechada la circunstancia de la guerra para pasar inadvertido.
Doble moral
En África Occidental, el mayor vertedero de desechos electrónicos se encuentra en Agbogbloshie, un barrio suburbano de Accra, capital de Ghana. Esta actividad está prohibida por la Ley Nacional pero un conglomerado de cinco mil personas conforma a los llamados “buscadores de cobre”. Al quemar las fundas que recubren los cables, en busca del material, una sustancia muy tóxica es expulsada al aire. Se dice que “baila” por los cielos de día y de noche. Los principales expuestos son los jóvenes, en su mayoría hombres, quienes pueden después padecer no solo de cáncer de pulmón sino también de infertilidad.Pero esos riesgos no los detienen; necesitan de los tres o cinco dólares diarios que puedan conseguir para sus familias a partir de la venta de lo hallado. La perspectiva no parece halagüeña. Tres décadas después de que los países más ricos del orbe acordaran asistir con el 0.7 por ciento de su producto interno bruto (PIB) a las naciones en vías de desarrollo, ese objetivo permanece pendiente.
En el puerto de Karachi en Pakistán, unas 20 mil personas separan manualmente la chatarra que proviene de los emiratos árabes del golfo Arábigo Pérsico, de Europa y de Singapur, paraísos tecnológicos que evitan cargar con el costo de crear plantas de reciclaje ecológico. Los niños y las niñas también participan en estas actividades quedando expuestos al plomo, al mercurio, al cadmio, al cromo, al selenio, y además al azufre y al litio, todas sustancias provenientes de las baterías. La Unicef reveló en 2016 que uno de cada siete infantes del sudeste asiático, Oriente Medio y África vive expuesto a cualquier tipo de tóxicos. Allí se han medido los niveles más elevados de polución del aire, de hasta seis veces por encima de los parámetros aceptados internacionalmente.
Lo más triste de todo es que muchos de estos artefactos entran a los países del Tercer Mundo a través de supuestas caritativas organizaciones no gubernamentales, las que “donan” computadoras y televisores incluso para las escuelas. Después de un tiempo breve de utilización, los equipos demuestran su obsolescencia, por lo que pasan a formar parte de los ya mencionados mercados paralelos de “reciclaje”, una especie de bomba de relojería que compromete la calidad de vida de esas naciones y por derivación a todos.
Otro caso emblemático tiene que ver con el conocido doble rasero del “coloso del Norte”. Estados Unidos, que no es signatario de la Convención de Basilea, es en cambio una de las plazas más desarrolladas tecnológicamente. De acuerdo con la Agencia de Medio Ambiente estadounidense, su país elimina 40 millones de computadoras cada año. Las estadísticas confirman que el 80 por ciento de esa basura electrónica es enviada de contrabando a Taiwán, Tailandia y a China a través del puerto de Hong Kong. Una vez en tierra firme se traslada a Guiyu en el sur chino, donde se encuentra un centro de reciclaje informal que se ocupa de la propia basura nacional, ya de por si enorme. Si a eso se le añade el “regalo” norteño, el peligro por supuesto se incrementa.
Denuncias y acciones
Cuando las autoridades locales advierten el problema se gana una batalla. Todavía pequeña, pero lo importante es no darle la espaldas al asunto. Por ejemplo en 2009, Brasil le devolvió a Gran Bretaña 920 toneladas de basura tóxica y doméstica que había intentado ingresar a la nación sudamericana en envíos clasificados como material plástico para reciclaje. Asimismo en 2010, el Tribunal de La Haya le impuso una multa de un millón de euros a la multinacional petrolífera Trafigura por exportar ilegalmente basura tóxica a Costa de Marfil. ¡Cuatro años tardó la justicia en pronunciarse!Mientras que en 2015 el operativo policial Deméter, coordinado por la Organización Mundial de Aduanas, requisó 30 mil toneladas de basura tóxica en 57 registros en países europeos antes de que fuese embarcada con destino a África, China y del sur de Asia. El litoral de Somalia, no ha tenido tanta suerte. Aún hoy, centenares de toneles con basura atómica e industrial son dejados clandestinamente por navíos provenientes de países ricos. A pesar de que se carecen de evidencias científicas se estima que ello pudiera causar malformaciones y el cáncer del 40 por ciento de la población.
se necesita de un mayor esfuerzo internacional que ponga fin al comercio no regulado de todos los tipos de desechos
En la actualidad, y atendiendo a informaciones de la Europol, el tráfico ilegal de residuos tóxicos sigue en alza con igual destino: África y Asia. Y aunque Italia aprobó una ley que castiga hasta con 15 años de prisión esta modalidad de delito, todavía la legislación a nivel europeo esta inacabada y la que hay es inconexa. Por eso si la sociedad civil se calla se vuelve cómplice.
Los pioneros occidentales en denunciar las vulnerabilidades de los pueblos pobres frente a este flagelo, fueron un grupo de reporteros españoles, quienes, guiados por Paul Moreira, produjeron el documental Toxic Somalia (2011). Este ejercicio de periodismo investigativo les sugirió vínculos con algunos altos funcionarios en varios de los países industrializados. El documental remite a marzo de 1994 en momentos en que las tropas yanquis e italianas dejaban esa nación del Cuerno africano, pero en contubernio con los “señores de la Guerra” ya habían dejado “amarrado” todo el negocio de la transportación de residuos tóxicos.
Este tipo de historias han sido corroboradas por varios testimonios. Uno corresponde al de Gianpiero Serví, un extraficante arrepentido, testigo de ese ilegal negocio. En uno de sus muchos viajes llevó basura nuclear al puerto de Puerto Príncipe, capital de Haití. Todo este cuadro descrito evidencia que se necesita de un mayor esfuerzo internacional que ponga fin al comercio no regulado de todos los tipos de desechos.
Los teólogos de la liberación Leonardo Boff y Frei Betto, ambos brasileños, claman hacia un cambio de paradigmas. El imperativo del capital y las leyes del mercado no pueden ganar la pelea. Un rico no puede seguir valiendo más que un pobre a tal punto que se sienta con el privilegio de “echarle” su basura encima.
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