lundi 8 mai 2017

L A S T R E S

H E R M A N A S

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L A S T R E S H E R M A N A S

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Drama en cuatro actos


PERSONAJES:


ANDRÉI SERGUÉIEVICH PROZÓROV

NATALIA IVANOVNA, su novia, luego su mujer

IRINA

MASHA, hermanas de Prozórov

OLGA

FIODOR ILICH KULIGUIN, profesor de gimnasio,

marido de Masha

ALEXANDR IGNÁTIEVICH VERSHININ, teniente

coronel, jefe de batería

NIKOLAI LVOVICH TUSENBACH, barón: teniente

IVÁN ROMANOVICH CHEBUTIKIN, Médico

militar

ALEXÉI PETROVICH FEDÓTIK, alférez

VLADIMIR KARLOVICH RODE, alférez

FERAPONT, viejo guarda de la Administración del

zemstvo

ANFISA, aya, vieja de 80 años.

La acción se desarrolla en una capital de provincias.

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ACTO PRIMERO


En casa de los Prozórov. Salón con columnas;

tras las columnas, una gran sala. Mediodía; fuera

brilla alegremente el sol. En la sala preparan la mesa

para el almuerzo. OLGA, vestida con el uniforme

azul de las profesoras de los gimnasios femeninos,

de pie y caminando, corrige cuadernos sin cesar;

MASHA, vestida de negro, con el sombrero sobre

las rodillas, está sentada leyendo un libro; IRINA,

vestida de blanco, está de pie, absorta en sus pensamientos.

OLGA- Hace exactamente un año que murió nuestro

padre, el cinco de mayo como hoy; el día de tu

santo, Irina. Hacía mucho frío, nevaba. Me parecía

que no iba a poder soportar tanto dolor, tú estabas

desmayada, como muerta. Pero ha pasado un año y

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ya recordamos aquel día con sosiego, tú vas vestida

de blanco y tienes radiante la cara. (El reloj da las doce.)

También entonces el reloj daba las horas. (Pausa.)



Recuerdo que durante el entierro tocaba la

música y en el cementerio dispararon unas salvas.

Nuestro padre era general, mandaba una brigada;

sin embargo, hubo poca gente. Verdad que aquel

día llovía. Llovía mucho y nevaba.

IRINA- ¡Para qué recordarlo!

Detrás de las columnas, en la sala, aparecen cerca de

la mesa el barón de TUSENBACH,

CHEBUTIKIN y SOLIÓNI.

OLGA- Hoy no hace frío, se pueden tener las ventanas

abiertas; pero los abedules aún no han despuntado.

Nuestro padre recibió el mando de una

brigada y partió de Moscú, con nosotras, hace once

años; recuerdo perfectamente que a comienzos de

mayo, es decir, en este tiempo, en Moscú ya no hace

frío, todo florece y está bañado por el sol. Han pasado

once años, pero yo recuerdo lo de allí, como si

nos hubiéramos ido ayer. ¡Dios mío! Esta mañana,

al despertarme, he visto mucho sol, he visto la priA



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mavera y me he sentido conmovida con enormes

deseos de volver a mi lugar natal.

CHEBUTIKIN- ¡Y un demonio!

TUSENBACH- Naturalmente, es absurdo

Masha absorta, con el libro en la mano, silba suavemente

una canción.

OLGA- No silbes, Masha. ¡Cómo se te ocurre!

(Pausa.) Como voy todos los días al gimnasio y luego



doy lecciones hasta la noche, siempre me duele la

cabeza y tengo unos pensamientos como si ya me

hubiera vuelto vieja. La verdad es que, en estos

cuatro años, desde que enseño en el gimnasio,

siento que cada día voy perdiendo, gota a gota, las

fuerzas y la juventud. Y sólo crece y se hace más

fuerte un sueño...

IRINA- Ir a Moscú. Vender la casa, liquidar todo lo

de aquí y a Moscú...

OLGA- ¡ Sí! A Moscú, cuanto antes.

Chebutikin y Tusenbach se ríen.

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IRINA- Nuestro hermano, probablemente, será

profesor y, de todos modos, no se quedará a vivir

aquí. La única dificultad está en la pobre Masha.

OLGA- Masha vendrá a pasar todos los veranos a

Moscú.

Masha silba suavemente una canción.

IRINA- Quiera Dios que todo se resuelva bien. (Mirando

por la ventana.) Hoy hace buen tiempo. No sé



por qué me siento el alma tan inundada de luz. Esta

mañana me he acordado de que era mi santo y, de

pronto, he experimentado una gran alegría; he recordado

mi infancia, cuando aún vivía mamá. ¡Y

qué pensamientos más maravillosos me han conmovido,

qué pensamientos!

OLGA- Hoy estás radiante, pareces extraordinariamente

hermosa. Masha también es hermosa. Andréi

estaría bien, pero se ha puesto demasiado gordo y

esto le desfavorece. En cambio, yo he envejecido,

he adelgazado muchísimo, es probablemente porque

en el gimnasio me enfado con las muchachas.

Hoy estoy libre, me quedo en casa y no me duele la

cabeza; me siento más joven que ayer. Tengo veintiocho

años nada más… Todo está bien, todo deA



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pende de la voluntad divina, pero me parece que si

me casara y me quedara todo el día en casa, aún

estaría mejor. (Pausa.) Yo amaría a mi marido.

TUSENBACH (a Solióni)- Dice usted tales tonterías

que estoy harto ya de escucharle. (Entrando en el

salón.) Se me había olvidado decirles una cosa: hoy



las visitará nuestro nuevo jefe de batería, Vershinin.

(Se sienta al piano.)



OLGA- Bueno, ¡ encantada!

IRINA- ¿Es viejo?

TUSENBACH- No, no lo es, tendrá unos cuarenta

o cuarenta y cinco años, no más. (Toca el piano suavemente.)



Parece muy simpático. No tiene nada de

tonto, esto es indudable. Sólo que habla mucho.

IRINA- ¿Es un hombre interesante?

TUSENBACH- Sí, bastante, sólo que tiene mujer,

suegra y dos niños. Además, está casado en segundas

nupcias. Cuando va de visita, siempre dice que

está casado y que tiene dos niños. Aquí también lo

dirá. Su mujer está un poco chiflada, lleva una larga

trenza de adolescente, habla sólo con frases ampulosas,

filosofa y a menudo atenta contra su vida, por

lo visto para fastidiar al marido. Yo la habría plantado

hace tiempo, pero él la aguanta y no hace más

que lamentarse.

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SOLIÓNI (pasando de la sala al salón con Chebutikin)-



Con una mano levanto sólo pud y medio, pero con

dos levanto cinco puds, hasta seis. De esto saco la

conclusión de que dos hombres no sólo son dos veces

más fuertes que uno, sino tres veces y hasta

más...

CHEBUTIKIN (lee un periódico caminando)- Contra la



caída del cabello, cuatro adarmes de naftalina por

media botella de alcohol... disuélvase y úsese diariamente...

(Anota en un cuadernito.) ¡Anotémoslo! (A

Solióni.) Bueno, pues, lo que le decía: se tapa la botella



con un tapón de corcho y a través del tapón se

hace pasar un tubito de cristal... Luego tome un pellizco

de alumbre del más corriente...

IRINA- ¡Iván Románich, querido Iván Románich!

CHEBUTIKIN- ¿Qué, hija mía, qué, mi encanto?

IRINA- Dígame, ¿por qué me siento tan feliz hoy?

Es como si estuviera en un velero y sobre mi cabeza,

en el amplio cielo azul, volaran aves blancas. ¿A

qué se debe esto? ¿A qué se debe?

CHEBUTIKIN (le besa las manos, tiernamente)-Mi ave



blanca...

IRINA- Cuando hoy me he despertado, me he levantado

y me he lavado, de pronto, he tenido la impresión

de que para mí todo está claro en este munA



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do y que sé cómo se ha de vivir. Querido Iván Románich,

lo sé todo. El hombre debe esforzarse, ha

de trabajar con sudor, quienquiera que sea; en esto y

nada más que en esto se encuentran el sentido y el

fin de la vida, la felicidad, el entusiasmo. Qué bien

ser obrero, levantarse al rayar el alba y, picar piedra

en la calle, o ser pastor, o maestro, que enseña a los

niños, o

maquinista en una línea de ferrocarril... Dios mío,

no es cuestión de ser criatura humana, mejor es ser

buey, mejor es ser un simple caballo y trabajar, que

ser una mujer joven y levantarse al mediodía, tomar

luego el café en la cama, pasarse después dos horas

vistiéndose... ¡Qué horror! Tengo tantas ganas de

trabajar como sed se tiene a veces, cuando hace

mucho calor. Y si no comienzo a levantarme temprano

y a trabajar, retíreme su amistad, Iván Románich.

CHEBUTIKIN (con ternura)- La retiraré, la retiraré...



OLGA- Nuestro padre nos acostumbró a levantarnos

a las siete. Ahora Irina se despierta a esa hora,

pero se queda en la cama por lo menos hasta las

nueve, pensando en no sé qué cosa. ¡Y pone cara

seria! (Se ríe.)



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IRINA- Estás acostumbrada a tomarme por una

niña y se te hace raro verme con la cara seria. ¡Tengo

veinte años!

TUSENBACH- ¡Oh, Dios mío, qué bien comprendo

esa nostalgia por el trabajo! Yo no he trabajado

ni una sola vez en mi vida. Nací en Petersburgo,

ciudad fría y ociosa. Mi familia no supo nunca lo

que es trabajar y tener preocupaciones. Recuerdo

que cuando volvía a casa, de la escuela de cadetes, el

lacayo me sacaba las botas y yo me hacía el caprichoso

mientras mi madre se quedaba embobada

mirándome y se sorprendía cuando alguien me miraba

de otro modo. Procuraban evitarme todo trabajo.

Sólo que difícilmente lo habrán logrado como

creían, ¡ difícilmente! Ha llegado la hora: una enorme

mole avanza hacia nosotros, se está preparando

una fuerte y saludable tempestad, ya está en marcha,

ya se acerca, y pronto barrerá de nuestra sociedad la

pereza, la indiferencia, la repugnancia por el trabajo,

el podrido aburrimiento. Yo trabajaré, y dentro de

unos veinticinco o treinta años, trabajarán todos los

hombres. ¡Todos!

CHEBUTIKIN- Yo no trabajaré.

TUSENBACH- Usted no cuenta.

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SOLIÓNI- Dentro de veinticinco años ya no será

usted de este mundo, a Dios gracias. No pasarán

dos o tres años sin que muera usted de un patatús.

Y si no, en un pronto, le alojaré yo una bala en el

cráneo, ángel mío. (Saca del bolsillo un frasco de perfume




y se perfuma pecho y manos.)


CHEBUTIKIN (se ríe)- Pues la verdad es que yo no



he hecho nunca nada. Desde que salí de la Universidad,

no he dado golpe; no he leído un solo libro,

me he limitado a los periódicos... (Saca del bolsillo otro

periódico.) Miren... Estoy enterado por los periódicos



de quién era, supongamos, Dobroliúbov, pero no

me pregunten qué ha escrito. Esto Dios lo sabe...

(Se oyen unos golpes dados en el pavimento desde el piso inferior.)


Vaya... Me llaman abajo, alguien habrá venido

a verme. Ahora vuelvo... esperen... (Sale precipitadamente,




peinándose la barba.)


IRINA- Alguna cosa ha tramado.

TUSENBACH- Sí. Ha puesto cara solemne al salir;

por lo visto le traerá ahora algún regalo.

IRINA- ¡Qué desagradable es esto!

OLGA- Sí, es atroz. Siempre hace tonterías.

MASHA- "Al borde de la ensenada, una encina verde;

sobre la encina, una cadena de oro... Sobre la

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encina, una cadena de oro ... 1 (Se levanta y se pone a




cantar en voz baja.)


OLGA- Hoy no estás contenta, Masha.

Masha canturreando se pone el sombrero.

¿Adónde vas?

MASHA- A casa.

IRINA- Es extraño...

TUSENBACH- ¡Marcharse de la fiesta onomástica!

MASHA- No importa... Vendré por la tarde. Adiós,

encanto... (Besa a Irina.) Te deseo una vez más mucha



salud y mucha felicidad. Antes, cuando vivía

papá, a las fiestas de nuestros santos venían cada

vez de treinta a cuarenta oficiales, había mucho bullicio;

hoy sólo ha venido hombre y medio, y está

todo tranquilo, como en el desierto... Me marcho...

Hoy me ha pillado la melancolía, no me siento alegre,

y tú no me hagas caso. (Riendo entre lágrimas.)



Después hablaremos; por ahora adiós, querida, me

voy.

IRINA (descontenta)- Tienes cada cosa. ..

OLGA (con lágrimas en los ojos)- Te comprendo,



Masha.

1 Del poema de A. Pushkin:Ruslán y Liudmila.



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SOLIÓNI- Sí un hombre se pone a filosofar, tenemos

filosofística o, si se quiere, sofística; pero si se

pone a filosofar una mujer o si filosofan dos mujeres,

lo que tenemos es una olla de grillos.

MASHA- ¿Qué quiere usted decir con esto, espantoso

matasiete?

SOLIÓNI- Nada. "Sin darle tiempo a soltar un

grito, le tuvo el oso abatido."2 (Pausa.)

MASHA (irritada, a Olga)- ¡Deja de llorar!



Entran ANFISA y FERAPONT con una tarta.

ANFISA- Por aquí, hombre. Entra, que tienes los

pies limpios. (A Irina.) De la Administración del



zemstvo, de parte de Mijail Ivánich Protopópov...

Una tarta.

IRINA- Gracias. Dile que estoy agradecida. (Toma el




regalo.)


FERAPONT- ¿Qué?

IRINA (con voz más fuerte)- ¡Dile que estoy agradecida!



OLGA- Ayita, dale un poco de tarta. Ferapont, pasa,

allí te darán un pedazo de tarta.

2 “Sin darle tiempo a soltar un grito…”: versos de la fábula

El campesino y el Jornalero, de I. Krilov.



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FERAPONT- ¿Qué?

ANFISA- Vamos, Ferapont Spiridónich. Vamos...

(Sale con Ferapont.)


MASHA- No me gusta Protopópov, ese Mijail Potápich

o Ivánich. No hay que invitarle.

IRINA- Yo no le he invitado.

MASHA- Muy bien hecho.

Entra CHEBUTIKIN, seguido de un SOLDADO

que lleva un samovar de plata; rumor de sorpresa y

descontento.

OLGA ( se cubre el rostro con las manos)- ¡Un samovar!

¡Es espantoso! (Se va a la sala y se acerca a la mesa.)



IRINA- Querido Iván Románich, ¡ qué hace usted!

TUSENBACH (se ríe)- Ya se lo decía yo.



MASHA- Iván Románich, ¡eso es no tener vergüenza!

CHEBUTIKIN- Queridas mías, hermosas mías, para

mí sois las únicas, sois para mi lo más preciado

del mundo. Pronto cumpliré sesenta años, soy un

viejo, un viejo solitario, insignificante... Nada hay

bueno en mí fuera del amor que os tengo, y de no

haber sido vosotras, haría mucho tiempo ya que no

sería de este mundo... (A Irina.) Encanto, hija mía,



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la conozco desde el día de su nacimiento... la llevé

en brazos... Yo estimaba a su difunta madre...

IRINA- Pero, ¿por qué hacer regalos tan caros?

CHEBUTIKIN (entre lágrimas, enojado)- Regalos caros...

Lo que es vosotras... (Al ordenanza.) Lleva el

samovar allí... (Burlándose.) Regalos caros... (El ordenanza




lleva el samovar a la sala.)


ANFISA (atravesando el salón)- Queridas, un coronel



desconocido. Ya se ha quitado el capote, hijas mías,

viene hacia aquí. Irinushka sé amable, atenta... (Saliendo.)



Y hace mucho ya que es hora de almorzar...

¡ Señor!...

TUSENBACH- Será Vershinin.

Entra VERSHININ.

¡El teniente coronel Vershinin!

VERSHININ ( a Masha y a Irina)- Tengo el honor



de presentarme: Vershinin. Estoy contento, muy

contento, de encontrarme por fin en casa de ustedes.

¡Qué cambiadas están! ¡Ay, ay!

IRINA- Siéntese, tenga la bondad. Para nosotras, es

un gran placer.

VERSHININ (alegremente)- ¡Qué contento estoy,



qué contento estoy! Pero ustedes son tres hermanas.

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Lo recuerdo, eran tres niñas. Las caras, no las recuerdo,

pero sí me acuerdo perfectamente de que su

padre, el coronel Prozónov, tenía tres niñas pequeñas,

las ví con mis propios ojos. ¡Cómo pasa el

tiempo! ¡Ay, ay, cómo pasa el tiempo!

TUSENBACH- Alexandr Ignátievich es de Moscú.

IRINA- ¿De Moscú? ¿Es usted de Moscú?

VERSHININ- Sí, de Moscú. Su difunto padre era

allí jefe de batería, y yo era oficial en la misma brigada.

(A Masha.) Me parece recordar algo su cara.



MASHA- Pues yo a usted no le recuerdo.

IRINA- ¡ Olia! ¡ Olia! (Grita a la sala.) ¡ Olia, ven aquí!



OLGA entra en el salón, procedente de la sala.

IRINA- El teniente coronel Vershinin; resulta que

es de Moscú.

VERSHININ- Así, pues, usted es Olga Serguéievna,

la mayor… Usted es María... Usted, Irina, la menor.

OLGA- ¿Es usted de Moscú?

VERSHININ- Sí. Estudié en Moscú y en Moscú

empecé a prestar servicio. He vivido allí mucho

tiempo; por fin he sido destinado aquí, al

mando de una batería, y aquí me he trasladado, como

ven. En realidad a ustedes no las recuerdo; me

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acuerdo sólo de que eran tres hermanas. En cambio,

tengo muy bien grabado en la memoria a su padre.

Cierro los ojos y le veo, como si estuviera vivo. En

Moscú, yo solía visitar la casa de ustedes...

OLGA- Me parecía recordar a todo el mundo y de

pronto. . .

VERSHININ- Me llamo Alexandr Ignátievich...

IRINA- Alexandr Ignátievich, usted es de Moscú...

¡Qué sorpresa!

OLGA- Es que nosotras nos trasladamos allí.

IRINA- Esperamos estar allí en otoño. Es nuestra

ciudad, allí nacimos. En la calle de Stáraia Basmánnaia...

(Las dos se ríen de alegría.)


MASHA- Sin esperarlo, nos encontramos con un

paisano. (Con viveza.) ¡Ahora recuerdo! ¿Te acuerdas,



Olia? En casa decían: "el comandante enamorado".

Entonces era usted teniente y estaba enamorado

de alguien; no sé por qué todos se burlaban

llamándole comandante ...

VERSHININ (se ríe)- Eso, eso ... El comandante



enamorado, así era ...

MASHA- Entonces usted sólo llevaba bigote... ¡Oh,

cómo ha envejecido! (Entre lágrimas.) ¡Cómo ha envejecido



usted!

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VERSHININ- Sí, cuando me llamaban el comandante

enamorado aún era joven, estaba enamorado.

Ahora la cosa es distinta.

OLGA- Pero todavía no tiene ni un cabello blanco.

Usted ha envejecido, pero aún no es viejo.

VERSHININ- Sin embargo, voy ya para los cuarenta

y tres. ¿Hace mucho que se fueron de Moscú?

IRINA- Once años. Pero Masha, ¿por qué lloras,

tontina?... ( Entre lágrimas.) Hasta yo me pongo a llorar.



MASHA- No es nada. ¿Y en qué calle vivía?

VERSHININ- En la de Stáraia Basmánnaia

OLGA- Como nosotras...

VERSHININ- Viví cierto tiempo en la calle de los

Alemanes. Desde la calle de los Alemanes, iba andando

a los Cuarteles Rojos. Hay que pasar por un

puente sombrío; se oye el ruido del agua que corre

por debajo. Allí, al que va solitario, el alma se le pone

triste. (Pausa.) En cambio, aquí, ¡ qué río más ancho,



más rico! ¡Es un río maravilloso!

OLGA- Sí, pero hace frío. Aquí hace frío y hay

mosquitos...

VERSHININ- ¡Qué dice usted! Aquí el clima es tan

sano, tan bueno, en fin: tan eslavo. Hay bosque, un

río... y también hay abedules. Abedules modestos,

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entrañables; yo los quiero más que a todos los otros

árboles. Es agradable vivir aquí. Lo raro es que la

estación de ferrocarril esté a veinticinco verstas... Y

nadie sabe por qué.

SOLINÓI- Pues yo lo sé. (Todos le miran.) Es así



porque si la estación estuviera cerca, no estaría lejos,

y si está lejos esto quiere decir que no está cerca.

Silencio embarazoso.

TUSENBACH- Qué guasón, Vasili Vasílich.

OLGA- Ahora yo también me acuerdo de usted.

Me acuerdo.

VERSHININ- Conocí a su mamá.

CHEBUTIKIN- Era una buena mujer, Dios la tenga

en gloria.

IRINA- Mamá está enterrada en Moscú.

OLGA- En el cementerio de Novo-Diévichi...

MASHA- Figúrese, ya empiezo a olvidar su cara.

Del mismo modo dejarán de acordarse de nosotros.

Nos olvidarán.

VERSHININ- Sí. Nos olvidarán. Este es nuestro

destino, no hay que darle vueltas. Lo que a nosotros

nos parece serio, significativo, muy importante, llegará

un día en que pasará al olvido o parecerá balaL



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dí. (Pausa.) Lo curioso es que ahora no podemos saber



de ningún modo lo que se tendrá realmente por

elevado e importante y lo que se considerará lamentable,

ridículo. Acaso el descubrimiento de Copérnico

o, supongamos, de Colón ¿no parecía al

principio innecesario, ridículo, al mismo tiempo que

se tomaba por verdadera alguna vacía elucubración

escrita por algún tonto? Y puede ocurrir que nuestra

vida actual, a la que tan bien nos acomodamos, con

el tiempo parezca rara, incómoda, poco inteligente,

poco limpia, quizá hasta pecaminosa. . .

TUSENBACH- ¿Quién sabe? No está descartado

que llamen elevada a nuestra vida y la recuerden con

respeto y estimación. Ahora no hay torturas ni penas

de muerte ni invasiones, aunque sí hay sufrimientos,

¡ cuántos sufrimientos!

SOLINÓI (con voz aguda)- Pita, pita, pita... Al barón



no es necesario darle de comer, basta con dejarle

filosofar.

TUSENBACH-Vasili Vasílich, le ruego que me deje

en paz... (Se sienta en otro lugar.) Esto ya empieza a



ser fastidioso.

SOLIÓNI (con voz aguda)- Pita, pita, pita...

TUSENBACH.(a Vershinin)- De todos modos, los



sufrimientos que ahora se observan -¡ y son tantos!-

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muestran ya que la sociedad ha alcanzado cierta elevación

moral...

VERSHININ- Sí, sí, claro.

CHEBUTIKIN- Usted acaba de decir, barón, que a

nuestra vida la denominarán elevada; pero las personas,

a pesar de todo, son pequeñitas... ( Se levanta.)

Mire qué pequeñito soy yo. Para que pueda consolarme



se ha de decir que mi vida, es una cosa elevada

y noble.

Se oye tocar el violín entre bastidores

MASHA- Es Andréi quien toca, nuestro hermano.

IRINA- Es nuestro sabio. Probablemente será catedrático.

Papá era militar, pero su hijo ha elegido una

carrera científica.

MASHA- Por deseo de papá.

OLGA- Hoy le hemos hecho rabiar un poco. Según



parece, anda enamoradillo.

IRINA- De una señorita de aquí. Con toda probabilidad

hoy vendrá a vernos.

MASHA- ¡Cómo viste, Dios mío! No digo ya con

poco gusto o sin ir a la moda, sino de manera lamentable.

Lleva una falda rara, chillona, tirando a

amarillo, con una franja vulgarísima y una blusa roL



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ja. Y con unas mejillas tan lucientes, ¡ tan lucientes!

Andréi no está enamorado, no puedo creerlo; a pesar

de todo, él tiene gusto; nada, lo único que quiere

es hacernos rabiar, hacer el tonto. Ayer oí decir que

ella iba a casarse con Protopópov, el presidente de

la Administración del zenistvo. Magnífico... (Llamando

por una puerta lateral.) Andréi, ¡ ven acá! ¡Un momento,



querido!

Entra ANDRÉI.

OLGA- Es mi hermano, Andréi Sergueich.

VERSHININ- Vershinin.

ANDRÉI- Prozórov. (Se seca el sudor del rostro.)



¿Viene usted destinado como jefe de batería?

OLGA- Figúrate que Alexandr Ignátich es de Moscú.

ANDRÉI- ¿Sí? Pues le felicito, mis hermanas no

van a dejarle en paz.

VERSHININ- Soy yo quien ha tenido tiempo de

cansar ya a sus hermanas.

IRINA- Miren, qué marquito me ha regalado hoy

Andréi. (Enseña el pequeño marco.) Lo ha hecho él



mismo

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VERSHININ (contemplando el marquito sin saber qué

decir)- Sí... es una cosa...



IRINA- Y el marco que tenemos sobre el piano

también lo ha hecho él.

Andréi, disgustado, hace un gesto con la mano y se

aparta.

OLGA- Es el sabio de la casa y además toca el violín,

talla objetos de madera, en una palabra, se da

maña para todo. ¡ Andréi, no te vayas! Es una manía:

siempre se va. ¡Ven aquí!

Masha e Irina le toman del brazo y, riendo, le hacen

volver.

MASHA- ¡Ven aquí, ven!

ANDRÉI- Dejadme, por favor.

MASHA- ¡Qué gracioso! A Alexandr Ignátievich le

llamaban en otro tiempo el comandante enamorado

y él no se enfadaba nada.

VERSHININ- ¡Nada!

MASHA- Y a ti quiero llamarte ¡ el violinista enamorado!

IRINA- O el catedrático enamorado. . .

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OLGA- ¡Está enamorado! ¡Andriushka está enamorado!

IRINA (aplaudiendo)- ¡Bravo, bravo! ¡Bis! ¡Andriushka



está enamorado!

CHEBUTIKIN (se acerca a Andréi por detrás y le coge

por la cintura con ambas manos)- ¡Nada más que para el

amor nos ha creado la naturaleza! (Se ríe a carcajadas,




siempre con el periódico en la mano.)


ANDRÉI- Bueno, basta, basta... (Se seca el rostro.)



No he dormido en toda la noche y no está el horno

para bollos, como suele decirse. Estuve leyendo

hasta las cuatro de la madrugada; luego me acosté,

pero fue inútil. Pensaba en esto y en lo otro y ahora

amanece pronto; el sol se me mete en seguida en el

dormitorio. Durante este verano, mientras estoy

aquí, quisiera traducir un libro del inglés.

VERSHININ- ¿Lee usted inglés?

ANDRÉI- Sí. Mi padre, que Dios le tenga en gloria,

nos tenía amarrados a la instrucción. Es ridículo y

estúpido, pero he de confesar que, después de su

muerte, empecé a engordar y en un año he engordado

como si realmente mi cuerpo se hubiera liberado

de un yugo. Gracias a nuestro padre, mis

hermanas y yo sabemos francés, alemán e inglés, e

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Irina, sabe, además, italiano. ¡Pero lo que todo eso

ha costado!

MASHA- Saber tres idiomas, en esta ciudad, constituye

un lujo superfluo. Ni siquiera es lujo, sino una

especie de apéndice inútil, algo así como un sexto

dedo. ¡ Sabemos muchas cosas inútiles!

VERSHININ- ¡Esa sí que es buena! (Se ríe.) ¡Saben



muchas cosas inútiles! Me parece que no hay ni

puede haber una ciudad tan aburrida y triste en la

cual resulte innecesaria una persona inteligente e

instruida. Supongamos que entre los cien mil habitantes

de esta ciudad, atrasada y poco culta, desde

luego, no hay más que tres personas como ustedes.

Es evidente que ustedes no van a poder vencer a la

masa ignorante que las rodea; en el transcurso de

toda su vida, poco a poco, deberán ceder terreno y

perderse en esta masa de cien mil personas; la vida

las absorberá, pero no por esto van a desaparecer, a

pasar sin dejar huella; cuando desaparezcan, personas

como ustedes habrá, quizá seis; luego doce, y así

sucesivamente hasta que, al fin, la mayoría será como

son ustedes. Dentro de doscientos o trescientos

años, la vida en la Tierra será inimaginablemente

hermosa, sorprendente. El hombre necesita una vida

así, y aunque todavía no se dé, ha de presentirla,

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ha de esperarla, ha de soñar con ella, ha de prepararse

para ella; por esto ha de ver y saber más de lo

que veían y sabían su abuelo y su padre. (Se ríe.) ¡Y



se quejan de saber demasiado!

MASHA (se quita el sombrero)- Me quedo a comer

IRINA (suspirando)- La verdad, todo esto habría que



anotarlo…

Andréi no está, se ha ido sin que nadie se diera

cuenta.

TUSENBACH- Dentro de muchos años, dice usted,

la vida en la Tierra será hermosa, sorprendente.

Es cierto. Más, para participar de ella ahora, aunque

sea de lejos, es necesario prepararse, hace falta trabajar…

VERSHININ (se levanta)- ¡Cuántas flores tienen

ustedes! (Mirando en torno.) La casa es una maravilla.



¡Las envidio! En cambio, yo me he pasado la vida

en pisos, con dos sillas, un diván y estufas que

siempre dan humo. Lo que me ha faltado en la vida

han sido precisamente flores como éstas... (Se frota

las manos.) ¡Bueno, dejémoslo!



TUSENBACH- Sí, es necesario trabajar. Usted pensará,

probablemente: este alemán se ha enternecido.

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Pero soy ruso, palabra de honor y ni siquiera hablo

el alemán. Mi padre era ortodoxo... (Pausa.)

VERSHININ (Paseando por la escena)- A menudo



pienso: ¿qué sucedería si se pudiera recomenzar la

vida de nuevo, y, además conscientemente? ¿Si la

vida que ya se ha vivido fuera, como si dijéramos, el

borrador y la otra fuera su copia en limpio? Me figuro

que, entonces, cada uno de nosotros procuraría

ante todo no repetirse, o por lo menos, crearse

otro ambiente, se procuraría una casa como ésta,

con flores, con luz a raudales... Tengo mujer, dos

niñas, mi mujer no goza de buena salud, etcétera,

etcétera; si empezara a vivir otra vez, no me casaría...

¡No, no!

Entra KULIGUIN, con el uniforme de los profesores

de gimnasio.

KULIGUIN (acercándose a Irina)- Querida hermana,



permíteme que te felicite con motivo de tu santo y

que te desee sinceramente, con toda el alma, salud y

cuanto puede desearse a una muchacha de tus años.

Y luego permíteme que te ofrezca como regalo este

librito. (Le entrega un libro.) Es la historia de nuestro



gimnasio durante los últimos cincuenta años, escrita

L A S T R E S H E R M A N A S

29

por mí. Es un pequeño libro sin importancia escrito

para matar el tiempo, pero, de todos modos, léelo.

¡Buenos días, señores! (A Vershinin.) Kuliguin, profesor



del gimnasio de la ciudad, funcionario de 7°

grado. (A Irina.) En este librito encontrarás la lista



de todos cuantos han terminado nuestro gimnasio

durante esos cincuenta años. Feci, quod potui, faciant


meliora potentes.3 (Besa a Masha.)
IRINA- ¡Pero por Pascua ya me regalaste este mismo

librito!

KULIGUIN (se ríe)- ¡No puede ser! En este caso,



devuélvemelo, o mejor: dáselo al coronel. Tómelo,

coronel; alguna vez lo leerá para matar el aburrimiento.

VERSHININ- Muy agradecido. (Se dispone a marcharse.)



Estoy muy contento de haberlos conocido...

OLGA- ¿Se va usted? ¡No, no!

IRINA- Usted se queda a desayunar con nosotros.

No nos diga que no.

OLGA- ¡ Se lo ruego!

VERSHININ (inclinándose)- Me parece que he acertado



a venir el día que celebran ustedes una fiesta

onomástica. Perdonen, no lo sabía, no las he felicitado…

(Se va con Olga a la sala.)


3 “Hice lo que pude: hagan algo mejor los que puedan”



A . C H É J O V

30

KULIGUIN- Hoy, señores, es domingo, día de

descanso, descansemos, pues; divirtámonos, cada

uno según su edad y estado. Habrá que retirar las

alfombras y guardarlas hasta el próximo invierno...

Con polvos insecticidas o naftalina... Los romanos

gozaban de buena salud porque sabían trabajar y

también sabían descansar; tenían mens sana in corpore

sano. Su vida transcurría según formas determinadas.



Nuestro director dice: en toda vida, lo importante es

su forma... Lo que pierde su forma, deja de existir;

lo mismo ocurre con nuestra vida de todos los días.

(Coge a Masha por el talle, riéndose.) Masha me quiere.



Mi mujer me quiere. Los cortinones de las ventanas

también han de guardarse, con las alfombras... Hoy

me siento alegre, con un excelente estado de ánimo.

Masha, a las cuatro hemos de ir a casa del director.

Se organiza un paseo de profesores con sus familias.

MASHA- Yo no voy.

KULIGUIN (disgustado)- Querida Masha, ¿por qué?

MASHA- De esto hablaremos luego... (Enojada.)



Está bien iré, pero déjame tranquila, te lo suplico...

(Se aparta.)


KULIGUIN- Luego pasaremos la velada en casa

del director. A pesar de su poca salud, ese hombre

procura ante todo hacer algo en lo social. Es una

L A S T R E S H E R M A N A S

31

personalidad excelente, luminosa. Ayer, después de

la reunión de claustro, me dijo: “¡Estoy cansado,

Fiódor Ilich! ¡Estoy cansado!” ( Mira el reloj de pared;

luego el suyo.) Vuestro reloj adelanta siete minutos.



¡ Sí, dijo, estoy cansado!

Se oye tocar el violín entre bastidores.

OLGA- ¡ Señores, hagan la merced, tengan la bondad

de venir a desayunar! ¡Verán qué pastel!

KULIGUIN- ¡Ah, mi querida Olga, mi Olga! Ayer

estuve trabajando desde la mañana hasta las once de

la noche; estaba cansado, pero hoy me siento feliz.

(Entra en la sala y se acerca a la mesa.) Mi querida Olga...

CHEBUTIKIN (se mete el periódico en el bolsillo, se peina

la barba)- ¿Un pastel? ¡Magnífico!

MASHA (a Chebutikin, severamente)- Pero, cuidado:



nada de beber hoy. ¿Me oye? A usted le perjudica.

CHEBUTIKIN- ¡Qué va! Ya ha pasado todo. Hace

dos años que no ha habido melopea. (Impaciente.)



¡Pero, querida, qué más da!

MASHA- De todos modos, no se atreva a beber.

No se atreva. (Irritada, pero conteniéndose de modo que su



A . C H É J O V

32

marido no la oiga.) ¡Otra vez tener que aguantar una



soporífera

velada en casa del director! ¡El diablo se lo lleve!

TUSENBACH- En su lugar yo no iría... Muy sencillo.

CHEBUTIKIN- No vaya, alma mía.

MASHA- Ya, no vaya ... Esta vida maldita, insoportable

... (Entrando en la sala.)

CHEBUTIKIN (la sigue)- ¡Bueno bueno!

SOLIÓNI (entrando en la sala)- Pita, pita, pita...



TUSENBACH- Acaba ya, Vasili Vasílich. Basta.

SOLIÓNI- Pita, pita, pita...

KULIGUIN (alegremente)- ¡A su salud, coronel! Soy



pedagogo y, aquí, familiar de la casa, soy el marido

de Masha... Masha es buena, muy buena...

VERSHININ- Brindaré con este vodka oscuro...

(Bebe.) ¡A su salud! (A Olga.) ¡Me encuentro tan bien



en su casa!...

En el salón quedan únicamente Irina y Tusenbach.

IRINA- Masha hoy no está de buen humor. Se casó

a los dieciocho años, cuando Fiódor le parecía el

más inteligente de los hombres. Ahora la cosa es

L A S T R E S H E R M A N A S

33

distinta. Es el mejor de los hombres, pero no el más

inteligente.

OLGA (impaciente)- Andréi, ¡vente ya, hombre!

ANDRÉI (detrás de la escena)- Ahora mismo. (Entra y




se acerca a la mesa.)


TUSENBACH- ¿En qué está usted pensando?

IRINA- En nada. Su Solióni no me gusta. Me da

miedo. No dice más que tonterías...

TUSENBACH- Es un hombre extraño. Me da pena

y me disgusta, pero sobre todo me da pena. Me parece

un hombre tímido... Cuando estamos los dos

solos, suele mostrarse muy inteligente y afable, pero

en sociedad es grosero y perdonavidas. Quédese

hasta que se sienten a la mesa. Permítame estar un

poco a su lado. ¿En qué piensa usted? (Pausa.) Usted



tiene veinte años, yo no he cumplido todavía los

treinta. Cuántos años nos quedan aún por delante,

qué larga, larga serie de días, repletos de mi amor

por usted...

IRINA- No me hable de amor Nikolái Lvóvich.

TUSENBACH (sin escucharla)- Experimento una



apasionada sed de vida, de lucha, de trabajo, esta

sed se me ha fundido en el alma con el amor que

siento por usted, Irina. Como hecho adrede, usted

A . C H É J O V

34

es hermosa, ¡ y la vida también me parece tan hermosa!

¿En qué está pensando?

IRINA- Usted dice: la vida es hermosa. Sí, pero ¿y

si sólo lo parece? Para nosotras, tres hermanas, la

vida aún no ha sido hermosa, nos ha sofocado, como

hierba mala… Me corren las lágrimas. Eso no

está bien... (Se seca rápidamente la cara, se sonríe.) Hace



falta trabajar, trabajar. Nos sentimos tristes y vemos

la vida tan poco risueña porque no conocemos el

trabajo. Hemos nacido de personas que despreciaban

el trabajo...

Entra NATALIA IVANOVNA; lleva un vestido

color de rosa y un cinturón verde.

NATASHA- Ya se sientan a la mesa…He llegado

tarde. (Se mira de paso, en el espejo, se arregla.) Me parece

que no voy mal peinada... (Al ver a Irina.) Querida

Irina Serguéievna, ¡ la felicito! (La besa con fuerza, largo

rato.) Tiene muchos invitados, me siento avergonzada,



la verdad... ¡Buenos días, barón!

OLGA (entrando en el salón)- Aquí tenemos a Natalia

Ivánovna. ¡Buenos días, querida! (Se besan.)



NATASHA- Felicidades. Tienen ustedes unos invitados

que me siento intimidada...

L A S T R E S H E R M A N A S

35

OLGA- No diga, toda es gente conocida. (A media

voz, asustada.) ¡Lleva un cinturón verde! ¡Querida,



eso no está bien!

NATASHA- ¿Es de mal augurio?

OLGA- No, sencillamente, no sienta bien... es un

poco extraño...

NATASHA (con voz compungida)- ¿Sí? Pero mire, no

es verde, es rnás bien de color mate. (Entra en la sala,




siguiendo a Olga)


En la sala, se sientan a la mesa: en el salón no queda

ni un alma.

KULIGUIN- Te deseo, Irina, un buen novio. Ya es

hora de que te cases.

CHEBUTIKIN- Natalia Ivánovna, también yo a

usted le deseo un novio.

KULIGUIN- Natalia Ivánovna ya lo tiene.

MASHA (golpea el plato con el tenedor)- ¡Bebo una copita



de vino! Total, ¿qué más da? ¡Todo da lo mismo,

nada importa!

KULIGUIN- Te mereces un aprobado justo de

conducta.

VERSHININ- El vodka es bueno. ¿Qué infusión

lleva?

A . C H É J O V

36

SOLIÓNI- De cucarachas.

IRINA (con voz compungida)- ¡Uf! ¡Uf! ¡Qué asco!...



OLGA- Para cenar habrá pavo asado y un pastel de

manzana. A Dios gracias, hoy estaré en casa todo el

día. Vengan por la tarde.

VERSHININ- ¿A mi también me permite venir por

la tarde?

IRINA- Con mucho gusto.

NATASHA- Aquí no gastan cumplidos.

CHEBUTIKIN- Nada más que para el amor nos ha

creado la naturaleza. (Se ríe.)

ANDRÉI (Irritado)- ¡Basta, señores! ¿No les tiene



hartos todavía?

FEDÓTIK y RODE entran con un gran cesto de

flores.

FEDÓTIK- Vaya, ya están a la mesa.

RODE (en voz alta pero confusa)- ¿Están a la mesa? Sí,



ya están a la mesa...

FEDÓTIK- Espera un momento. (Saca una fotografía.)

¡Una! Espera un poco más... (Toma otra fotografía.)

¡Dos! Ya estamos listos. (Cogen el cesto y entran en




la sala, donde son recibidos con alborozo.)


L A S T R E S H E R M A N A S

37

RODE (alzando la voz)- ¡Felicidades! ¡Les deseo un



sinfín de venturas, un sinfín! Hoy el tiempo es magnífico,

espléndido. He estado paseando con los

alumnos del gimnasio toda la mañana. Enseño en el

gimnasio gimnasia.

FEDÓTIK- ¡Puede usted moverse, Irina Serguéievna,

puede moverse! (Toma una fotografía.) Está usted

muy interesante hoy. (Saca una peonza del bolsillo.) Ah,



tome, una peonza ... Hace un sonido sorprendente...

IRINA- ¡Qué maravilla!

MASHA- “Al borde de la ensenada, una encina verde;

sobre la encina, una cadena de oro... Sobre la

encina una cadena de oro...”(Con voz llorosa.) ¿Por



qué repito estas palabras? Me están persiguiendo

estos versos desde la mañana...

KULIGUIN- ¡ Somos trece a la mesa!

RODE (alzando la voz)- Señores, ¿acaso toman ustedes

en serio las supersticiones? (Risas.)



KULIGUIN- Si hay trece personas a la mesa, eso

significa que entre los presentes se encuentra algún

enamorado. ¿No será usted, Iván Románovich, por

ventura?... (Risas.)



CHEBUTIKIN- Yo soy un viejo pecador, pero lo

que no llego a comprender de ningún modo es por

qué Natalia Ivánovna se ha ruborizado.

A . C H É J O V

38

Risas estrepitosas; Natasha sale corriendo de la sala

hacia el salón; Andréi la sigue.

ANDRÉI- ¡Por favor no haga caso! Espere...

aguarde, se lo ruego...

NATASHA- Me siento avergonzada... No sé lo que

me pasa, se ríen de mí. Levantarse de la mesa como

lo he hecho yo, no está bien, pero no puedo... no

puedo... (Se cubre el rostro con las manos.)



ANDRÉI- Querida mía, se lo ruego, se lo suplico,

no se inquiete. Le aseguro que sólo bromean, sin

ninguna mala intención. Querida mía, mi cielo, todos

son buena gente, tienen buen corazón, nos

quieren a usted y a mí. Venga aquí, junto a la ventana,

aquí no nos verán... (Mira a su alrededor.)



NATASHA- ¡Estoy tan poco acostumbrada a alternar

en sociedad!...

ANDRÉI- ¡Oh, juventud, maravillosa, encantadora

juventud! Querida mía, cielo mío, ¡no se inquiete

así! . . Créame, crea... Me siento tan feliz, tengo el

alma rebosante de amor, de entusiasmo... ¡Oh, no

nos ven! ¡No nos ven! ¿Cómo me he enamorado de

usted, cómo? ¿Cuándo me he enamorado? Oh, no

comprendo nada. Amada mía, bella mía, mi dulce

L A S T R E S H E R M A N A S

39

bien, ¡sea mi mujer! La amo, la amo. Como nunca

he amado a nadie…(Beso.)



Entran DOS OFICLALES y al ver a la pareja besándose

se detienen estupefactos.

Telón.


A . C H É J O V

40

ACTO SEGUNDO


La misma decoración del primer acto. Son las

ocho de la noche. De la calle llegan, apenas perceptibles,

los sones de un acordeón. No hay luces encendidas.

Entra NATALIA IVANOVNA en bata,

con una vela; da unos pasos y se detiene ante la

puerta de la habitación de Andréi.

NATASHA- ¿Qué haces, Andriusha? ¿Lees? No

quiero nada, sólo te lo pregunto... (Da unos pasos más,




abre otra puerta y, después de haber mirado dentro, la cierra.)


Quería ver si había alguna luz encendida...

ANDRÉI (entra con un libro en la mano)- ¿Qué quieres



Natasha?

NATASHA- Miro si hay luces encendidas... Estamos

en Carnaval, y la servidumbre tiene la cabeza a

pájaros; hay que estar en todo para que no ocurra

L A S T R E S H E R M A N A S

41

ninguna desgracia. Ayer, a medianoche, pasé por el

comedor y me encontré con que había allí una vela

encendida. No he logrado saber quién la encendió.

(Pone la vela sobre la mesa.) ¿Qué hora es?

ANDRÉI (mira el reloj)- Son las ocho y cuarto.



NATASHA- Olga e Irina todavía no están aquí. No

han vuelto. Se pasan todo el día trabajando, pobrecitas.

Olga, en el Consejo pedagógico; Irina, en telégrafos...

(Suspira.) Esta mañana le he dicho a tu



hermana: "Vela por tu salud, Irina, cariño". No hace

caso ¿Las ocho y cuarto, dices? Temo que nuestro

Bóbik esté malo. ¿Por qué tendrá el cuerpo tan frío?

Ayer tenía fiebre y hoy tiene frío... ¡Tengo tanto

miedo!

ANDRÉI- No es nada, Natasha. El pequeño está

bien.

NATASHA- De todos modos, será mejor ponerle a

dieta. Tengo miedo. Han dicho que hoy, a eso de las

diez, vendrán las máscaras; mejor sería que no vinieran,

Andriusha.

ANDRÉI- No sé, la verdad. El caso es que han sido

invitadas.

NATASHA- Hoy el pequeño, al despertarse, me ha

mirado y de pronto se ha sonreído; esto quiere decir

que me ha reconocido. “¡Bóbik! -le digo-, buenos

A . C H É J O V

42

días, cielo mío!" Se ha reído. Los pequeños lo entienden

todo, ¡ lo entienden muy bien! Así, pues,

Andriusha, diré que no se reciba a las máscaras.

ANDRÉI (vacilando)- Verás, eso, lo que decidan mis



hermanas. Son ellas las dueñas de la casa.

NATASHA- Querrán; se lo diré. Son muy buenas...

(Da unos pasos.) Para la cena he mandado preparar

leche cuajada; de lo contrario, no adelgazarás. (Se

detiene.) Bóbik está frío. Tengo miedo de que sienta



frío en la habitación. Habría que instalarle en otra,

por lo menos hasta que haga buen tiempo. Por

ejemplo, en la de Irina, que es una habitación ideal

para un niño pequeño: es seca y el sol le da todo el

día. Hay que decírselo a Irina; entretanto, ella podría

estar con Olga en una misma habitación... De todos

modos, se pasa todo el día fuera, sólo viene a dormir...

(Pausa.) Andriusha, querido, ¿por qué no dices



nada?

ANDRÉI- ¡Bah! Estaba pensando... Además, no

hay qué decir...

NATASHA- Sí. . . Quería decirte algo... ¡Ah, ya! Ha

venido Ferapont, de la Administración del zemstvo;

pregunta por ti

ANDRÉI (bosteza)- Dile que pase.



L A S T R E S H E R M A N A S

43

Natasha sale; Andréi, inclinándose junto a la vela

olvidada por su mujer, lee el libro. Entra

FERAPONT; lleva un abrigo viejo, raído, con el

cuello levantado, y una bufanda que le tapa las orejas.

ANDRÉI- Hola, viejo amigo. ¿Qué me cuentas?

FERAPONT- El presidente le manda un libro y un

papel. Aquí lo tiene. . . (Le entrega el libro y un pliego.)



ANDRÉI- Gracias. Está bien. ¿Por qué has venido

tan tarde? Ya son más de las ocho.

FERAPONT- ¿Qué?

ANDRÉI (más fuerte)- Digo que has venido tarde,



que ya son más de las ocho.

FERAPONT- Así es. Cuando he venido aún era de

día, pero no me han dejado entrar. El señor está

ocupado, me han dicho. Bueno... Si está ocupado,

pues está ocupado; lo que es yo, no tengo prisa.

(Creyendo que Andréi le pregunta alguna cosa.) ¿Qué?

ANDRÉI- Nada. (Examinando el libro.) Mañana,



viernes; no tenemos sesión, pero de todos modos

iré. .. ya encontraré qué hacer. En casa me aburro...

(Pausa.) ¡Mi viejo amigo, de qué manera más extraña



cambia la vida y cómo engaña! Hoy, por matar el

tedio, por no saber que hacer, he echado mano de

A . C H É J O V

44

este libro, un viejo curso de lecciones universitarias,

y me han dado ganas de reír... Dios mío, yo secretario

de la Administración del zemstvo, de la Administración



en que es presidente Protopópov; yo,

secretario, y a lo que más puedo aspirar es a llegar a

miembro de esta Administración. ¡Ser miembro de

la Administración del zemstvo de aquí, yo, que sueño



todas las noches con que soy profesor de la Universidad

de Moscú, un profesor famoso del que se

enorgullecerá Rusia entera!

FERAPONT- No sé.. . Oigo mal.

ANDRÉI- Si oyeras bien, quizá no hablaría contigo

de este modo. Necesito hablar con alguien, pero mi

mujer no me comprende, y temo hablar con mis

hermanas, temo que se rían de mí, que me avergüencen...

No bebo, no soy amigo de restaurantes

pero, con qué satisfacción, caro viejo, estaría ahora

sentado en alguno de los de Moscú, en el de Tiéstov,

por ejemplo, o en el Gran Moscú.

FERAPONT- Pues en Moscú, contaba hace poco

un contratista, unos mercaderes comieron hojuelas,

y uno que comió cuarenta, según dicen, murió. No

sé si han dicho cuarenta o cincuenta. No lo recuerdo.

L A S T R E S H E R M A N A S

45

ANDRÉI- En Moscú, te sientas en una enorme sala

de un restaurante, donde no conoces a nadie y nadie

te conoce y, sin embargo, no te consideras extraño.

En cambio, aquí, conoces a todo el mundo, todos te

conocen, pero te sientes extraño... Extraño y solo.

FERAPONT- ¿Qué? (Pausa.) El mismo contratista



contaba, no sé si mentía, que han tendido un cable

de un extremo a otro de Moscú.

ANDRÉI- ¿Para qué?

FERAPONT- No sé... Lo ha dicho el contratista.

ANDRÉI- Tonterías. (Lee el libro.) ¿Has estado en



Moscú alguna vez?

FERAPONT (después de una pausa)- No he estado.

No lo ha dispuesto Dios. (Pausa.) ¿Puedo irme?

ANDRÉI- Sí. Que te vaya bien. (Ferapont sale.) Que

te vaya bien. (Leyendo.) Mañana por la mañana vente

y recogerás los papeles... Vete... (Pausa.) Se ha ido.

(Se oye la campanilla.) Sí, así es la vida... (Se estira y




vuelve a su habitación, sin apresurarse.)


Entre bastidores, una niñera canta acunando a un

niño. Entran MASHA Y VERSHININ. Mientras

ellos conversan, una DONCELLA enciende un

quinqué y unas velas.

A . C H É J O V

46

MASHA- No sé. (Pausa.) No sé. Naturalmente, la



costumbre significa mucho. Después de la muerte

de nuestro padre, por ejemplo, estuvimos mucho

tiempo sin poder acostumbrarnos a no tener ordenanzas.

Pero, además de la costumbre, me parece

que, en este caso, habla en mí el sentido de lo que es

justo. Quizá en otros lugares no es así, pero en

nuestra ciudad, las personas más formales, las más

nobles y mejor educadas son los militares.

VERSHININ- Tengo ganas de beber. Tomaría un

poco de té.

MASHA (después de mirar el reloj de pared)- Pronto lo



servirán. Me casaron cuando tenía dieciocho años, y

temía a mi marido porque era maestro y yo acababa

de terminar mis estudios. Entonces me parecía un

verdadero sabio, inteligente, e importante. Ahora ya

no, por desgracia.

VERSHININ- Ya... sí.

MASHA- De mi marido no voy a hablar, a él ya

estoy acostumbrada, pero entre el elemento civil, en

general, ¡hay tanta gente grosera, poco amable y mal

educada! La grosería me ofende, me molesta; sufro

cuando veo que un hombre es poco fino, poco delicado,

poco amable. Cuando me encuentro entre

maestros, camaradas de mi marido, sufro de verdad.

L A S T R E S H E R M A N A S

47

VERSHININ- Sí... Pero a mi modo de ver, en lo de

interesantes da lo mismo civiles que militares, por lo

menos en esta ciudad. ¡Da lo mismo! De oír a un

intelectual la localidad, civil o militar, resulta que no

puede más con su mujer, que no puede más con su

casa, que no puede más con su finca, que no puede

más con los caballos... Al hombre ruso le es propia

en alto grado la elevación del pensamiento, dígame,

¿por qué en la vida se queda tan a ras de tierra?

¿Por qué?

MASHA- ¿Por qué?

VERSHININ- ¿Por qué está harto de los hijos y de

la mujer? ¿Por qué la mujer y los hijos están hatos

de él?

MASHA- Hoy se encuentra algo deprimido.

VERSHININ- Es posible. Hoy no he almorzado.

No he comido nada desde la mañana. Tengo una

hija un poco enferma, y cuando mis hijas están enfermas,

me siento intranquilo, me remuerde la conciencia

por haberles dado una madre semejante.

¡Oh, si la hubiera visto hoy! Que nulidad. Hemos

comenzado a reñir a las siete de la mañana, a las

nueve he dado un portazo y he salido (Pausa.) Nunca



hablo de esto y, cosa rara, no me lamento más

A . C H É J O V

48

que a usted. (Le besa la mano.)No se enoje conmigo.

Aparte de usted, no tengo a nadie, a nadie... (Pausa.)



MASHA- ¡Qué ruido hace la chimenea! Poco antes

de la muerte de nuestro padre, zumbaba del mis

modo. Exactamente como ahora.

VERSHININ- ¿Es usted supersticiosa?

MASHA- Sí.

VERSHININ- Es extraño. (Le besa la mano.) Usted



es una mujer magnífica, maravillosa. ¡Magnífica,

maravillosa! Aquí hay poca luz, mas veo el resplandor

de sus ojos.

MASHA (se sienta en otra silla)- Aquí hay más luz...



VERSHININ- Yo amo, amo, amo... Amo sus ojos,

sus movimientos, que veo en sueños... ¡Es una mujer

magnífica, maravillosa!

MASHA (riendo silenciosamente)- Cuando usted me



habla de este modo, no sé por qué me río, aunque

siento miedo. No lo repita, por favor... (A media

voz.) Aunque, de todos modos, hable, me da lo mismo...

(Se cubre el rostro con las manos.) Me da lo mismo...



Viene alguien, hable de alguna otra cosa...

IRINA y TUSENBACH entran por la sala.

L A S T R E S H E R M A N A S

49

TUSENBACH- Tengo tres apellidos. Me llamo barón

de Tusenbach-Krone-Altschauer, pero soy ruso,

ortodoxo, como usted. Es poco lo que me ha quedado

de alemán, a no ser, quizá, esta paciencia y

esta obstinación con que la estoy fastidiando. La

acompaño todas las tardes.

IRINA- ¡Qué cansada estoy!

TUSENBACH- Y acudiré todos los días a telégrafos,

y la acompañaré a su casa, y lo haré diez años,

veinte, hasta que me mande usted a paseo. (Al ver a

Masha y a Vershínin, alegremente.) ¿Son ustedes? Buenas



tardes.

IRINA- Por fin estoy en casa. (A Masha.) Hace poco



ha venido una dama para telegrafiar a su hermano

-que vive en Sarátov- que se le ha muerto hoy un

hijo, y no podía recordar de ningún modo la dirección.

Lo ha mandado sin dirección, sencillamente a

Sarátov. Lloraba. Y yo, sin más ni más, he sido grosera

con ella. "No tengo tiempo que perder", le he

dicho. He obrado estúpidamente. ¿Tenemos máscaras

hoy?

MASHA- Sí.

IRINA (se sienta en un sillón)- Quiero descansar. Estoy



fatigada.

A . C H É J O V

50

TUSENBACH (sonriendo)- Cuando vuelve de la oficina,

parece tan jovencita, tan desventurada... (Pausa.)



IRINA- Estoy cansada. No me gusta telégrafos, no

me gusta, no.

MASHA- Has adelgazado... (Silba.) Y estás rejuvenecida,



con carita de chiquillo.

TUSENBACH- Es del peinado.

IRINA- He de buscarme otro empleo, ése no es para

mí. Lo que yo tanto deseaba, aquello con que soñaba,

es precisamente lo que no encuentro. El mío

es un trabajo sin poesía, sin alma... (Golpe dado al pavimento

desde el piso inferior.) El doctor golpea. (A Tusenbach.)



Amigo mío, dé unos golpes. Yo no puedo...

estoy cansada...

Tusenbach da unos golpes en el suelo.

En seguida vendrá. Habría que tomar alguna medida.

Ayer el doctor y nuestro Andréi fueron al club y

otra vez perdieron. Dicen que Andréi perdió doscientos

rubios.

MASHA (con indiferencia)- ¿Qué se puede hacer ahora?



L A S T R E S H E R M A N A S

51

IRINA- Hace dos semanas perdió; en diciembre,

perdió. Ojalá lo pierda todo pronto, así quizás nos

iríamos de esta ciudad. Dios mío, todas las noches

sueño con Moscú, estoy como alucinada. (Se ríe.)



Nos trasladaremos a Moscú en junio, y hasta junio

quedan aún... febrero, marzo, abril, mayo... ¡Casi

medio año!

MASHA- Sólo hay que procurar que Natasha no se

entere de que Andréi ha perdido.

IRINA- Me figuro que a ella le da lo mismo.

CHEBUTIKIN que acaba de levantarse de la cama

-ha descansado después de la comida-, entra en la

sala y se peina la barba: luego se sienta a la mesa y

se saca un periódico del bolsillo.

MASHA- Ahí le tenemos... ¿Ha pagado el alquiler?

IRINA (se ríe)- No. No ha pagado un kopek desde



hace ocho meses. Por lo visto lo ha olvidado.

MASHA (se ríe)- ¡Qué aire de importancia el suyo!



Todos se ríen; pausa.

IRINA- ¿Por qué está tan callado, Alexandr Ignátich?

A . C H É J O V

52

VERSHININ- No lo sé. Me apetecería tomar un

poco de té. ¡La mitad de mi vida por un vaso de té!

No he comido nada desde la mañana...

CHEBUTIKIN- ¡ Irina Serguéievna!

IRINA- ¿Qué hay?

CHEBUTIKIN- Venga, por favor. Venez ici. (Irina

va y, se sienta a la mesa.) No puedo estar sin usted.




(Irina extiende las cartas para hacer un solitario.)


VERSHININ- Bueno, ya que no sirven el té, vamos

a filosofar un poco, por lo menos.

TUSENBACH- Venga. ¿Sobre qué?

VERSHININ- ¿Sobre qué? Soñémos un poco... por

ejemplo, sobre la vida que habrá después de nosotros,

dentro de doscientos años o trescientos.

TUSENBACH- ¿Por qué no? Después de nosotros

se volará en globo, las chaquetas cambiarán de forma,

quizá se descubra el sexto sentido y lo desarrollen,

pero la vida seguirá siendo la misma, difícil,

llena de misterios y feliz. Y dentro de mil años, el

hombre suspirará, como ahora: "¡Ah, qué penoso es

vivir", y al mismo tiempo, exactamente como ahora,

tendrá miedo a la muerte y no la querrá.

VERSHININ (después de reflexionar un poco)- ¿Qué



quiere que le diga? A mí me parece que en la Tierra

todo debe modificarse poco a poco, y ya está camL



A S T R E S H E R M A N A S

53

biando ante nuestros ojos. Dentro de doscientos o

trescientos años, dentro de mil -la cuestión no está

en el plazo-, comenzará una vida nueva y feliz. Nosotros

no participamos de esa vida desde luego, pero

ahora vivimos, trabajamos y sufrimos para ella;

nosotros la creamos y en esto -sólo en esto- radica

el fin de mi existencia y si se quiere, nuestra felicidad.

Masha se ríe quedamente.

TUSENBACH- ¿Por qué se ríe?

MASHA- No lo sé. Hoy me estoy riendo todo el

día, desde la mañana.

VERSHININ- He cursado mis estudios en el mismo

sitio que usted, no he pasado por la academia

militar; leo mucho, pero no sé elegir las lecturas y

quizá no leo lo que haría falta; pero cuanto más vivo

tanto más deseo saber. Los cabello se me vuelven

canas, casi soy un viejo ya, pero sé poco, ¡ qué poco!

Do todos modos, me parece saber muy bien lo más

importante, lo esencial. Cómo me gustaría poderle

demostrar que para nosotros la felicidad no existe,

no debe existir ni existirá. Nosotros sólo debemos

trabajar y trabajar, mientras que la felicidad está reA



. C H É J O V

54

servada a nuestros lejanos descendientes. (Pausa.) Si



yo no soy feliz, por lo menos lo serán los descendientes

de mis descendientes.

FEDÓTIK y RODE aparecen en la sala; se sientan

y cantan en voz baja, acompañándose con la guitarra.

TUSENBACH- Según usted, no se puede ni siquiera

soñar con la felicidad. Pero, ¿y si yo soy feliz?

VERSHININ- No lo es.

TUSENBACH (juntando las manos y riéndose)- Por lo



visto, no nos entendemos. ¿Cómo podré convencerle?

Masha se ríe quedamente.

(amenazándola con el dedo)¡Ríase! (A Vershinin.) No



sólo dentro de doscientos o trescientos años, sino

también dentro de un millón de años, la vida seguirá

siendo como ha sido; la vida no cambia, siempre es

la misma, está en consonancia con sus propias leyes,

que nos son extrañas o que, por lo menos, no nos

llegarán a ser nunca conocidas. Las aves de paso, las

cigüeñas, por ejemplo, vuelan y vuelan, y, cualesL



A S T R E S H E R M A N A S

55

quiera que sean los pensamientos, grandes o pequeños,

que pasen por sus cabezas, seguirán volando

sin saber por qué ni adónde van. Vuelan y seguirán

volando cualesquiera que sean los filósofos, que entre

ellas se den; que filosofen como quieran, el caso

está en que vuelen...

MASHA- De todos modos, ¿tiene sentido?

TUSENBACH- El sentido... Vea, está nevando.

¿Qué sentido tiene? (Pausa.)



MASHA- Me parece que el hombre ha de tener fe,

ha de buscar una fe; de otro modo su vida es vacía,

vacía... Vivir y no saber por qué vuelan las cigüeñas,

por qué nacen los niños, por qué hay estrellas en el

cielo... O sabemos por qué vivimos o todo son

tonterías, pamemas. (Pausa.)



VERSHININ- De todos modos, es una pena que la

juventud ya haya pasado...

MASHA- Gógol dice: "¡Qué aburrido vivir en este

mundo, señores!".

TUSENBACH- Y yo digo: ¡Qué difícil discutir con

ustedes, señores! No hay modo de entenderles...

CHEBUTIKIN (leyendo el periódico)- Balzac se casó



en Berdíchev.

Irina se pone a cantar quedamente.

A . C H É J O V

56

Hasta lo voy a anotar en mi cuadernito. (Lo anota.)

Balzac se casó en Berdíchev. (Lee el periódico.)

IRINA (extiende las cartas pensativa)- Balzac se casó en



Berdíchev.

TUSENBACH- La suerte está echada. ¿Sabe, María

Serguéievna? He pedido el retiro.

MASHA- Lo he oído decir. No creo que haya hecho

usted bien. No me gustan los civiles.

TUSENBACH- No importa... (Se levanta.) No tengo



buena estampa, ¿qué clase de militar puedo ser? De

todos modos, no importa... Trabajaré. He de trabajar,

por lo menos un día de mi vida, de modo que al

volver a casa por la noche deba tumbarme en la

cama rendido de cansancio y me quede dormido en

seguida. (Dirigiéndose a la sala.) ¡Los obreros, probablemente,



duermen como troncos!

FEDÓTIK (a Irina)- Al pasar, hace un momento



por la Moskóvskaia, he entrado en la tienda de Pizhikov

y he comprado para usted lápices de color. Y

este cortaplumas...

IRINA- Está usted acostumbrado a tratarme como

a una niña, pero ya soy mayor. (Toma los lápices y el

cortaplumas, con alegría.) ¡Qué maravilla!



L A S T R E S H E R M A N A S

57

FEDÓTIK- Para mí, me he comprado una navaja...

mire... una hoja, otra hoja, la tercera, esto es para

hurgar en las orejas, esto son unas tijeras, esto es

para limpiar las uñas...

RODE (alzando la voz)- Doctor, ¿cuántos años tiene



usted?

CHEBUTIKIN- ¿Yo? Treinta y dos. (Risas.)



FEDÓTIK- Ahora le enseñaré a hacer otro solitario...

(Extiende las cartas.)


Traen el samovar; ANFISA permanece junto al

mismo; poco después entra NATASHA y también

se ocupa de preparar la mesa; entra SOLIÓNI y,

después de saludar a los presentes, se sienta a la mesa.

VERSHININ- ¡Vaya viento!, ¿eh?

MASHA- Sí, estoy harta de invierno. Ya se me ha

olvidado cómo es el verano.

IRINA- El solitario saldrá bien, ya lo veo. Iremos a

Moscú.

FEDÓTIK- No, no sabe bien. ¿Ve? El ocho ha

quedado encima del dos de picas. (Se ríe.) Esto significa



que no irán a Moscú.

A . C H É J O V

58

CHEBUTIKIN (lee el periódico)- Tsitsikar. Allí se ha



declarado una espantosa epidemia de viruela.

ANFISA (acercándose a Masha)- Ven a tomar el té,

pequeña. (A Vershinin.) Por favor, Excelencia... perdón,



señor, me he olvidado de su nombre y patronímico...

MASHA- Trae el té aquí, aya. Ahí no voy.

IRINA- ¡Aya!

ANFISA- ¡Voy!

NATASHA (a Solióni)- Los niños de pecho lo entienden



todo. "Buenos días, Bóbik -le digo-. ¡Buenos

días, cielo mío!" .Él me ha mirado de una manera

especial. Usted creerá que en mí habla sólo la

madre, pero no es así, no, ¡ se lo aseguro! Es una

criaturita excepcional.

SOLIÓNI- Si esta criaturita fuera mía, la freiría en

la sartén y me la comería. (Con un vaso en la mano, pasa




al salón y se sienta en un ángulo.)


NATASHA (cubriéndose la cara con las manos)- ¡Grosero,



mal educado!

MASHA- Feliz quien no se da cuenta de si estamos

ahora en verano o en invierno. Me parece que si viviera

en Moscú, no me preocuparía para nada del

tiempo...

L A S T R E S H E R M A N A S

59

VERSHININ- Hace unos días estuve leyendo el

diario que un ministro francés escribió en la cárcel.

El ministro había sido condenado por el asunto del

canal de Panamá. Con qué gozo, con qué entusiasmo

habla de los pájaros que ve por la ventana de la

cárcel y en los que nunca se había fijado antes,

cuando era ministro. Ahora que está de nuevo en

libertad, le pasa lo que antes, no se da cuenta de los

pájaros. Lo mismo le ocurrirá a usted cuando viva

en Moscú: no se dará cuenta de la ciudad. La dicha

no se alcanza, no existe; sólo la deseamos.

TUSENBACH (toma una caja de la mesa)- ¿Dónde



están los bombones?

IRINA- Solióni se los ha comido.

TUSENBACH- ¿Todos?

ANFISA (sirviendo el té)- Carta para usted, señor.

VERSHININ- ¿Para mí? (Toma la carta.) Es de mi

hija. (Lee.) Sí, naturalmente... Perdone, María Serguéievna,



me voy sin despedirme. No tomaré el té.

(Se levanta agitado.) Siempre esas eternas historias...



MASHA- ¿Qué ocurre? ¿No es un secreto?

VERSHININ (en voz baja)- Mi mujer ha intentado



envenenarse otra vez. He de ir. Saldré sin que nadie

se dé cuenta. Es terriblemente desagradable todo

esto. (Besa la mano a Masha.) Mi buena, mi excelente



A . C H É J O V

60

amiga, mi amiga querida... Me iré sin llamar la atención...

(Se va.)


ANFISA- Pero ¿adónde se ha ido? Y yo, que acabo

de servirle el té... ¡Qué hombre!

MASHA (irritándose)- ¡Basta! Siempre estás importunando,

no dejan en paz a nadie. . (Se va hacia la

mesa con la taza de té.) ¡Me tienes harta ya, vieja!



ANFISA- ¿Por qué te enfadas? ¡Querida!

Voz de Andréi: "¡ Anfisa!"(imitándole.) ¡ Anfisa! Allí

está, encerrado... (Se va).

MASHA (en la sala, junto a la mesa, irritada)- ¡Hacedme

sitio! (Mezclando las cartas encima de la mesa.) Os



habéis acomodado a gusto, con vuestras cartas.

¡Bebed el té!

IRINA- Eres mala, Masha.

MASHA- Si soy mala, no habléis conmigo. ¡No me

toquéis!

CHEBUTIKIN (riéndose)- No la toquen, no la toquen...



MASHA- Usted tiene sesenta años y, como si fuera

un muchachito, siempre está desbarrando y diciendo

el diablo sabe qué cosas.

NATASHA (suspirando)- Querida Masha, ¿por qué



empleas estas expresiones en la conversación? Hermosa

como eres, en las reuniones de la buena soL



A S T R E S H E R M A N A S

61

ciedad serías encantadora, te lo digo con toda franqueza,

si no fuera por estas palabras que usas. Je vous




prie, pardonnez moi, Marie, mais vous avez des manieres un

peu grossieres.


TUSENBACH (conteniendo la risa)- Denme... denme...



Me parece que allí veo coñac...

NATASHA- Il parait, que mon Bobik déjá ne dort pas,



se ha despertado. Hoy lo tengo malucho. Voy a

verle, perdonen... (Sale.)



IRINA- ¿Y adónde se ha ido Alexandr Ignátich?

MASHA- A su casa. Algo extraordinario le pasa

otra vez con su mujer.

TUSENBACH (se acerca a Solióni con una garrafita de

coñac en la mano)- Usted siempre está solo, siempre



está pensando en algo sin que nadie sepa de qué se

trata. Bueno, vamos a hacer las paces. ¡A beber un

poco de coñac! (Beben.) Hoy tendré que pasarme la



noche tocando el piano, probablemente cosas absurdas...

¡Qué le vamos a hacer!

SOLIÓNI- ¿Por qué hacer las paces? Usted y yo no

hemos reñido.

TUSENBACH- Siempre despierta usted en mí la

impresión de que algo ha ocurrido entre nosotros.

Usted tiene un carácter extraño, hay que reconocerlo.

A . C H É J O V

62

SOLIÓNI (declamando)- “¡Yo soy extraño, pero



quién no lo es! ¡No te enfades, Aleko!"

TUSENBACH- ¿A qué viene aquí lo de Aleko?...

(Pausa.)



SOLIÓNI- En compañía de otra persona soy como

todos, pero en sociedad me siento alicaído, cohibido,

y... digo barbaridades. Pero, de todos modos,

soy más honesto y honrado que muchos y muchos

otros. Puedo demostrarlo.

TUSENBACH- A menudo me enfado con usted

porque siempre la toma conmigo cuando estamos

en sociedad; de todos modos, me resulta simpático,

no sé por qué. Como sea, pero hoy me emborracho.

¡Bebamos!

SOLIÓNI- Bebamos. (Beben.) Contra usted, barón,



nunca he tenido nada. Pero mi carácter es un poco

como el de Lérmontov. (En voz baja.) Hasta me parezco

un poco a Lérmontov... según dicen (Saca del




bolsillo un frasco de perfume y se echa un poco en las manos.)


TUSENBACH- He pedido el retiro. ¡Basta! Lo he

estado pensando durante cinco años y por fin me

he decidido. Trabajaré.

SOLIÓNI (declamando)- “No te enfades, Aleko...



Olvida, olvida tus sueños. . ."

L A S T R E S H E R M A N A S

63

Mientras ellos hablan, ANDRÉI entra con un libro

en la mano y se sienta al lado de una vela.

TUSENBACH- Trabajaré.

CHEBUTIKIN (pasando al salón, con Irina)- Los



platos también eran auténticamente caucasianos:

sopa con cebolla y como plato de carne chejartmá.

SOLIÓNI- Cheremshá; y no es carne, ni mucho menos,



sino una especie de cebolla.

CHEBUTIKIN- No, ángel mío. El chejartmá no es



cebolla, sino un asado de Cordero.

SOLIÓNI- Yo le digo que el cheremshá es una cebolla.

CHEBUTIKIN- Yo le digo que el chejartmá es cordero.

SOLIÓNI- Yo le digo que el cheremshá es cebolla.



CHEBUTIKIN- ¡A qué discutir! Usted no ha estado

nunca en el Cáucaso y no ha comido chejartmá.



SOLIÓNI- No lo he comido porque no lo puedo

sufrir. El cheremshá deja un olor como el del ajo.

ANDRÉI (suplicante)- ¡Basta, señores! ¡ Se lo suplico!



TUSENBACH- ¿Cuándo vienen las máscaras?

IRINA- Han prometido venir a eso de las nueve;

están por llegar.

A . C H É J O V

64

TUSENBACH (abrazando a Andréi, se pone a cantar)-



“Oh, casita, mi casita, casita nueva mía. . ."

ANDRÉI (baila y canta)- “Casita nueva, casita de arce...”

CHEBUTIKIN (baila)- “¡Enrejada!” (Risas.)

TUSENBACH (besa a Andréi)- ¡Diablos! ¡A beber,



Andriusha! Vamos a beber y a tratarnos de tú. Iré a

Moscú contigo, Andriusha, a la universidad.

SOLIÓNI- ¿A cuál? En Moscú hay dos universidades.

ANDRÉI- En Moscú hay una universidad.

SOLIÓNI- Pues yo te digo que hay dos.

ANDRÉI- Bueno, pues que sean tres. Tanto mejor.

SOLIÓNI- ¡En Moscú hay dos universidades!

(Murmullos y siseos.) En Moscú hay dos universidades:



la vieja y la nueva. Pero si no les place escucharme,

si mis palabras les irritan, puedo poner punto en

boca. Y hasta puedo irme a otra estancia... (Sale por




una de las puertas.)


TUSENBACH- ¡Bravo, bravo! (Se ríe.) Empiecen,



señores, ¡me pongo al piano! ¡Qué divertido este

Solióni!... (Se sienta al piano, toca un vals.)

MASHA (baila el vals sola)- ¡El barón está borracho,



el barón está borracho, el barón está borracho!

L A S T R E S H E R M A N A S

65

Entra NATASHA.

NATASHA (a Chebutikin)- ¡Iván Románich! (Dice




algo a Chebutikin, después se va silenciosamente; Chebutikin

da una palmadita a Tusenbach en el hombro y le susurra

algo al oído.)


IRINA- ¿Qué pasa?

CHEBUTIKIN- Es hora de irse. ¡Hasta más ver!

TUSENBACH- Buenas noches. Es hora de irse.

IRINA- Perdonen... ¿Y las máscaras?

ANDRÉI (confuso)- No habrá máscaras. Verás, querida,



Natasha dice que Bóbik no está muy bien y

por esto... En fin, no sé; a mí me da lo mismo.

IRINA (encogiéndose de hombros)- ¡Qué Bóbik no está



bien!

MASHA- Total ¿qué? ¡Nada importa! Si nos echan,

no hay más remedio que irse. (A Irina.) No es Bóbik

quien está enfermo, es ella. . . ¡De aquí! (Se da unos

golpecitos en la frente con el dedo.) ¡Burguesota!



Andréi vuelve a su habitación por la puerta derecha;

Chebutikin le sigue; los de la sala se despiden.

A . C H É J O V

66

FEDÓTIK- ¡Qué lástima! Esperaba pasar bien la

velada, pero si el pequeñuelo está enfermo, claro...

Mañana le traeré un juguete.

RODE (en voz alta)- Hoy, precisamente, he echado



una buena siesta después de comer creyendo que

me pasaría la noche bailando. ¡Si no son más que

las nueve!

MASHA- Salgamos a la calle, allí hablaremos, decidiremos

lo que vamos a hacer.

Se oye: “¡Adiós! ¡Que siga bien!” Se oye la risa alegre

de Tusenbach. Se van todos. Anfisa y la Doncella

recogen los manteles, apagan las velas. Se oye

cantar al aya. Entran en silencio ANDRÉI, con

abrigo y sombrero, y CHEBUTIKIN

CHEBUTIKIN- No he tenido tiempo de casarme

porque la vida me ha pasado como un relámpago, y

también porque amaba locamente a tu madre, que

ya estaba casada...

ANDRÉI- No hay que casarse, no. Es aburrido.

CHEBUTIKIN- Sí, así es, pero la soledad... Puedes

filosofar lo que quieras, pero la soledad es una cosa

terrible, amigo mío... Aunque en el fondo... desde

luego; ¡ da absolutamente lo mismo!

L A S T R E S H E R M A N A S

67

ANDRÉI- Vámonos, démonos prisa.

CHEBUTIKIN- ¿Para qué apresurarse? Nos sobra

tiempo.

ANDRÉI- Tengo miedo de que mí mujer no me

deje salir.

CHEBUTIKIN- ¡Ah!

ANDRÉI- Hoy no jugaré, me dedicaré a mirar, nada

más. No me siento bien... ¿Qué puedo hacer,

lván Románich, contra el asma?

CHEBUTIKIN- ¡Vaya pregunta! No lo recuerdo,

amigo mío. No lo sé.

ANDRÉI- Pasemos por la cocina.

Tocan la campanilla, vuelven a tocarla; se oyen voces,

risas. Salen.

IRINA (entra)- ¿Quién hay?

ANFISA (en voz baja)- ¡Las máscaras! (Tocan la campanilla.)



IRINA- Ayita, diles que en casa no hay nadie. Que

perdonen.

Anfisa sale. Irina camina pensativa por la habitación;

está agitada. Entra SOLIÓNI.

A . C H É J O V

68

SOLIÓNI (perplejo)- No hay nadie... Pero ¿adónde



se han ido?

IRINA- A sus casas.

SOLIÓNI- Qué extraño. ¿Está usted sola aquí?

IRINA- Sola. (Pausa.) Adiós.



SOLIÓNI- Hace un momento me he comportado

mal, con poco tacto. Pero usted no es como los

demás, usted tiene un alma noble y pura, usted ve la

verdad... Usted, y sólo usted, puede comprenderme.

La amo, la amo con amor profundo, infinito...

IRINA- ¡Adiós! Váyase.

SOLIÓNI- No puedo vivir sin usted. (Acercándosele.)

¡Oh, bien mío! (Entre lágrimas.) ¡Oh, felicidad! Ojos



espléndidos, maravillosos, sorprendentes, como no

he visto en ninguna otra mujer...

IRINA (fríamente)- ¡Basta, Vasili Vasílich!



SOLIÓNI- Le hablo de mi amor por primera vez y

es como si no me encontrara en la Tierra, sino en

otro planeta. (Se pasa la mano por la frente.) Pero es



inútil, a la fuerza no se hace uno amar, naturalmente...

Pero no debo tener rivales más afortunados.. .

No debo tenerlos... Le juro por todos los santos que

a un rival, lo mato... ¡Oh, qué maravillosa!

NATASHA pasa con una vela en la mano.

L A S T R E S H E R M A N A S

69

NATASHA (mira por una puerta, luego por otra y pasa

por delante de la que da a la habitación del marido)- Aquí



está Andréi. Que lea. Perdone, Vasili Vasílich, no

sabía que estuviera usted aquí y he salido con la ropa

de casa.

SOLIÓNI- Me da lo mismo. ¡Adiós! (Sale.)



NATASHA- Estás cansada, querida. ¡Pobre pequeñita

mía! (Besa a Irina.) Deberías acostarte más temprano.



IRINA- ¿Bóbik duerme?

NATASHA- Duerme. Pero tiene un sueño agitado.

A propósito, querida, quería decirte... pero, unas veces

porque no estás, otras porque yo estoy ocupada...

Me parece que la habitación que ocupa ahora

Bóbik, para él resulta fría y húmeda. La tuya, en

cambio, ¡ es tan buena para el niño! Querida, adorada,

¡ trasládate de momento a la de Olga!

IRINA (sin comprender)- ¿Adónde?



Se oyen los cascabeles de una troica que se acerca y

se detiene ante la puerta de la casa.

NATASHA- Podrías estar por cierto tiempo en la

misma habitación de Olga, y en la tuya pondríamos

A . C H É J O V

70

a Bóbik. Es tan gracioso. Hoy le he dicho: "Bóbik,

eres mío, ¡mío!" Y é1 me ha mirado con sus ojitos.

(Suena la campanilla.) Será Olga. ¡Qué tarde vuelve!



La DONCELLA se acerca a Natasha y le susurra

unas palabras al oído.

NATASHA- ¿Protopópov? ¡Qué excéntrico! Ha

venido Protopópov, me invita a dar un paseo en

troica. (Se ríe.) Qué extraños son estos hombres...

(Suena la campanilla.) Alguien ha venido. ¿Y si fuera a

dar un paseíto de un cuartito de hora?... (A la doncella.)

Dile que ahora voy. (La campanilla.) Llaman...

será Olga. (Sale.)



La Doncella se va corriendo: Irina permanece sentada,

pensativa: entran KULIGUIN y OLGA; tras

ellos, VERSHININ.

KULIGUIN- Pero ¿qué pasa aquí? Si decían que

habría fiesta.

VERSHININ- Es extraño, he salido hace poco, hará

una media hora, y esperaban máscaras...

IRINA- Se han ido todos.

L A S T R E S H E R M A N A S

71

KULIGUIN- ¿Y Masha se ha ido también? ¿Adónde

ha ido? ¿Y por qué Protopópov está esperando

abajo, en una troica? ¿A quién espera?

IRINA- No me hagan preguntas. Estoy cansada.

KULIGUIN- Vaya, la caprichosa

OLGA- Acaba de terminar la reunión del claustro.

Estoy rendida. Nuestra directora está enferma y

ahora yo la sustituyo. ¡Ah, la cabeza, la cabeza...

cómo me duele!...(Se sienta.) Andréi ayer perdió doscientos



rublos jugando a las cartas... Es la comidilla

de la ciudad...

KULIGUIN- Sí, también yo me he fatigado en el

claustro. (Se sienta.)



VERSHININ- Mi mujer se había propuesto asustarme

y por poco se envenena. Todo se ha arreglado

y estoy contento, ahora descanso... ¿Así, pues,

hay que irse? Qué le vamos a hacer, permítame que

me despida. Fiódor Ilich, vámonos a alguna parte.

No puedo quedarme en casa, no puedo de ningún

modo... ¡Vámonos!

KULIGUIN- Estoy cansado. No voy. (Se levanta.)



Estoy cansado. ¿Se ha ido a casa mi mujer?

IRINA- Seguramente.

KULIGUIN (besa la mano a Irina)- Adiós. Mañana y



pasado mañana, a descansar todo el día. Que le vaya

A . C H É J O V

72

bien. (Da unos pasos.) Qué bien me vendría una taza



de té. Confiaba pasar la velada en buena compañía

y... o, fallacem hominum spem!4... La exclamación requiere



acusativo...

VERSHININ- Así pues, me iré solo. (Sale con Kulíguin,




silbando.)


OLGA- La cabeza me duele, la cabeza... Andréi ha

perdido... es la comidilla de la ciudad... Voy a acostarme.

(Da unos pasos.) Mañana estoy libre... ¡Oh,



Dios mío, qué agradable es esto! Mañana estaré libre,

pasado mañana también ... La cabeza me duele,

la cabeza ... (Sale.)

IRINA (sola)- Todos se han ido. No queda nadie.



En la calle tocan un acordeón; el aya canta.

NATASHA (con abrigo de pieles y gorro atraviesa la sala;

la sigue la doncella)- Dentro de media hora estaré en

casa. Sólo voy a dar una pequeña vuelta. (Sale.)

IRINA (queda sola, con angustia)- ¡A Moscú! ¡A Moscú!



¡A Moscú!

Telón.


4 “¡Oh, falaz esperanza de los hombres!”



L A S T R E S H E R M A N A S

73

ACTO TERCERO


Habitación de Olga e Irina. A izquierda y a derecha,

camas tras sendos biombos. Son algo más de

las dos de la madrugada. Se oye tocar a rebato a

causa de un incendio iniciado ya hace mucho. Se ve

que en la casa aún no se ha acostado nadie.

MASHA, vestida de negro, como de costumbre, se

ha tendido en un diván. Entran OLGA y ANFISA.

ANFISA- Ahora están sentadas abajo, al pie de la

escalera... Les digo "subid, no podéis quedaros aquí

de este modo". Lloran. "No sabemos - dicen - dónde

está papá. No quiera Dios -dicen- que haya

muerto abrasado." ¡Qué ocurrencias! Y en el patio

hay otras... también medio desnudas.

OLGA (saca unos vestidos del armarío)- Torna este



gris... Y éste también... La blusa... Y toma esta falda,

A . C H É J O V

74

aya... ¡Qué desgracia, Dios mío! Parece que la callejuela

Kirsánovski ha ardido por completo... Toma

esto... Toma esto... (Le va echando la ropa en los brazos.)



Qué miedo han tenido los Vershinin, pobrecitos.

. . Por poco les arde la casa. Que pasen

esta noche aquí... no se les puede dejar que vuelvan

a su casa... Al pobre Fedótik se le ha quemado todo,

no le queda nada...

ANFISA- Tendrías que llamar a Ferapont, Oliushka,

no podré llevarlo todo...

OLGA (toca una campanilla)- Es inútil tocar... (Grita

por la puerta.) ¿Hay alguien por ahí? ¡A ver, venid!




(Por la puerta se ve una ventana, roja por el resplandor del

incendío; se oye pasar a los bomberos por delante de la casa.)


¡Qué espanto! ¡Y qué cansada estoy de todo esto!

Entra FERAPONT

Toma, llévalo... Al pie de la escalera están las señoritas

Kolitilin... dáselo. Dales también esto...

FERAPONT- Está bien. En el año doce, también

ardió Moscú. ¡ Señor, Dios mío!, los franceses no

salían de su asombro.

OLGA- Vete, vete...

FERAPONT- Está bien. (Sale.)



L A S T R E S H E R M A N A S

75

OLGA- Aya, querida, dalo todo. Nosotras no necesitamos

nada, dalo todo, aya. . . Estoy cansada, apenas

me sostengo en pie... A los Vershinin no se les

puede dejar volver a su casa... Las niñas se acostarán

en la gran sala y Alexandr Ignátich, abajo, en el

cuarto del barón... A Fedótik también lo colocaremos

en el cuarto del barón o en nuestra sala... El

doctor, como hecho adrede, está borracho como

una cuba y en su casa no se puede meter a nadie. La

mujer de Vershinin, también en el salón.

ANFISA (extenuada)- Oliushka, ángel mío, ¡no me



eches!

OLGA- ¡Qué tonterías dices, aya! Nadie quiere

echarte.

ANFISA (le apoya la cabeza en el pecho)- Alma mía, tesoro



mío, yo trabajo, hago lo que puedo... Cuando

ya no pueda más, todos dirán: ¡fuera! ¿Y adónde

voy a ir? ¿Adónde? Tengo más de ochenta años. He

cumplido ya ochenta y uno...

OLGA- Siéntate, aya... Estás cansada, pobrecita...

(La hace sentar.) Descansa, aya mía. ¡Qué pálida te



has quedado!

Entra NATASHA.

A . C H É J O V

76

NATASHA- Dicen que se ha de organizar cuanto

antes un comité de ayuda a los damnificados. Es

una excelente idea, ¿verdad? A la gente pobre hay

que ayudarle siempre; esto es un deber de los ricos.

Bóbik y Sófochka duermen, como si no ocurriera

nada. Nuestra casa está llena de gente, por todas

partes tropiezas con alguien. Ahora hay gripe en la

ciudad; me da miedo que los niños se contagien.

OLGA (sin escucharla)- Desde esta habitación el incendio



no se ve, aquí está todo tranquilo...

NATASHA- Sí... Debo estar despeinada. (Mirándose

en el espejo.) Dicen que he engordado... ¡no es verdad!



¡Ni pizca! Masha duerme, ha quedado rendida,

la pobre... (A Anfisa, con frialdad.) ¡En mi presencia



no te atrevas a permanecer sentada! ¡Levántate!

¡Fuera de aquí! (Anfisa sale; pausa.) ¡No comprendo



por qué tienes a esta vieja!

OLGA (estupefacta)- Perdona, yo tampoco comprendo...



NATASHA- Aquí no tiene nada que hacer. Es una

campesina, que viva en el campo.. ¡Qué complicaciones

son éstas! ¡A mí me gusta que en casa haya

orden! En una casa no ha de haber gente superflua.

(Acariciándole una mejilla.) ¡Qué cansada estás, pobreL



A S T R E S H E R M A N A S

77

cita! ¡Nuestra directora está cansada! Cuando mi Sófochka

crezca y vaya al gimnasio, te tendré miedo.

OLGA- No seré directora.

NATASHA- Te van a nombrar, Olechka. Está decidido.

OLGA- Me negaré. No puedo... Es superior a mis

fuerzas... (Bebe un poco de agua.) Ahora has tratado



con tanta grosería al aya... Perdona, no estoy en

condiciones de soportarlo... se me ha enturbiado la

vista...

NATASHA (agitada)- Perdona, No quería causarte



ninguna pena.

Masha se levanta, toma la almohada y se va, irritada.

OLGA- Compréndelo, querida. . nosotras quizás

hemos sido educadas de una manera extraña, pero

esto no puedo soportarlo. Semejante trato me

oprime, me pone enferma... ¡ se me cae el alma a los

pies, sencillamente!

NATASHA- Perdona, perdona... (La besa.)



OLGA- Toda grosería, por pequeña que sea, toda

palabra dicha sin delicadeza, me altera...

A . C H É J O V

78

NATASHA- A menudo digo cosas que no debería

decir, es verdad, pero has de reconocer, querida, que

ella podría vivir en el campo.

OLGA- Lleva ya treinta años en casa.

NATASHA- ¡Pero ahora no puede trabajar! O yo

no comprendo o eres tú la que no quieres comprender.

Ya no está en condiciones de poder hacer

nada, se pasa el tiempo durmiendo o sentada.

OLGA- Bueno, que esté sentada.

NATASHA (sorprendida)- ¿Cómo que esté sentada?

¡ Si forma parte del servicio! (Entre lágrimas.) No te



comprendo, Olia. Tengo aya, tengo nodriza, tenemos

doncella, cocinera... ¿Para qué queremos, además,

a esta vieja? ¿Para qué?

Se oye tocar a rebato.

OLGA- Esta noche he envejecido diez años.

NATASHA- Hemos de ponernos de acuerdo, Olía.

Tú, en el gimnasio; yo, en casa; tú tienes tus lecciones,

yo me ocupo de la casa. Y si yo hablo del servicio,

sé lo que me digo: sé-lo-que-me-di-go... Y que

mañana no vea aquí a esta vieja ladronzuela, a esta

vieja inútil... (pataleando) ¡ a esta bruja!... ¡Cuidado, no

me exasperéis! ¡Cuidado! (Dominándose.) La verdad,



L A S T R E S H E R M A N A S

79

si no te instalas abajo, siempre estaremos regañando.

Es espantoso.

Entra KULIGUIN.

KULIGUIN- ¿Dónde está Masha? Ya es hora de

volver a casa. Dicen que el incendio está dominado.

(Se estira.) Sólo ha ardido una manzana, y eso que



hacía viento y al principio parecía que iba a arder

toda la ciudad. (Se sienta.) Estoy cansado, Oliechka,



simpática... A menudo pienso: de no haberme casado

con Masha, me habría casado contigo, Olechka.

Eres muy buena... Estoy que no puedo más. (Se pone




a escuchar.)


OLGA- ¿Qué pasa?

KULIGUIN- Como hecho adrede, el doctor tiene

una mona, está borracho perdido. ¡Como hecho

adrede! (Se levanta.) Me parece que viene hacia aquí...

¿Oís? Sí, viene ... (Se ríe.) Qué hombre, la verdad ...

Me escondo. (Va hacia el armario y se esconde en un ángulo.)



¡Qué bandido!

OLGA- Hacía dos años que no bebía y ahora, de

pronto, se ha puesto como una cuba... (Se retira con




Natasha al fondo de la habitación.)


A . C H É J O V

80

Entra CHEBUTIKIN; atraviesa la estancia sin tambalearse,

como si no estuviera borracho; se detiene,

mira a un lado y a otro, luego se acerca al lavabo y

empieza a lavarse las manos.

CHEBUTIKIN (sombrío)- ¡Que se vayan todos al



diablo…! ¡Al diablo!... Creen que soy un doctor, que

sé curar todas las enfermedades, y no sé absolutamente

nada, he olvidado lo que sabía, no recuerdo

nada, absolutamente nada. (Olga y Natasha salen sin

que él se dé cuenta.) ¡Al diablo! El miércoles pasado,



en Zásip, cuidé una mujer: ha muerto y yo soy el

culpable de su muerte. Sí... Veinticinco años atrás,

sabía algo, pero ahora no recuerdo nada. Nada.

Quizá no soy una persona y sólo hago ver que tengo

brazos, piernas y cabeza; quizá ni siquiera existo

y sólo me parece que ando, como y duermo. (Llora.)

¡Oh, si pudiera no existir! (Deja de llorar, sombrío.) El



diablo sabe... Anteayer hablábamos en el club de

Shakespeare, de Voltaire... Yo no los he leído, no he

leído nada, y me daba aires de entenderlo. Otros hacían

como yo. ¡Qué vulgaridad! ¡Qué bajeza! Entonces

me acordé de aquella mujer del miércoles a la

que mandé al otro mundo... lo recordé todo y se me

L A S T R E S H E R M A N A S

81

quedó el alma rota, me sentí asqueroso, abominable...

entonces bebí y me emborraché...

Entran IRINA, VERSHININ, y TUSENBACH;

éste va vestido de civil; lleva un traje nuevo, a la

moda.

IRINA- Nos sentamos en este lugar. Aquí no entrará

nadie.

VERSHININ- De no haber sido por los soldados,

habría ardido toda la ciudad. ¡Buenos mozos! (Se

frota las manos de satisfacción.) ¡ Son oro puro! ¡Oh, qué



mozos más buenos!

KULIGUIN (acercándoseles)- ¿Qué hora es, señores?



TUSENBACH- Son más de las tres. Comienza a

apuntar el día.

IRINA- Todos están en la sala, nadie se va. Allí está

también su Solióni... (A Chebutikin.) Usted, doctor,



debería irse a dormir.

CHEBUTIKIN- No importa. . . Agradecido. (Se




peina la barba.)


KULIGUIN (riéndose)- ¡Ha empinado el codo, Iván

Románich! (Dándole unas palmaditas en el hombro.)

¡Bravo! In vino veritas, decían los antiguos.



A . C H É J O V

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TUSENBACH- Me han pedido con insistencia que

organice un concierto a beneficio de los damnificados.

IRINA- Pero ¿con quién?

TUSENBACH- Se podría organizar, si se quisiera.

Creo que María Serguéievna toca el piano maravillosamente.

KULIGUIN- ¡Toca maravillosamente!

IRINA- Lo ha olvidado. Lleva tres años sin tocar...

o cuatro.

TUSENBACH- En esta ciudad nadie entiende de

música, ni un alma, pero yo sí y le aseguro con palabra

de honor que María Serguéievna toca espléndidamente,

casi de manera genial.

KULIGUIN- Así es, barón. A Masha yo la quiero

mucho. Es excelente.

TUSENBACH- Saber tocar con tanta perfección y

al mismo tiempo tener conciencia de que nadie te

comprende, ¡nadie!

KULIGUIN (suspira)- Sí.. . Pero, ¿estará bien que

ella participe en un concierto? (Pausa.) Señores, yo



no lo sé. Quizá esté bien. He de reconocer que

nuestro director es una buena persona, una persona

muy buena e inteligente, pero tiene unas opiniones...

Desde luego, esto no es cosa suya, pero, de todos

L A S T R E S H E R M A N A S

83

modos, si ustedes quieren, lo mejor será que le hable.

Chebutikin toma un reloj de porcelana y lo examina.

VERSHININ- En el incendio me he tiznado de

pies a cabeza, estoy hecho un adefesio. (Pausa.) Ayer



oí decir que piensan trasladar nuestra brigada a algún

destino lejano. Unos dicen que al reino de Polonia;

otros creen que a Chitá, en la Siberia Oriental.

TUSENBACH- También yo lo he oído decir. Bueno,

si es así, la ciudad quedará desierta.

IRINA- ¡También nosotras nos iremos!

CHEBUTIKIN (deja caer el reloj, que se rompe)- ¡ Se ha



hecho añicos!

Pausa; todos se quedan disgustados y confusos.

KULIGUIN (recogiendo los fragmentos)- ¡Romper un



objeto de tanto valor! ¡Ah, Iván Románich, Iván

Románich! ¡Cero con menos en conducta!

IRINA- Era el reloj de nuestra difunta madre.

CHEBUTIKIN- Es posible... ¿De mamá? Pues será

de mamá. Es posible que no lo haya roto, sino que

sólo parezca que lo he roto. Es posible que a nosoA



. C H É J O V

84

tros sólo nos parezca que vivimos y, en realidad, no

existamos. No sé nada, nadie sabe nada. (junto a la

puerta.) ¿Qué miran? Natasha tiene sus amoríos con



Protopópov y ustedes no lo ven... Ustedes están

aquí y no ven nada, pero Natasha tiene amoríos con

Protopópov... (Canta.) ¿No quieren tomarse esta

píldora? ... (Sale.)

VERSHININ- Sí ... (Riendo.) ¡Qué raro es todo esto,

en el fondo! (Pausa.) Cuando se ha iniciado el incendio,



me he ido a casa a toda prisa: llego y veo

que nuestra casa está intacta y fuera de peligro, pero

mis dos pequeñas habían salido al umbral de la

puerta, en camisa, y la madre no estaba; la gente iba

de un lado para otro, pasaban caballos y perros corriendo,

y las caras de las niñas tenían una expresión

de inquietud, de terror, de súplica, no sé de qué; se

me ha encogido el corazón al ver aquellas caras.

Dios mío, pienso, ¡ lo que tendrán que ver aún estas

criaturitas en el transcurso de su larga vida! Las cojo,

me echo a correr y no pienso más que en una cosa:

¡ lo que tendrán que ver aún en este mundo! (Se oye

tocar a rebato; pausa.) Llego aquí, y encuentro a su



madre, que grita y se enoja.

L A S T R E S H E R M A N A S

85

MASHA entra con la almohada y se sienta en el diván.

Cuando mis niñas estaban medio desnudas en el

umbral de la puerta y la calle quedaba roja por el

resplandor del fuego y por todas partes había un

ruido espantoso, he pensado que algo por el estilo

debía de suceder muchos años atrás, cuando inesperadamente

aparecía el enemigo y saqueaba e incendiaba...

De todos modos, ¡ qué diferencia, en el

fondo, entre ahora y entonces! Pasará un poco más

de tiempo, doscientos o trescientos años más, y la

vida nuestra de hoy será vista con espanto y con

burla; todo lo actual parecerá torpe, pesado, muy

incómodo y extraño. ¡Oh, probablemente, qué vida

será esa, qué vida! (Riéndose.) Perdón, otra vez me he



puesto a filosofar. Pero permítanme continuar, señores.

Siento enormes deseos de filosofar, este es

ahora mi estado de ánimo. (Pausa.) Parece que todos



están durmiendo. Pues decía: ¡ qué vida será ésa!

Ustedes sólo pueden imaginárselo... Mujeres como

ustedes en la ciudad ahora sólo hay tres, pero en las

siguientes generaciones habrá más, cada vez más, y

llegará un día en que todo habrá cambiado tal como

ustedes desean, se vivirá como ustedes quieren que

A . C H É J O V

86

se viva; luego, también ustedes envejecerán, nacerán

gentes que serán mejores... (Se ríe.) Hoy me siento



de un humor especial, con unos endiablados deseos

de vivir... (Canta.) “Todas las edades se rinden al

amor, cuyos impulsos son siempre saludables..." (Se




ríe.)


MASHA- Tram-tam-tam ...

VERSHININ- Tam-tam ...

MASHA- ¿Tra-ra-rá?

VERSHININ- Tra-ta-tá. (Se ríe.)



Entra FEDÓTIK.

FEDÓTIK (bailando)- ¡Quemado estoy, quemado

estoy! ¡Ni una brizna ha quedado! (Risas.)



IRINA- Pues vaya broma. ¿Todo ha ardido?

FEDÓTIK (riéndose)- No ha quedado ni una brizna,



nada. Se me ha quemado la guitarra, se me han quemado

las fotografías y todas las cartas... Quería regalarle

un cuadernito de notas, también se ha quemado.

Entra SOLIÓNI.

L A S T R E S H E R M A N A S

87

IRINA- No, por favor, salga, Vasili Vasílich. Aquí

no se puede entrar.

SOLIÓNI- ¿Y por qué al barón se le permite y a mí

no?

VERSHININ- Verdaderamente, hay que salir. ¿Y el

incendio?

SOLIÓNI- Dicen que va de baja. Sí, me parece

verdaderamente extraño, ¿por qué al barón se le

permite y a mí no? (Saca un frasco de perfume y se perfuma.)



VERSHININ- Tram-tam-tam.

MASHA- Tram-tam.

VERSHININ (se ríe; a Solióni)- Vámonos a la sala.



SOLIÓNI- Está bien, lo tendremos en cuenta. Podría

explicar mejor el pensamiento, pero temo irritar

a los gansos... (Mirando a Tusenbach.) Pita, pita, pita...




(Sale con Vershinin y Fedótik).


IRINA- Cuánto humo ha dejado este Solióni... (Sorprendida.)



¡El barón duerme! ¡Barón! ¡Barón!

TUSENBACH (despertándose)- La verdad, estoy cansado...



La fábrica de ladrillos... No es que sueñe, es

que pronto iré, sin falta, a la fábrica de ladrillos y me

pondré a trabajar... Ya hemos hablado del asunto.

(A Irina, con ternura.) Está usted tan pálida, es tan

hermosa, tan encantadora... Me parece que su paliA



. C H É J O V

88

dez llena de claridad el aire oscuro, como la luz...

Usted está triste, no está contenta de la vida... ¡Oh,

váyase conmigo, vámonos a trabajar juntos!

MASHA- Nikolái Lvóvich, váyase de aquí.

TUSENBACH (riéndose)- ¿Está usted aquí? No la

veo... (Besa la mano a Irina.) Adiós, me voy... La miro



ahora y recuerdo cómo, hace tiempo, un día de su

santo, animosa y contenta, hablaba usted de las alegrías

del trabajo. . . ¡Y qué feliz me imaginaba yo la

vida entonces! ¿Dónde está aquella vida feliz? (Le

besa la mano.) Tiene usted lágrimas en los ojos.



Acuéstese, ya empieza a romper el día... comienza la

mañana... ¡ Si se me permitiera dar la vida por usted!

MASHA- ¡Nikolái Lvóvich, márchese! Cómo he de

decírselo....

TUSENBACH- Me voy... (Sale.)

MASHA (tendiéndose sobre el diván)- ¿Duermes, Fiódor?



KULIGUIN- ¿Eh?

MASHA- Deberías irte a casa.

KULIGUIN- Querida Masha mía, amada Masha

mía...

IRINA- Está fatigada. Déjala descansar, Fedia.

KULIGUIN- Ahora me iré ... Mi buena esposa mía,

encanto ... Te amo, adorada...

L A S T R E S H E R M A N A S

89

MASHA (Con irritación)- Amo, amas, amat, amamus,




amatis, amant.


KULIGUIN (riéndose)- Sí, es sorprendente, maravillosa.



Hace siete años que nos casamos y parece que

fue ayer. Palabra de honor. Sí, la verdad, eres una

mujer sorprendente. ¡Estoy contento, estoy contento,

estoy contento!

MASHA- Estoy harta, estoy harta, estoy harta... (Se

incorpora y habla sentada.) Es inútil, no puedo quitármelo



de la cabeza... Es sencillamente indignante. Lo

tengo metido en el cerebro como un clavo, no puedo

callar. Me refiero a Andréi... Ha hipotecado esta

casa en el Banco y el dinero se lo ha quedado todo

su mujer. ¡Pero la casa no es sólo de él, sino de los

cuatro! Él debe saberlo, si es una persona decente.

KULIGUIN- ¡Buenas ganas de pensar en ello,

Masha! ¿Qué más te da? Andriusha está entrampado

con todo el mundo, déjale y bendito sea Dios.

MASHA- De todos modos, es indignante. (Se tiende




en el diván.)


KULIGUIN- Tú y yo no somos pobres. Yo trabajo,

voy al gimnasio, luego doy clases particulares.

Soy un hombre honesto, sencillo. Omnia mea mecum

porto5, como se dice.

5 Todo lo mío lo llevo conmigo.



A . C H É J O V

90

MASHA- No me falta nada, cierto, pero la injusticia

me subleva. (Pausa.) Vete, Fiódor.

KULIGUIN (la besa)- Estás fatigada, descansa media



horita, yo me sentaré allí y te esperaré. Duerme...

(Se aleja.) Estoy contento, estoy contento, estoy

contento. (Sale.)



IRINA- Sí, es cierto, qué mezquino se ha vuelto

nuestro Andréi, ¡cómo se ha estropeado y cómo ha

envejecido al lado de esta mujer! Hubo un tiempo

en que se preparaba para ser catedrático de universidad,

y ayer se vanagloriaba de haber sido nombrado,

por fin, miembro de la Administración del zemstvo.



Él es miembro de la Administración y Protopópov,

presidente... Toda la ciudad habla y se ríe, él es

el único que no sabe nada ni ve nada... Ya ves, todo

el mundo ha corrido al lugar del incendio y él se ha

quedado en su habitación, tan tranquilo. No sabe

hacer otra cosa que tocar el violín. (Nerviosamente.)

¡Oh, es terrible, terrible, terrible! (Llora.) No puedo



soportar esto por más tiempo... ¡No puedo, no

puedo!...

OLGA entra y pone un poco de orden en su mesita.

L A S T R E S H E R M A N A S

91

IRINA (estallando en sollozos)- ¡Echadme, echadme,



no puedo más!...

OLGA (asustada)- ¿Qué te pasa, qué te pasa? ¡Querida!

IRINA (sollozando)- ¿Dónde, dónde se ha perdido



todo? ¿Dónde está? ¡Oh, Dios mío, Dios mío! Lo

he olvidado todo, todo... se me ha confundido en la

cabeza. . . No recuerdo cómo se dice "ventana" en

italiano, o "techo". . . Lo olvido todo, cada día olvido

más, y la vida se va y no volverá nunca; nunca,

nunca iremos a Moscú... Ya veo que no iremos...

OLGA- Querida, querida...

IRINA (conteniéndose)- Oh, qué desgraciada soy... No



puedo trabajar, no trabajaré más. ¡Basta, basta! Fui

telegrafista, ahora estoy empleada en la administración

municipal y siento odio y desprecio por todo lo

que me dan a hacer... Voy ya para los veinticuatro

años, trabajo hace tiempo y se me ha secado el cerebro,

me he quedado delgada, fea, vieja, sin ninguna

satisfacción, ninguna, ninguna, pero el tiempo

pasa y me parece que cada vez me alejo más de la

vida auténtica y hermosa, que avanzo cada vez más

hacia un abismo. Estoy desesperada y no comprendo

cómo todavía vivo, cómo no me he matado

aún...

A . C H É J O V

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OLGA- No llores, pequeña mía, no llores... Me haces

sufrir.

IRINA- Ya no lloro, no lloro... Basta... Mira, ya no

lloro. Basta ... ¡Basta!

OLGA- Querida, te lo digo como hermana, como

amiga, si quieres seguir mi consejo, cásate con el barón.

Irina llora silenciosamente.

Tú le respetas, le tienes en alta estima... Cierto, no

es hermoso, pero es tan decente, tan puro... Se toma

esposo no sólo por amor, sino también para cumplir

un deber. Por lo menos yo lo creo así y me habría

casado sin amor. Habría aceptado no importa a

quién, mientras hubiera sido un hombre honesto.

Hasta con un viejo me habría casado.

IRINA- Siempre esperaba que nos trasladáramos a

Moscú y allí habría encontrado al hombre de mi vida;

soñaba con él, lo amaba... Pero resulta que todo

esto no son más que tonterías, tonterías...

OLGA (abraza a su hermana)- Querida mía, encantadora



hermana mía, lo comprendo todo, cuando el

barón Nikolái Lvóvich se retiró del servicio militar y

vino a vernos de paisano, me pareció tan feo que

L A S T R E S H E R M A N A S

93

hasta me puse a llorar. Me preguntó: “¿Porqué llora?”

¡Cómo se lo iba a decir! Pero si Dios hiciera

que se casara contigo, me sentiría feliz. Porque en

estos casos lo que cuenta es otra cosa, completamente

distinta.

NATASHA, con una vela en la mano, atraviesa la

escena, entra por la puerta de la derecha y sale por

la de la izquierda sin decir nada.

MASHA (sentándose)- Camina como si fuera ella la



que ha pegado fuego a la ciudad.

OLGA- Eres una tonta, Masha. La más tonta de la

familia eres tú, y perdona. (Pausa.)



MASHA- Quiero confesaros una cosa, queridas

hermanas. Tengo el alma atormentada. Os lo confesaré

a vosotras y no lo diré a nadie más, nunca. .. Os

lo diré todo en seguida (En voz baja.) Es mi secreto,



pero vosotras debéis saberlo todo... No puedo callar.

(Pausa.) Amo, amo..



Amo a este hombre... Acabáis de verle... Bueno, sí...

En una palabra, amo a Vershinin...

OLGA (se va a su cama detrás del biombo)- Deja esto.



De todos modos no te oigo.

A . C H É J O V

94

MASHA- ¡Qué hacer! (Se lleva las manos a la cabeza.)



Al principio me parecía raro, luego me dio pena...

después comencé a amarle... le amé por su voz, por

sus palabras, por sus desgracias, por sus dos hijitas...

OLGA (tras el biombo)- De todos modos, no oigo.



Puedes decir las tonterías que quieras, de todos modos

no oigo.

MASHA- Qué boba eres, Olia. Si amo, quiere decir

que éste es mi destino. Quiere decir que mi hado es

éste... Y él también me quiere... Todo esto es terrible,

¿eh? ¿Verdad que no está bien esto? (Coge a Irina

del brazo y la atrae hacia sí.) Querida... ¿cómo viviremos?



¿Qué será de nosotras? Cuando lees una

novela, te parece que todo es viejo y está claro, pero

cuando eres tú misma la que amas, entonces ves que

nadie sabe nada y que cada uno ha de resolver por sí

mismo... Queridas hermanas mías... Os lo he confesado

todo, ahora callaré... Ahora seré como el loco

descrito por Gógol... silencio... silencio...

Entra ANDRÉI, seguido de FERAPONT.

ANDRÉI (irritado)- ¿Qué quieres? No te comprendo.



L A S T R E S H E R M A N A S

95

FERAPONT (en la puerta, impaciente)- Se lo he dicho



ya una decena de veces, Andréi Serguéievich.

ANDRÉI- ¡En primer lugar, para ti no soy Andréi

Serguéievich, sino Su Señoría!

FERAPONT- Los bomberos, Su Señoría, piden

que se les deje pasar por el jardín para ir al río. Si

no, han de dar toda la vuelta con las cubas, es un

tormento.

ANDRÉI- Está bien. Diles que está bien. (Ferapont

se va.) Estoy hasta la coronilla. ¿Dónde está Olga?



OLGA sale de detrás del biombo.

He venido a verte a ti, dame la llave del armario, he

perdido la mía. Tú tienes una llavecita pequeña.

Olga le da la llave, sin decir nada; Irina se retira a su

cama, tras el biombo; pausa.

ANDRÉI- ¡Qué incendio más enorme! Ahora ha

empezado a ceder. Diablo, ese Ferapont me ha sacado

de quicio; le he dicho una estupidez... Su Señoría...

(Pausa.) ¿Por qué no dices nada, Olia? (Pausa.)



Ya es hora de dejarse de estupideces y no ponerse

de morros sin razón alguna. Tú, Masha, estás aquí,

A . C H É J O V

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tú también, Irina; magnífico, vamos a poner las cosas

en claro, de una vez para siempre. ¿Qué tenéis

contra mí? ¿Qué?

OLGA- Deja, Andriusha. Mañana nos explicaremos.

(Inquietándose.) ¡Qué noche más espantosa!

ANDRÉI (muy confuso)- No te inquietes. Os lo pregunto



con la mayor calma: ¿qué tenéis contra mí?

Decidlo francamente.

Voz de Vershinin: "¡Tram-tam-tam!"

MASHA (se levanta; en voz alta)- ¡Tra-ta-tá! (A Olga.)

Adiós, Olía que Dios te guarde. (Va detrás del biombo,

besa a Irina.) Duerme tranquila... Adiós, Andréi. Vete,

están fatigadas... te explicarás mañana... (Se va.)

OLGA- Sí, Andriusha, dejémoslo para mañana... (Se

retira detrás de .su biombo.) Es hora de dormir.



ANDRÉI- Diré sólo lo que pensaba deciros y me

iré. Ahora mismo... En primer lugar, tenéis algo

contra Natasha, mi mujer; lo vengo observando

desde el mismo día de mi boda. Natasha es una persona

excelente, honrada, franca y noble, aquí tenéis

mi opinión. Yo amo y estimo a mi mujer, ¿comprendéis?,

la estimo, y exijo que los demás también

la estimen. Repito, es una, persona honesta y noble,

L A S T R E S H E R M A N A S

97

y todos vuestros descontentos, perdonad, no son

más que caprichos... (Pausa.) En segundo lugar, parece



que estáis picadas conmigo porque no soy profesor

y no me dedico a la ciencia. Pero estoy

empleado en la Administración del zemstvo, soy



miembro de la Administración y considero que el

servicio que así presto es tan sagrado y eminente

como el servir a la ciencia. Soy miembro de la Administración

del zemstvo y me enorgullezco de ello, si

queréis saberlo... (Pausa.) En tercer lugar... Aún he



de decir... He hipotecado la casa sin haberos pedido

consentimiento... En esto he obrado mal, sí, y ruego

que se me perdone. Me han impelido a hacerlo así

las deudas... Treinta y cinco mil rublos... Ya no juego

a las cartas, hace tiempo que he dejado el juego,

pero lo más importante de cuanto puedo decir en

justificación mía es que vosotras sois chicas y recibís

una pensión, mientras que yo no tenía ... ninguna

ganancia, por decirlo así ... (Pausa.)

KULIGUIN (a la puerta)- ¿No está aquí Masha?

(Alarmado.) ¿Pero dónde está? Qué raro... (Sale.)



ANDRÉI- No me escuchan. Natasha es una persona

excelente, honesta,. (Camina por la escena en silencio,

luego se detiene.) Cuando me casé creía que seríamos



felices. . . que todos seríamos felices... Pero, Dios

A . C H É J O V

98

mío... (Llora.) Queridas hermanas mías, queridas

hermanas, no me creáis, no me creáis... (Sale.)

KULIGUIN (a la puerta, alarmado)- ¿Dónde está



Masha? ¿No está aquí Masha? Qué cosa más rara.

(Sale.)


Tocan a rebato, la escena está vacía.

IRINA (desde detrás del biombo)- ¡Olia! ¿Quién da



golpes en el suelo?

OLGA- Es el doctor Iván Románich. Está borracho.

IRINA- ¡Qué noche más intranquila! (Pausa.) ¡ Olia!

(Asoma la cabeza por detrás del biombo.) ¿Lo has oído?



Se llevan la brigada de aquí, la trasladan no sé dónde,

lejos.

OLGA- Esto son rumores, nada más.

IRINA- Entonces nos quedaremos solas... ¡ Olia!

OLGA- ¿Eh?

IRINA- Querida, mi buena hermana, respeto al barón,

le estimo, es un hombre excelente, me casaré

con él, estoy de acuerdo, pero ¡vámonos a Moscú!

L A S T R E S H E R M A N A S

99

Te lo suplico, ¡vámonos! ¡Nada hay en el mundo

mejor que Moscú! ¡Vamos! ¡ Olia! ¡Vámonos!

Telón


A . C H É J O V

100

ACTO CUARTO


El viejo jardín de la casa de los Prozórov. Larga

avenida de abetos, en cuyo extremo se ve el río. Al

otro lado del río, un bosque. A la derecha, la terraza

de la casa; en la terraza, sobre una mesa, botellas y

vasos; se ve que acaban de beber champaña. Mediodía.

De vez en cuando, unos transeúntes van

desde la calle al río, por el jardín; pasan unos cinco

soldados rápidamente. CHEBUTIKIN, de excelente

humor durante todo el acto, está sentado en

un sillón, en el jardín, esperando que le llamen; lleva

gorra de plato y bastón. IRINA, KULIGUIN -con

una condecoración al cuello y sin bigote- y

TUSENBACH, de pie en la terraza, se despiden de

FEDÓTIK y RODE, que bajan los peldaños de la

misma; los dos oficiales llevan uniforme de campaña.

L A S T R E S H E R M A N A S

101

TUSENBACH (besa a Fedótik)- Es usted muy bueno,

hemos vivido como excelentes amigos. (Besa a

Rode.) Otra vez... ¡Adiós, querido amigo!



IRINA- ¡Hasta más ver!

FEDÓTIK- Hasta más ver, no; ¡ adiós! ¡Ya no volveremos

a vernos!

KULIGUIN- ¡Quién sabe! (Se seca los ojos, se sonríe.)



Hasta yo me he puesto a llorar.

IRINA- Algún día volveremos a encontrarnos.

FEDÓTIK- ¿Dentro de diez o quince años? Mas

entonces apenas nos reconoceremos, nos saludaremos

fríamente... (La fotografía.) No se muevan...



Otra vez, la última.

RODE (abrazando a Tusenbach)- No volveremos a

vemos... (Besa la mano a Irina.) Gracias por todo,



¡por todo!

FEDÓTIK (contrariado)- Pero ¡ quieto!



TUSENBACH- Quiera Dios que nos veamos. De

todos modos, escríbannos. Escriban sin falta.

RODE (contemplando el jardín)- ¡Adiós, árboles! (Grita.)

¡Hop-hop! (Pausa.) ¡Adiós, eco!



A . C H É J O V

102

KULIGUIN- Quién sabe, a lo mejor se casan allí,

en Polonia. Su mujer polaca, al abrazarle le dirá:

"Kochany"6 (Se ríe.)

FEDÓTIK (mirando el reloj)- Nos queda menos de



una hora. De nuestra batería, únicamente SOLIÓNI

irá en gabarra; nosotros iremos con la tropa. Hoy se

ponen en marcha tres baterías en formación divisionaria;

mañana, otras tres, y entonces quedará la

ciudad silenciosa y tranquila.

TUSENBACH- Y con un tedio espantoso.

RODE- Pero, ¿dónde está María Serguéievna?

KULIGUIN- Masha está en el jardín.

FEDÓTIK- Habría que despedirse de ella.

RODE- Adiós, hay que irse; si no, voy a llorar...

(Abraza rápidamente a Tusenbach y a Kuliguin, besa la

mano a Irina.) Hemos pasado aquí un tiempo inolvidable...

FEDÓTIK (A Kuliguin)- Esto, en recuerdo... Un

cuadernito, con lápiz... Iremos al río por aquí. . . (Se

alejan, volviendo la cabeza.)

RODE (grita)- ¡Hop-hop!

KULIGUIN (grita)- ¡Adiós!

6 Amor mío (en polaco).



L A S T R E S H E R M A N A S

103

En el fondo de la escena, Fedótik y Rode se encuentran

con MASHA y se despiden; Masha se va

con ellos.

IRINA- Se han ido... (Se sienta en el último peldaño de

la terraza.)



CHEBUTIKIN- Se les ha olvidado despedirse de

mí.

IRINA- ¿Y usted qué?

CHEBUTIKIN- Pues yo también me he olvidado

en cierto modo. Pero les veré pronto; parto mañana.

Sí... Me queda aún un breve día. Dentro de un

año me dan el retiro, volveré aquí y viviré el resto de

mi vida a su lado. Para la pensión, no me falta más

que un añito... (Mete un periódico en el bolsillo y saca

otro.) Vendré aquí, al lado de ustedes, y cambiaré radicalmente



de vida. Me convertiré en una persona

muy tranquilita, muy compla... ciente, muy decentita...

IRINA- Sí, debería usted cambiar de vida, amigo

mío. Debería hacerlo, como fuera.

CHEBUTIKIN- Sí. Me doy cuenta de ello. (Canta a

media voz.) Ta-rará... bum-bón... sentado estoy en un



mojón...

A . C H É J O V

104

KULIGUIN- ¡Es usted incorregible, Iván Románich!

¡ Incorregible!

CHEBUTIKIN- Debería ponerme en sus manos.

Entonces me corregiría.

IRINA- Fiódor se ha afeitado el bigote. ¡No puedo

mirarle!

KULIGUIN- ¿Por qué?

CHEBUTIKIN- De buena gana diría a qué se parece

ahora su fisonomía, pero no puedo.

KULIGUIN- ¡Qué le vamos a hacer! Es la costumbre,

es el modus vivendi. Nuestro director se ha afeitado



el bigote, yo también me lo he afeitado al ser

nombrado inspector. No gusta a nadie, pero a mí

me da lo mismo. Estoy contento. Tan contento estoy

si llevo bigote como si no lo llevo... (Se sienta.)



En el fondo de la escena, pasa ANDRÉI llevando

en un cochecito a una criaturita dormida.

IRINA- Iván Románich, mi buen Iván Románich,

estoy terriblemente preocupada. Usted ayer estaba

en el bulevar; dígame, ¿qué pasó allí?

CHEBUTIKIN- ¿Qué pasó? Nada. Tonterías. (Lee

el periódico.) ¡Qué más da!



L A S T R E S H E R M A N A S

105

KULIGUIN- Dicen , al parecer, Solióni y el barón

se encontraron ayer en el bulevar, cerca del teatro...

TUSENBACH- ¡Déjenlo! Bueno, basta ya... (Hace




un gesto con la mano y entra en la casa.)


KULIGUIN- Cerca del teatro... Solióni comenzó a

meterse con el barón y éste, sin poder aguantar más,

le dijo algo ofensivo...

CHEBUTIKIN- No lo sé. Todo son tonterías.

KULIGUIN- Una vez, en no se qué seminario, un

maestro, al pie de una composición escribió en ruso,

con caracteres cirílicos: “tontería” y el alumno leyó

"renixa", creyendo que estaba escrito en latín. (Se

ríe.) ¿Da risa, no? Es sorprendente. Dicen que Solióni



está enamorado de Irina y que, al parecer, odia

al barón... Se comprende. Irina es una muchacha

muy buena. Hasta se parece a Masha; está siempre

pensativa, como ella. Sólo que tú, Irina, tienes un

carácter más dulce. Aunque también Masha tiene

buen carácter. Yo la amo, a Masha.

En el fondo del jardín, fuera de la escena, resuena el

grito de: "¡Aú! ¡Hop, hop! "

IRINA (se estremece)- Hoy parece que todo me asusta.

(Pausa.) Ya lo tengo todo preparado, y después



A . C H É J O V

106

del almuerzo mandaré el equipaje. Mañana el barón

y yo nos casamos; mañana mismo partiremos hacia

la fábrica de ladrillos y pasado mañana ya estaré en

la escuela; comenzará una nueva vida. Dios no dejará

de ayudarme. Cuando aprobé el examen de

maestra, hasta lloré de alegría, de felicidad... (Pausa.)



Ahora vendrá el carro para recoger el equipaje...

KULIGUIN- Está bien, está bien, pero todo esto

me parece poco serio. Todo son ideas, pero cosa

seria, poca. De todos modos, te deseo lo mejor, con

toda el alma.

CHEBUTIKIN (enternecido)- Niña, mi buena niña...



Mi niña de oro... Ha llegado usted muy lejos, no hay

manera de alcanzarla. Me he quedado rezagado,

como pájaro de paso que, ya viejo, no puede volar.

¡Pero ustedes, hijas mías, vuelen, vuelen y que Dios

las guarde! (Pausa.) Ha hecho mal Fiódor, Ilich cortándose



el bigote.

KULIGUIN- ¡Basta ya de dar la lata! (Suspirando.)



Hoy se van los militares y todo volverá a lo de antes.

Digan lo que quieran. Masha es una mujer buena,

honesta, yo la quiero mucho y doy gracias a mi

destino. El destino de las personas es muy diverso...

En contribuciones está empleado un tal Koziriov.

Estudiábamos juntos; no pasó de la quinta clase del

L A S T R E S H E R M A N A S

107

gimnasio porque no podía comprender de ningún

modo el ut consecutivum. Ahora se encuentra en la



más negra miseria, está enfermo, y cuando le veo le

digo: “Hola, ut consecutivum. “Sí -me responde-, precisamente

consecutivum”... y tose. En cambio, yo he



tenido suerte toda mi vida, soy feliz, incluso he sido

condecorado con la orden de San Estanislao de segundo

grado y ahora soy yo quien enseña a otros

ese ut consecutivum. Claro, yo soy un hombre inteligente,



más inteligente que muchos otros, pero la felicidad

no consiste en esto...

Se oye tocar al piano La plegaria de una virgen en el



interior de la casa.

IRINA- Mañana por la tarde ya no oiré esta Plegaria

ni me encontraré con Protopópov... (Pausa.) Ahora,



Protopópov está ahí, en el salón, hoy también ha

venido...

KULIGUIN- ¿No ha llegado aún la directora?

IRINA- No. Hemos mandado llamarla. ¡ Si supiera

cuán difícil me es vivir aquí sola, sin Olia!... Ella vive

en el gimnasio; como es la directora, está ocupada

todo el día, y yo estoy sola, me aburro, no tengo

nada qué hacer, y me resulta odiosa hasta la habitaA



. C H É J O V

108

ción en que vivo... Así que me he dicho: si no me

está reservado ir a Moscú, paciencia. Esto significa

que no es éste mi destino. Qué le vamos a hacer.

Todo depende de la voluntad divina, ésta es la verdad.

Nikolái Lvóvich me ha pedido la mano... Pues

bien, he reflexionado y me he decidido. Es una

buena persona, hasta sorprende que sea tan bueno...

De pronto ha parecido que me habían salido alas en

el alma, me he sentido más alegre, más gozosa y de

nuevo me han entrado deseos de trabajar, trabajar. .

. Sólo que ayer ocurrió algo y es como si sobre mi

hubiera quedado suspendido un misterio...

CHEBUTIKIN- “Renixa”. Tonterías.

NATASHA (a la ventana)- ¡La directora!



KULIGUIN- Ha llegado la directora. Vamos.

Entra con Irina en la casa.

CHEBUTIKIN (lee el periódico y canturrea)- Ta-ra-rá...



bum-bón sentado estoy en un mojón...

MASHA se acerca; en el fondo de la escena,

ANDRÉI pasa con el cochecito.

MASHA- Aquí está repantigado, tan satisfecho...

L A S T R E S H E R M A N A S

109

CHEBUTIKIN- ¿Y qué?

MASHA (se sienta)- Nada... (Pausa.) ¿Amaba usted a



mi madre?

CHEBUTIKIN- Mucho.

MASHA- ¿Y ella a usted?

CHEBUTIKIN (después de una pausa)- Esto ya no lo



recuerdo.

MASHA- ¿El mío está aquí? Así, en otro tiempo,

nuestra cocinera Marfa llamaba a su guardia municipal:

"el mío". ¿El mío está aquí?

CHEBUTIKIN- Todavía no.

MASHA- Cuando uno toma la felicidad en momentos

fugaces, a pedacitos, y luego la pierde, como

yo, se va volviendo duro, maligno. (Señalándose el pecho.)

Aquí tengo un avispero... (Mirando a su hermano

Andréi, que pasa con el cochecito.) Ahí está nuestro Andréi,



nuestro hermano... Todas las esperanzas se

han perdido. Una vez, miles de personas levantaban

una campana; se había gastado mucho trabajo y

mucho dinero, pero de súbito, la campana cayó y se

rompió. De súbito, sin más. Lo mismo ha ocurrido

con Andréi…

ANDRÉI- ¿Cuándo, por fin , habrá tranquilidad en

esta casa? ¡Qué ruido!

A . C H É J O V

110

CHEBUTIKIN- Pronto.(Mira el reloj) Mi reloj es

viejo, es de los que dan las horas…(Da cuerda al reloj,

y éste suena) Las baterías primera, segunda y quinta

parten a la una en punto. (Pausa) Yo me voy mañana.



ANDRÉI- ¿Para siempre?

CHEBUTIKIN- No lo sé. Quizá vuelva dentro de

un año. Aunque el diablo lo sabe…da lo mismo…

Se oye tocar el arpa y el violín en algún lugar lejano.

ANDRÉI- La ciudad quedará desierta. Será como si

le pusieran una tapadera.(Pausa.) Ayer ocurrió algo



junto al teatro; todos hablan de ello y yo ni me he

enterado

CHEBUTIKIN- Nada. Tonterías. Solióni empezó a

meterse con el barón y éste se exaltó y le insultó; al

fin, Solióni se vio obligado a retarlo en duelo.(Mira

el reloj.) Ya es hora, me parece…A las doce y media,



en el bosque del Estado, en ese que desde aquí se

ve, al otro lado del río…¡ Pof-paf! (Se ríe.) Solióni se



imagina que es Lérmontov, y hasta escribe poesías.

Bromas aparte, éste es ya su tercer duelo.

MASHA- ¿El tercer duelo de quién?

CHEBUTIKIN- De Solióni.

L A S T R E S H E R M A N A S

111

MASHA- ¿Y el barón?

CHEBUTIKIN- Y el barón, ¿qué? (Pausa)



MASHA- Todo se me confunde en la cabeza…De

todos modos, yo digo que no se debe permitir. Puede

herir al barón o incluso matarle.

CHEBUTIKIN- El barón es una buena persona,

pero ¿no da lo mismo un barón más o menos?

¡Déjenles! ¡Da lo mismo! (Se oye gritar al otro lado del

jardín: “¡Aú! ¡ Hop-hop!”) Esperarás. Es Skvortsov



quien grita, uno de los padrinos. Espera en una barca.

(Pausa)



ANDRÉI- A mi juicio, tanto participar en un duelo

como asistir a él, aunque sea en calidad de médico,

es sencillamente inmoral.

CHEBUTIKIN- Sólo lo parece…Nosotros no

existimos, no existe nada en este mundo; no existimos,

sólo parece que existimos…¿No da lo mismo?

MASHA- Todo el día se lo pasan hablando, hablando…(

Da unos pasos) Vivimos en un clima donde



cuando menos lo esperamos puede caer la nieve, y

aún hay que aguantar esas conversaciones…(Se detiene)



No entraré en esta casa, no puedo…Cuando

venga Vershinin, díganmelo…(Camina por el paseo)

Ya vuelan las aves de paso, ya vuelan…(Mira hacia



A . C H É J O V

112

el cielo) Son cisnes o gansos…Queridos pájaros mío,

felices pájaros…(Sale)



ANDRÉI- Nuestra casa quedará desierta. Se van los

oficiales, se va usted, mi hermana se casa y yo me

quedaré solo aquí.

CHEBUTIKIN- ¿Y su mujer?

FERAPONT entra con unos papeles.

ANDRÉI- La mujer es la mujer. Es honesta, seria,

buena, pero al mismo tiempo hay en ella algo que la

rebaja a la condición de animal mezquino, ciego,

huraño. En todo caso, no es un ser humano. Le hablo

a usted como a un amigo, como la única persona

a la que puedo abrir el alma. Yo amo a Natasha,

es verdad; pero a veces ella me parece extraordinariamente

vulgar, y entonces me siento desconcertado,

no comprendo por qué la amo tanto o, por lo

menos, la he amado…

CHEBUTIKIN (Se levanta)- Yo, hermano, mañana



me voy; quizá no volvamos a vernos nunca más;

escucha, pues, mi consejo. Mira, ponte el gorro, toma

el bastón y márchate…Márchate y camina, camina

sin volver la cabeza. Cuanto más lejos te

vayas, mejor.

L A S T R E S H E R M A N A S

113

SOLIÓNI pasa por el fondo de la escena con DOS

OFICIALES; al ver a Chebutikin, se le acerca; los

oficiales prosiguen su camino.

SOLIÓNI- ¡Doctor, ya es hora! Son ya las doce y

media.(Saluda a Andréi. )



CHEBUTIKIN- Ahora mismo. Me tienen harto ya

todos ustedes. (A Andréi.) Si alguien pregunta por



mí, Andriusha, dirás que en seguida vuelvo…(

Suspira.)¡Ay, ay, ay!



SOLIÓNI- “Sin darle tiempo a soltar un grito, le

tuvo el oso abatido.” (Camina al lado de Chebutikin.)



¿De qué se está usted quejando, viejo?

CHEBUTIKIN- ¡Bah!

SOLIÓNI- ¿Qué tal la salud?

CHEBUTIKIN (irritado)- Como una guitarra destemplada.



SOLIÓNI- Viejo, te intranquilizas en vano. Me

contentaré con poca cosa: le pegaré un tiro como si

disparara contra una perdiz. (Saca un frasco y se perfuma

las manos.) Hoy me he echado a las manos un



frasco entero de perfume y aún huelen. Me huelen a

cadáver.(Pausa.) Ya…¿Recuerda esos versos? “Y él,



A . C H É J O V

114

rebelde, busca la tempestad, como si en las tempestades

se encontrara la paz”7



CHEBUTIKIN- Sí. “Sin darle tiempo a soltar un

grito, le tuvo un oso abatido” (Se va con Solióni.)



Se oyen gritos: “¡Hop!¡Aú!”; ANDRÉI y

FERAPONT entran.

FERAPONT- Hay que firmar estos papeles.

ANDRÉI (nerviosamente)- ¡Déjame en paz! ¡Déjame!

¡Te lo suplico! (Se va empujando el cochecito)



FERAPONT- Los papeles son para esto, para que

los firmen.(Se va hacia el fondo de la escena)



Entran IRINA y TUSENBACH, que lleva un sombrero

de paja; KULIGUIN cruza la escena gritando:

“¡Aú, Masha, aú!”

TUSENBACH- Según me parece, ésta es la única

persona de la ciudad que se alegra de que los militares

se marchen.

IRINA- Es comprensible (Pausa.) Nuestra ciudad



quedará desierta ahora.

TUSENBACH- Querida, en seguida vuelvo.

7 De la poesia La vela, de Lermontov.



L A S T R E S H E R M A N A S

115

IRINA- ¿A dónde vas?

TUSENBACH- Tengo que ir a la ciudad, y luego…

a despedir a unos camaradas.

IRINA- No es verdad… Nikolái, ¿por qué estás tan

distraído hoy? (Pausa.)¿Qué ocurrió ayer junto al



teatro?

TUSENBACH (Con un movimiento de impaciencia)-



Dentro de una hora volveré y estaré otra vez contigo.

(Le besa la mano.) Tesoro mío…(Mirándola fijamente

a la cara.) Hace ya cinco años que te amo y aún



lo creo un sueño; cada día me pareces más hermosa.

¡Qué cabellos más maravillosos, admirables! ¡Qué

ojos! Mañana te llevaré de aquí, trabajaremos, seremos

ricos, mis sueños cobrarán vida. Serás feliz.

Sólo que, verás, verás: ¡ tú no me amas!

IRINA- ¡Esto no depende de mi voluntad! Seré tu

mujer, te seré fiel, sumisa; pero no hay amor, qué

puedo hacer. (Llora.)No he amado nunca en mi vida.



Oh, he soñado tanto con el amor, hace mucho

tiempo que sueño con él, día y noche, pero mi alma

es como un piano de mucho valor que está cerrado

y cuya llave se ha perdido. (Pausa.) Tienes la mirada



intranquila.

TUSENBACH- No he dormido en toda la noche.

Nada hay en mi vida tan terrible que pueda asusA



. C H É J O V

116

tarme y únicamente esa llave perdida me desgarra el

alma y me impide dormir. Dime algo. (Pausa.) Dime



alguna cosa…

IRINA- ¿Qué? ¿Qué he de decir? ¿Qué?

TUSENBACH- Alguna cosa.

IRINA- ¡Basta! ¡Basta! (Pausa.)



TUSENBACH- Qué niñerías, que pequeñeces, de

pronto, sin más ni más, a veces, adquieren significado.

Sigues riéndote de ellas, como antes, las consideras

pequeñeces, sin embargo te sientes lanzado y

te das cuenta de que no tienes fuerzas para detenerte.

¡Oh, no hablemos de eso! Estoy alegre. Parece

como si por primera vez en la vida viera estos

abetos, estos arces, estos abedules, y todo me mira

con curiosidad y espera. ¡Qué bellos son estos árboles

y qué hermosa debería de ser, en esencia, la

vida a su lado! (Se oye gritar: "¡Aú! ¡Hop-hop!") Tengo



que irme, ya es hora... Mira, ese árbol se ha secado;

sin embargo, cuando hace viento se balancea, como

los otros. Del mismo modo me parece que si muero,

de una manera u otra, seguiré participando de la

vida. Adiós, querida mía... (Le besa las manos.) Tus



papeles, esos que me has dado, los tengo en la mesa,

debajo del calendario.

IRINA- Iré contigo.

L A S T R E S H E R M A N A S

117

TUSENBACH (alarmado)- ¡No, no! (Se aleja rápidamente;

en la avenida, se detiene.) ¡ Irina!



IRINA- ¿Qué?

TUSENBACH (sin saber qué decir)- Hoy no he tomado

café. Di que me lo preparen... (Se va rápidamente.)



Irina se queda pensativa; luego se va hacia el fondo

de la escena y se sienta en una mecedora. Entra

ANDRÉI con el cochecito, aparece FERAPONT.

FERAPONT- Andréi Sergueich, estos papeles no

son míos, son oficiales. Yo no los he inventado.

ANDRÉI- ¡Oh, dónde está mi pasado, dónde se ha

perdido! Yo era joven, alegre, ingenioso, soñaba y

pensaba con elegancia, el presente y el futuro me

brillaban con el resplendor de la esperanza. ¿Por

qué, apenas empezamos a vivir, nos volvemos aburridos,

grises, vulgares, perezosos, indiferentes, inútiles,

desdichados?... Nuestra ciudad existe desde

hace doscientos años, viven en ella cien mil habitantes,

y no hay uno solo que no sea parecido a los

otros; no ha habido, ni en el presente ni en el pasado,

un héroe, un hombre de ciencia, un artista, un

hombre destacado, que despertara la envidia o el

deseo ferviente de imitarle... Sólo comen, beben,

A . C H É J O V

118

duermen, luego se mueren... nacen otros y también

comen, beben, duermen; para no entontecer de

aburrimiento, procuran dar variedad a la vida con la

repugnante maledicencia, el vodka, las cartas, los

litigios; las mujeres engañan a los maridos y los maridos

mienten, simulando que no ven nada, que no

oyen nada; una putrefacta influencia oprime a los

niños, se extingue en ellos la chispa divina y los jóvenes

se convierten en cadáveres tan lamentables,

tan parecidos unos a otros, como sus padres... (A

Ferapont, irritado.) ¿Qué quieres?



FERAPONT- ¿Qué? Hay que firmar estos papeles.

ANDRÉI- Me tienes harto.

FERAPONT (tendiéndole los papeles)- El portero de la



Contaduría General explicaba hace poco... explicaba

que, según dicen, este invierno el frío ha llegado en

Petersburgo a doscientos grados.

ANDRÉI- El presente es repugnante; sin embargo,

cuando pienso en el futuro, ¡ qué agradable! Experimento

una sensación de alivio, de holgura; a lo lejos

veo brillar una lucecita, veo la libertad, veo que

mis hijos y yo mismo nos liberamos de la inacción,

de la cerveza casera, del ganso con coles, de la siestecita

después del almuerzo, del parasitismo vil...

L A S T R E S H E R M A N A S

119

FERAPONT- Parece ser que dos mil personas han

muerto de frío. La gente, dice, estaba aterrorizada.

No sé si era en Petersburgo o en Moscú, no lo recuerdo.

ANDRÉI (embargado por un sentimiento de ternura)-



¡Queridas hermanas mías, admirables hermanas!

(Entre lágrimas.) Masha, hermana mía...

NATASHA (a la ventana)- ¿Quién está hablando ahí



tan alto? ¿Eres tú, Andriusha? Despertarás a Sófochka.

Il ne faut pas faire du bruit, la Sophie est dormée


déjá. Vous etes un ours. (Irritándose.) Si tienes ganas de



hablar, pasa el cochecito con la niña a alguien. ¡Ferapont,

toma el cochecito al señor!

FERAPONT- Está bien. (Toma el cochecito.)

ANDRÉI (confuso)- Hablo en voz baja.

NATASHA (detrás de la ventana haciendo mimos a su

hijo)- ¡Bóbik; ¡Ah, Bóbik travieso! ¡Ah, malo!

ANDRÉI (echando un vistazo a los papeles)- Está bien,



lo miraré y firmaré lo que haga falta; después los llevarás

otra vez a la oficina... (Entra en la casa leyendo




los papeles; Ferapont lleva el cochecito al fondo del jardín.)


NATASHA (detrás de la ventana)- Bóbik, ¿cómo se



llama tu mamá? ¡Querido mío, querido! ¿Y aquélla,

quién es? Es la tía Olia. Dile a la tía: ¡Buenos días,

Olia!

A . C H É J O V

120

Dos músicos ambulantes, un hombre y una muchacha,

tocan el violín y el arpa; de la casa salen

VERSHININ, OLGA y ANFISA y permanecen

unos momentos escuchando, en silencio; se acerca

IRINA.

OLGA- Nuestro jardín es como un patio abierto, y

por él pasan hombres y carros. ¡Aya, da alguna cosa

a estos músicos!

ANFISA (da unas monedas a los músicos)- Id con Dios,

buena gente. (Los músicos hacen una reverencia y se van.)

¡Pobres! No es la hartura lo que les hace tocar. (A

Irina.) ¡Buenos días, Irisha! (La besa.) Ah, hija mía,



¡ qué bien vivo! ¡Qué bien vivo! Dios ha querido que

en mi vejez viva en el gimnasio, en un piso del Estado,

con Oliushka. Yo, pecadora, nunca había vivido

así. El piso es grande, del Estado, y tengo una

habitación entera y una camita para mí sola. Todo

del Estado. Por la noche me despierto y, ¡oh, Señor,

Madre Santa de Dios!, ¡no hay nadie más feliz que

yo en este mundo!

VERSHININ (mirando el reloj)- En seguida partimos,

Olga Serguéievna. He de irme. (Pausa.) Le deseo que



L A S T R E S H E R M A N A S

121

vea cumplidos todos sus deseos, todos... ¿Dónde

está María Serguéievna?

OLGA- Por el jardín. Voy a buscarla.

VERSHININ- Sea buena. Tengo prisa.

ANFISA- Yo también voy a buscarla. (Grita.) ¡Máshenka,

aú! (Sale con Irina por el fondo del jardín.) ¡Aú,



aú!

VERSHININ- Todo tiene su fin. También nosotros

nos separamos. (Mira el reloj.) La ciudad nos ha



ofrecido una recepción, hemos bebido champaña, el

alcalde ha pronunciado un discurso, yo comía y escuchaba,

pero tenía el alma aquí, entre ustedes...

(Pasando la mirada por el jardín.) Me he acostumbrado



a su compañía.

OLGA- ¿Nos veremos aún alguna otra vez?

VERSHININ- Probablemente no. (Pausa.) Mi mujer



y mis dos hijas se quedarán aquí todavía unos los

meses; por favor, si ocurre algo o si necesitan alguna

cosa...

OLGA- Sí, sí, naturalmente. Váyase tranquilo. (Pausa.)



Mañana en la ciudad no habrá ni un solo militar,

todo no será más que un recuerdo y, claro está, para

nosotras empezará una nueva vida... (Pausa.) Todo



sale al revés de lo que nosotros deseamos. Yo no

A . C H É J O V

122

quería ser directora y al fin me he convertido en directora.

A Moscú, pues, no iré...

VERSHININ- Bueno... Muchas gracias por todo.

Perdóneme si alguna vez no he sido oportuno... He

hablado mucho, demasiado; perdóneme también

por esto, no guarden de mi un mal recuerdo.

OLGA (se seca los ojos)- Por qué no viene aún



Masha...

VERSHININ- ¿Qué más puedo decirle como despedida?

¿Sobre qué filosofar por última vez?... (Se

ríe.) La vida es dura. A muchos de nosotros nos parece



sórdida y sin esperanza; de todos modos, hemos

de reconocer que cada vez se hace más clara y

más llevadera; por lo visto, no está lejos el día en

que será totalmente luminosa. (Mira el reloj.) ¡He de



irme, he de irme! Antes, la humanidad estaba ocupada

en guerras, llenaba toda su existencia con expediciones,

incursiones, victorias; ahora todo esto

ha pasado a la historia dejando tras sí un enorme

vacío sin que, de momento, haya nada con qué llenarlo;

la humanidad busca apasionadamente y, desde

luego, encontrará lo que busca. ¡Ojalá lo

encuentre pronto, cuanto antes! (Pausa.) ¿Sabe usted?



Si al amor al trabajo se añadiera la instrucción y

L A S T R E S H E R M A N A S

123

a ésta el amor al trabajo. (Mira el reloj.) Pero he de



irme...

OLGA- Mire, ahí viene.

Entra MASHA.

VERSHININ- He venido a despedirme...

OIga se aparta un poco hacia un lado para no entorpecer

la despedida.

MASHA (mirándole a la cara)- Adiós... (Largo beso.)



OLGA- Basta, basta...

Masha solloza fuertemente.

VERSHININ- Escríbeme…¡No me olvides! Déjame…

he de irme…Olga Serguéievna, cójala…he de

irme…llego tarde…(Emocionado besa la mano de Olga,

luego abraza una vez más a Masha y se va rápidamente)



OLGA- ¡Basta, Masha! Deja de llorar, querida...

Entra KULIGUIN.

A . C H É J O V

124

KULIGUIN (confuso)- No importa, que llore un poco,



que llore. Mi buena Masha, mi querida Masha...

Eres mi mujer y yo soy feliz, haya ocurrido lo que

haya ocurrido... No me lamento, no te hago ni un

sólo reproche... mira, Olga también es testigo... Otra

vez empezaremos a vivir como antes, y no te diré ni

una palabra, no te haré la menor alusión...

MASHA (conteniendo el llanto)- Al borde de la ensenada,



una encina verde; sobre la encina, una cadena

de oro... sobre la encina una cadena de oro... Me

vuelvo loca... Al borde de la ensenada. . . una encina

verde...

OLGA- Tranquilízate, Masha. Tranquilízate... Dale

agua.

MASHA- Ya no lloro...

KULIGUIN- Ya no llora... es buena...

Se oye un sordo disparo a lo lejos.

MASHA- Al borde de la ensenada, una encina verde;

sobre la encina, una cadena de oro... Un gato

verde... una encina verde... Me confundo... (Bebe

agua.) Vida fracasada... Ahora no necesito nada. . .



En seguida me tranquilizaré... Da lo mismo... ¿Qué

significa al borde de la ensenada? ¿Por qué se me

L A S T R E S H E R M A N A S

125

han metido estas palabras en la cabeza? Se me confunden

los pensamientos...

Entra IRINA.

OLGA- Tranquilízate, Masha. Así, eres juiciosa...

Vamos a la habitación.

MASHA (irritada)- Allí no voy. (Solloza pero en seguida

se contiene.) En esta casa no entro ni entraré...



IRINA- Sentémonos un poco juntas, aunque sea

calladas, mañana yo me voy... (Pausa.)



KULIGUIN- Ayer quité este bigote y esta barba a

un muchacho de la tercera clase... (Se pone el bigote y

la barba.) Me parezco al maestro de alemán... (Se ríe.)



¿No es cierto? Qué divertidos son esos muchachos.

MASHA- La verdad es que te pareces a vuestro

alemán.

OLGA (se ríe)- Sí.



Masha llora.

IRINA- ¡Basta, Masha!

KULIGUIN- Me parezco mucho a él.

Entra NATASHA.

A . C H É J O V

126

NATASHA (a la doncellq)- ¿Qué? Con Sófochka se



quedará Protopópov, Mijail Ivánich, y a Bóbik, que

lo pasee en el cochecito Andréi Sergueich. Cuántas

preocupaciones dan esos críos... (A Irina.) Irina,



mañana te vas, qué pena. Quédate aunque sólo sea

una semanita. (Al ver a Kuliguin, lanza un grito; Kuliguin

se ríe y se quita el bigote y barba.)¡Parece mentira,

me ha asustado!(A Irina.) Ya me he acostumbrado a



estar contigo, ¿crees que me va a ser fácil separarme

de ti? A Andréi le mandaré pasar con su violín a tu

habitación, ¡ que rasque allí cuanto quiera!, y en su

habitación pondremos a Sófochka. ¡Es una criatura

divina, maravillosa! ¡Qué niña! Hoy me ha mirado

con los ojos así y me ha dicho: “¡mamá!”

KULIGUIN- Es una criatura magnífica, cierto.

NATASHA- Así pues, mañana ya me quedaré sola

aquí. (Suspira.) Lo primero que haré será mandar



que corten este paseo de abetos, luego, este arce.

Por la noche es tan feo... (A Irina.) Querida, este



cinturón no te está bien. . . Es de muy mal gusto.

Hace falta algo más claro. Y aquí mandaré plantar

en todas partes florecitas, florecitas, darán un perfume...

(Severa.) ¿Qué hace este tenedor tirado en el



L A S T R E S H E R M A N A S

127

banco? (Entrando en la casa, a la doncella.) ¿Por qué



hay un tenedor tirado en el banco, pregunto yo?

(Grita.) ¡A callar!



KULIGUIN- ¡ Se ha enfurecido!

Tras la escena, una banda toca una marcha militar;

todos se quedan escuchando.

OLGA- Se marchan.

Entra CHEBUTIKIN.

MASHA- Los nuestros se marchan. Qué le vamos a

hacer... ¡Qué tengan buen viaje! (A su marido.) Hay



que ir a casa... ¿Dónde tengo el sombrero y la toquilla?

KULIGUIN- Los he llevado dentro... Ahora mismo

te los traigo.

OLGA- Sí, ahora cada uno puede ir a su casa. Ya es

hora.

CHEBUTIKIN- ¡Olga Serguéievna!

OLGA- ¿Qué? (Pausa.) ¿Qué?



CHEBUTIKIN- Nada... No sé cómo decírselo...

(Le dice unas palabras al oído.)

OLGA (asustada.)- ¡No puede ser!



A . C H É J O V

128

CHEBUTIKIN- Sí... esto es lo que ha ocurrido.

Estoy fatigado, rendido, no quiero hablar más...

(Con rabia.) De todos modos, ¡ da lo mismo!



MASHA- ¿Qué ha ocurrido?

OLGA (abraza a Irina)- Hoy es un día terrible... No



se cómo decírtelo, hermana mía...

IRINA- ¿Qué? Decidlo, pronto: ¿qué? ¡Por amor

de Dios! (Llora.)



CHEBUTIKIN- Acaban de matar al barón en

duelo.

IRINA (llora silenciosamente)- Lo sabía, lo sabía...

CHEBUTIKIN (se sienta en un banco, al fondo de la

escena)- Estoy rendido... (Saca un periódico del bolsillo.)

Que lloren un poco... (Canta a media voz.)



Ta-ra-rá-bum-bón... sentado estoy en un mojón...

¿No da lo mismo?

Las tres hermanas están de pie, abrazadas.

MASHA- ¡Oh, cómo toca la música! Se van de

nuestro lado, uno se ha ido del todo, del todo, para

siempre; nosotras nos quedamos solas para comenzar

de nuevo nuestra vida. Hay que vivir…Hay que

vivir…

L A S T R E S H E R M A N A S

129

IRINA (apoya la cabeza en el pecho de Olga)- Día vendrá



en el que todos sabrán el por qué de todo esto,

el por qué de todos estos sufrimientos; entonces no

habrá misterios de ninguna clase, pero mientras

tanto, hay que vivir…hay que trabajar, ¡ sólo trabajar!

Mañana partiré sola, enseñaré en mi escuela y

consagraré mi vida entera a quienes quizá sea necesaria.

Ahora estamos en otoño, pronto llegará el invierno,

la nieve lo cubrirá todo y yo trabajaré,

trabajaré…

OLGA (abraza a las dos hermanas)- La música que toca



es tán alegre, tan animosa, ¡ se sienten deseos de

vivir! ¡Oh, Dios mío! Pasará el tiempo y nos iremos

para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán

nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos;

pero nuestras penas se transformaran en alegrías para

los que vivan después que nosotras, la felicidad y

la paz reinarán en la tierra; los hombres encontrarán

una palabra amistosa para los que vivimos ahora y

nos bendecirán. Oh, mis queridas hermanas, nuestra

vida aún no ha terminado. ¡Viviremos! ¡Esa música

es tan alegre, tan gozosa! Un poco más, y sabremos

para qué vivimos, para qué sufrimos…¡ Si pudiéramos

saberlo, si pudiéramos saberlo!

A . C H É J O V

130

La música se va haciendo cada vez más débil; Kuliguin

alegre, sonriente, trae el sombrero y la toquilla.

Andréi empuja el cochecito en el que está sentado

Bóbik.

CHEBUTIKIN (canturreando)- Ta-ra-rá…bumbón…

sentado estoy en un mojón…(Lee un periódico)



¡Da lo mismo! ¡Da lo mismo!

OLGA- ¡ Si pudiéramos, si pudiéramos saberlo!

Telón.

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