samedi 8 avril 2017

CARACOL DE AGUA




Por Arnoldo Fernández Verdecia.

Santiago de Cuba, Cuba.

caracoldeaguaoriente@gmail.com


“No revelo el nombre de mi testimoniante
por razones de seguridad para ella y su niña”...


Ya los ha visto y el miedo se apodera de sus instintos. Teme por la niña, la probable reacción del esposo ante unos personajes salidos de las más burdas novelas de violencia. No se explica cómo están presentes en el país más libre del mundo, en la ciudad cuna de la Revolución; lo cierto es que en Calle 4 se les puede localizar con facilidad. Pregunta a su yo más íntimo: ¿Por qué los guardianes del orden público no hacen nada? ¿Será por temor? ¿Acaso alguna complicidad?
Aquella mujer se estresa siempre que llega el viernes y debe regresar a su Contramaestre de la soledad y el lunes volver a Santiago. Piensa en esos hombres de alma oscura que no son sensibles ante la enfermedad, la vejez, los niños, o las mismas féminas tan protegidas por las leyes.
Ya sentada, junto a la niña, los ve subir y regarse por los bancos del camión; se esconden bajo apariencias sencillas, cualquiera diría que son viajantes intermunicipales.
Escucha el sonido del motor. Ante sus ojos pasa la Avenida de los Libertadores, el Moncada ahí mismo; giro a la derecha y descenso por Martí; otro giro y desciende hasta salir a la avenida que lleva a la vieja Terminal. A la vista, la Autopista nacional, entonces comienza la pesadilla del fin de semana.
En Calle 4 empieza la tragedia
Un flaco, de unos treinta, -jabado por más señas-, metido en su gorra; sacó el tablero y empezó a jugar; ella está muy cerca y un extraño escalofrío invade su estómago. Las frases melosas incitan a los viajeros, buscan la probable víctima. “Mientras más miras menos ves. Aquí está. Aquí está”. Un mulatón de más de cuarenta años se puso en pie y colocó cien pesos a la vista; su dedo índice marca una de las chapas. Otro mulato lo escolta. Tres más están al acecho. Los ojos del flaco se detienen en un viejo, -de Tercer Frente por cierto- y allí empezó todo, lo sedujeron de tal manera, que el pobre sacó un sobre blanco con el dinerito que traía encima, - era la pensión del mes recién cobrada-; lo dejaron ganar. El señor estaba eufórico y entonces fue por más y llegó la derrota draconianamente planificada. Perdió reloj, sombrero tejano, una sortija…
El miedo corre sobre el camión. La mujer abraza a la niña. El protector del cuarentón dice en son amenazante: “no has visto nada, no sabes nada. Es lo mejor que puedes hacer por el bien de tu hija”. Ya no es miedo, es espanto; bajo el pulóver de aquel ejemplar de ébano se aprecia un largo cuchillo. La mujer ruega al Señor un milagro que salve a su niña de aquellos depredadores. Cierra los ojos y ora para llegar rápido a Contramaestre. Una mulata de la estirpe de Antonio Maceo se pone en pie y dice: “Basta de abuso cojone. Dejen a ese pobre hombre. No les da vergüenza carajo”. Los hombres miraron asombrados. Aquella mujer parecía dispuesta a todo, así que llegando a San Luis, se perdieron en la espesura de otro furgón que iba rumbo a Santiago de Cuba.
Entre Palma y San Luis la misma pesadilla
El lunes aborda el camión a las 5:30 am en la terminal de Contramaestre; todo tranquilo hasta Palma Soriano; cuando sale de los límites de la ciudad del Cauto y entra a la Autopista nacional, vuelve la pesadilla del viernes. En la parada del Alambre suben cinco personajillos; colocaron sus ojos en un anciano de unos 70 años, “por cierto, sentado a mi lado”, dice la mujer. “Aprieto a mi niña con fuerza, es irresistible el miedo que provocan estos estafadores. Cualquier día, pistola en mano, cambiarán sus modos operandi, porque cada vez se sienten más impunes”, argumenta con resignación. ¿Eran los mismos del viernes?, pregunté. “No. Eran dos morenos, uno jabao y dos bien indios”. Embarcaron a un señor que estaba a mi lado; le susurré al oído, “no juegue padre, lo van a atracar” y uno de los aindiados sacó una navaja afilada ante los ojos de mi niña. “No te metas, porque te voy a picar la cara nena”. Uno de los mulatos me dijo, “si hasta bonita es la muy condenada”, como sugiriéndome lo que podía hacerme también. Me privé del susto y abracé a mi beba. Las demás personas se hicieron los suecos y ante nuestros ojos aquellos estafadores esquilmaron al muy infeliz; lo dejaron con el pantalón que traía puesto. Alguien regaló unas chancletas viejas y una camiseta para que pudiera llegar a su destino. La impotencia capitaneaba en todos. Un joven oficial del Ministerio del Interior parecía mudo y ciego; también sintió miedo. Llegando a San Luis, se apearon como si no tuvieran ninguna relación entre ellos, hicieron señas a un camión que venía de Santiago y se perdieron camino a la Palma de Soriano.
La estafa de los cien dólares
El viernes volví a mi Contramaestre natal; idéntico ritual, mi esposo me acompañó hasta Calle 4, tenía una sensación rara, que me hacía sentir muy fría, sin ánimo para abordar el camión. Mis ojos buscaban a aquellos tipos, pero no los encontraban. Tomé un asiento por el que pagué veinte pesos. Me despedí de mi compañero de amores y nuevamente el mismo recorrido para salir a la Autopista. No me había dado cuenta, los tenía a mi lado. Allí estaban como racimos de palmiche. Apretaban a mi niña, quería creer que era por lo congestionado y yo evitando para no hacer un escándalo, porque el miedo me tenía traumatizada, me faltaba la respiración; esta vez la víctima fue una mujer humilde de Zacatecas (lugar del Caney), lograron sugestionarla al extremo de hacerla jugar cien dólares; la dejaron ganar como siempre hacen; después no había manera que pudiera desprenderse de ellos, hasta que finalmente se los ganaron. En la emoción de la estafa, tenían a mi niña machacada con sus cuerpos tirados encima; algunas personas no pudieron más, -eran dos mujeres de pantalones como decimos los orientales-, dijeron a aquellos tipejos las cuarenta; pero ellos, dueños del camión, sin machacante (cobrador del pasaje), ni camionero que los ubicara, amenazaron con los males mayores que podrían suceder si seguían con aquella mierda de la justicia y el país de la Revolución; “cada cual es dueño de su vida y juega lo que le da la gana. Nadie los obliga”; dijo uno de los hijoeputas. Se sabían intocables, controlaban nuestro miedo. Recuerdo conté a mi padre lo sucedido, -él había regresado de Argentina donde estuvo por unos seis meses-, le dije lo que había visto en mis viajes de Santiago a Contramaestre y de Contramaestre a la Ciudad Héroe; se me hizo un nudo en la garganta; padre me abrazó fuerte; no pude evitar el llanto intenso; en mi memoria estaban grabadas para siempre las miradas de aquellas personas que un día salieron de sus casas y regresaron aplastados por una banda de estafadores. Nunca olvidaré, -dije a mi Padre-, al viejo de Tercer Frente, se parecía a mi abuelo; lo vi llorar, tan indefenso, en el país donde la tercera edad es una de las más protegidas del mundo.
Epilogo al círculo de los estafadores
Está comprobado que los estafadores no son los mismos, unos operan en los tramos de Calle 4 a San Luis; otros del Entronque de la Autopista a San Luis; sus fechorías las planifican siempre en los mismos lugares. Tienen modus operandis similares. Andan en racimos, entre cinco y seis; quizás son una misma banda que se ha repartido los territorios para dar golpes con más eficacia y no tener encima el control de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR). Lo real es que se sienten dueños de la Autopista Nacional entre Santiago de Cuba y Palma Soriano; allí reinan, nadie puede con ellos; se han convertido en una plaga terrible que se aprovecha de la ingenuidad de muchas personas, para asestar golpes terribles y desaparecer en las aguas cómplices de otro furgón camino a Santiago o Palma. De seguir las cosas como van con el círculo de los estafadores, a la mujer de mi historia no le hace bien ese verso de Federico García Lorca que dice: “Siempre he dicho que yo iría a Santiago”.
Fuente: http://caracoldeagua-arnoldo.blogspot.com/…/el-circulo-de-l…

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