ME: China: CHINA. De 1945 hasta los años 60. ¿Estaba Mao Tse-tung realmente paranoico?
MATERIAL DE ESTUDIO: CHINA… ARGOSIS: ABRIL 20 DE 2017…
Por William Blum*
marxistas-leninistas latinas hojas
www.ma-llh.blogspot.com
La Nouvelle Vie Réelle
www.lnvr.blogspot.com
Communist News
www.dpaquet1871.blogspot.com
Archives: La Vie Réelle
www.laviereelle.blogspot.com
"La tinta del tratado de rendición japonesa apenas se había secado cuando Estados Unidos comenzó a utilizar a los soldados nipones, que todavía se hallaban en China, en un esfuerzo conjunto con las tropas norteamericanas para combatir a los comunistas chinos".
Son palabras de William Blum, que dedica el primer capítulo de su libro a ilustrarnos sobre un episodio muy poco conocido: el intervencionismo de EE.UU. en China para impedir primero el triunfo de la revolución comunista y, posteriormente, tratar de desestabilizar a la nueva China socialista. Fue una intervención militar tanto directa como indirecta, acompañada de fuertes despliegues de operativos de la OSS y luego de la CIA. La implicación de los marines de EE.UU. en la guerra que el Partido Comunista de China mantenía contra el "generalísimo" Chiang Kai-shek, finalmente resultó ser la antesala de lo que fueron posteriormente las intervenciones militares de EE.UU. en Corea y Vietnam. Se trata de un episodio histórico que debemos conocer: la mayoría de las personas lo desconocen, y quienes tienen una idea de lo que sucedió a menudo resulta ser una visión muy distorsionada de los hechos.
Referencia documental: William Blum: "China, de 1945 hasta los años 60. ¿Estaba Mao Tse-tung realmente paranoico?", en Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, cap. 1, pp. 23 a 31. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005 (original en inglés: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004).
Fuente de digitalización y correcciones (cítese y manténgase el hipervínculo): blog del viejo topo
Imágenes, pies de foto y negrita: son un añadido nuestro. Otros capítulos del libro: para acceder a otros capítulos publicados en el blog, véase al final el índice y pulsar en los hipervínculos que estén activos. 1. CHINA. DE 1945 HASTA LOS AÑOS 60. ¿Estaba Mao Tse-tung realmente paranoico?
Por William Blum
Durante cuatro años, numerosos norteamericanos, desde posiciones encumbradas y oscuras, se dedicaron con empeño a sembrar la convicción de que la Segunda Guerra Mundial fue “una guerra equivocada contra enemigos equivocados”. El comunismo, afirmaban, era el único adversario auténtico en la agenda histórica de Estados Unidos. ¿No fue por eso que Hitler había sido ignorado, tolerado, alentado y ayudado, de modo que la maquinaria de guerra nazi pudiera lanzarse hacia el Este y borrara el bolchevismo de la faz de la Tierra de una vez y para siempre? Fue pura mala suerte que Adolfo resultara ser un megalomaníaco y se lanzara también contra Occidente.
Pero la guerra había terminado. Estos norteamericanos debían tener ahora su día en cada rincón del mundo. La tinta del tratado de rendición japonesa apenas se había secado cuando Estados Unidos comenzó a utilizar a los soldados nipones, que todavía se hallaban en China, en un esfuerzo conjunto con las tropas norteamericanas para combatir a los comunistas chinos. (En Filipinas y Grecia, como veremos, Estados Unidos ni siquiera esperó el final de la guerra para subordinar la lucha contra Japón y Alemania a la cruzada anticomunista.)
Los comunistas en China habían trabajado en estrecho contacto con los militares norteamericanos durante la guerra, entregando importante información de inteligencia acerca de los ocupantes japoneses, rescatando y ayudando a los aviadores estadounidenses derribados en su territorio (1). Pero esto carecía de importancia. El generalísimo Chiang Kai-shek sería el hombre de Washington. Él encabezaba lo que pretendía ser el Gobierno central en China. La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), antecedente de la CIA, estimaba que el grueso de los esfuerzos militares de Chiang se había dirigido más contra los comunistas que contra los japoneses. También había tratado de bloquear la cooperación entre los rojos y los norteamericanos. Ahora incluía en su ejército unidades japonesas y su régimen estaba repleto de funcionarios que habían colaborado con los japoneses y servido a su gobierno títere (2). Pero esto carecía de importancia. El generalísimo era un anticomunista. Más aún, era un cliente norteamericano nato. Sus fuerzas serían entrenadas apropiadamente y equipadas para enfrentarse a los hombres de Mao Tse-tung y Chou En-lai. El presidente Truman estaba resuelto a lo que describió como “utilizar los japoneses para contener a los comunistas”:
“Teníamos la completa certeza de que si hacíamos que los japoneses depusieran las armas y se dirigieran a las costas, el país entero sería dominado por los comunistas. Por tanto tuvimos que dar el paso inusual de utilizar al enemigo como guarnición hasta que pudiéramos transportar por aire tropas chinas [las de Chiang] hasta el sur y enviar marines para custodiar los puertos”. (3)
El envío de marines norteamericanos tuvo resultados inmediatos y dramáticos. Dos semanas después del término de la guerra, Pekín estaba rodeada por fuerzas comunistas. Solo la llegada de los marines a la ciudad evitó que los rojos la tomaran (4). Y mientras las fuerzas de Mao presionaban sobre los suburbios de Shanghai, los aviones norteamericanos transportaron las tropas de Chiang Kai-shek para apoderarse de la ciudad (5).
En el apuro por controlar los puntos clave y los puertos antes que los comunistas, Estados Unidos llevó entre cuatrocientos mil y quinientos mil nacionalistas (tropas de Chiang) por barco y por avión, a través de todo el vasto territorio de China y Manchuria, lugares que de otro modo jamás hubiesen alcanzado.
Cuando la guerra civil se intensificó, los cincuenta mil marines enviados por Truman fueron utilizados para proteger líneas férreas, minas de carbón, puertos, puentes y otros objetivos estratégicos. De manera inevitable se vieron envueltos en los combates y sufrieron docenas, si acaso no cientos, de bajas. Los comunistas acusaban a los soldados estadounidenses de atacar áreas controladas por los rojos, de abrir fuego sobre ellos directamente, arrestar sus oficiales y desarmar a los soldados (6). Los norteamericanos se encontraron arrasando un pequeño poblado chino “sin misericordia”, escribió un marine a su congresista y afirmó no saber “cuántas personas inocentes fueron masacradas” (7). Los aviones de Estados Unidos hacían, con regularidad, vuelos de reconocimiento sobre el territorio comunista para explorar la posición de sus fuerzas. Los comunistas denunciaban que los aviones norteamericanos, frecuentemente, ametrallaban desde el aire y bombardeaban a sus tropas y, en cierta ocasión, ametrallaron a un poblado bajo su control (8). Se ignora hasta qué punto estos ataques eran llevados a cabo por soldados de la fuerza aérea estadounidense.
Hubo, sin embargo, sobrevivientes norteamericanos a algunos de los muchos derribos de sus aviones. De manera sorpresiva, los rojos seguían rescatándolos y curando sus heridas, para luego devolverlos a sus bases. Puede ser difícil de entender ahora, pero en aquel momento el mito de “América” todavía era fuerte en la imaginación de la gente en todo el mundo, y los campesinos chinos, fuesen considerados “comunistas” o no, no eran la excepción. Durante la guerra, los rojos habían ayudado a rescatar a numerosos aviadores norteamericanos y los habían llevado a través de las líneas japonesas hasta territorio seguro. “Los comunistas [había escrito el New York Times] no perdieron a un solo aviador bajo su protección. Convirtieron en cuestión de principios no aceptar recompensa por la salvación de los pilotos norteamericanos” (9).
Al comenzar 1946, cerca de cien mil militares estadounidenses se encontraban todavía en China en apoyo de Chiang. La explicación oficial que daba el Gobierno norteamericano de la presencia de sus tropas era que estaban allí para desarmar y repatriar a los japoneses. Aunque esta tarea se llevó a cabo eventualmente, era secundaria para la función política de las fuerzas militares, tal como se desprende de las palabras de Truman citadas anteriormente.
Los soldados norteamericanos en China comenzaron a protestar por no regresar a casa, una queja de la que se hicieron eco todas las restantes tropas mantenidas en el extranjero por propósitos políticos (generalmente anticomunistas). “También me preguntan por qué están aquí”, decía un teniente de los marines en las Pascuas de 1945: “Como oficial se supone que debo explicarles, pero no se le puede decir a un hombre que está aquí para desarmar a los japoneses cuando se le tiene custodiando una vía férrea junto con los japoneses [armados]” (10). De manera extraña, Estados Unidos intentó mediar en la guerra civil, a pesar de ser un participante activo y poderoso en favor de uno de los lados del conflicto. En enero de 1946, el presidente Truman reconoció en apariencia que o bien se llegaba a un compromiso con los comunistas o bien se llegaría a ver cómo se apoderaban de toda China, y envió al general George Marshall para tratar de arreglar alto el fuego y crear algún tipo de gobierno de coalición indefinido. Aunque se alcanzó un éxito temporal en el establecimiento de una tregua intermitente, la idea de un gobierno de coalición estaba condenada al fracaso por ser algo tan poco probable como una unión entre el zar los bolcheviques. Tal como señaló el historiador D.F. Fleming, “no puede unirse una oligarquía agonizante con una revolución naciente" (11).
No fue hasta inicios de 1947 que Estados Unidos comenzó a retirar algunas de sus fuerzas, aunque mantuvo la ayuda y‘el apoyo al gobierno de Chiang por mucho tiempo más en diversas formas. Más o menos por esta misma fecha comenzaron a operar los Tigres Voladores. Este legendario escuadrón aéreo norteamericano, comandado por el general Claire Chennault, había combatido en China contra los japoneses durante la guerra mundial. Ahora Chennault, que anteriormente había sido asesor de la fuerza aérea de Chiang, había reactivado su escuadrón (bajo el nombre de CAT), y sus pilotos mercenarios pronto se encontraron inmersos en el conflicto, realizando interminables misiones de abastecimiento a las ciudades nacionalistas sitiadas por los rojos, evadiendo a los tiradores comunistas para transportar alimentos, municiones y provisiones de todo tipo, o para rescatar a los heridos (12). Técnicamente CAT era una línea aérea privada alquilada por el gobierno de Chiang, pero antes de que terminara la guerra civil, la línea aérea se había combinado formalmente con la CIA para constituir la primera unidad del emergente imperio del aire de la Agencia, mejor conocido como la línea Air America.
Hacia 1949, la ayuda estadounidense a los nacionalistas sumaba ya cerca de 2.000 mil millones de dólares en efectivo y 1.000 millones en armamento; 39 divisiones nacionalistas habían sido armadas y equipadas (13). Sin embargo, la dinastía Chiang se derrumbaba en pedazos. No sólo debido a la lucha de los comunistas contra ellos, sino a la hostilidad generalizada del pueblo chino hacia esta tiranía por su extrema crueldad y por la corrupción y decadencia de su aparato burocrático y su sistema social. En contraste, las grandes áreas bajo control comunista eran modelos de honestidad, progreso y justicia; divisiones enteras de las fuerzas del generalísimo desertaban y se pasaban a los comunistas. Los dirigentes políticos y militares norteamericanos no se hacían ilusiones acerca de la naturaleza y calidad del gobierno de Chiang. Las fuerzas nacionalistas, dijo el general David Barr, jefe de la misión militar norteamericana en China, estaban bajo “el peor liderazgo del mundo” (14).
El generalísimo, sus cohortes y soldados huyeron a la isla de Taiwán (Formosa). Habían preparado su entrada desde dos años antes al aterrorizar a los habitantes hasta someterlos por completo —una masacre que acabó con las vidas de 28.000 personas (15). Antes de la huida de los nacionalistas, el Gobierno norteamericano no tenía duda alguna de que Taiwán era parte de China, pero luego la incertidumbre comenzó a crecer en la mente de los funcionarios de Washington. La crisis fue resuelta de una manera muy simple: Estados Unidos coincidió con Chiang Kai-shek en cuanto a que la mejor manera de enfocar la situación no era que Taiwán no pertenecía a China, sino que Taiwán era China. Y así se le denominó. En los inicios del éxito comunista, el estudioso sobre China Felix Greene observó: “Los norteamericanos no podían simplemente llegar a creer que los chinos pudiesen haber optado por un gobierno comunista, no importa cuán podrida estuviera la otra parte” (16). Tenía que ser la obra de una conspiración, una conspiración internacional, en cuyo panel de control se encontraba, como era de esperar, la Unión Soviética. Las evidencias acerca de esto eran, no obstante, tan escasas que apenas podían verse. De hecho, desde que el credo stalinista de “hacer el socialismo en un solo país” derrotó al internacionalismo trotskista en los años 20, los rusos se habían alineado más con Chiang que con Mao, y recomendaron más de una vez, a este último que disolviera su ejército y formase un gobierno conjunto con Chiang (17). En particular durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la URSS se enfrentaba a su propia crisis de reconstrucción, no resultaba un proyecto muy atractivo el ayudar a la nación más poblada del mundo a incorporarse al mundo moderno. En 1947, el general Marshall declaró públicamente que no tenía evidencias de que los comunistas chinos recibieran apoyo de la URSS (18).
Pero en Estados Unidos esto no evitó el surgimiento de toda una mitología acerca de cómo se había “perdido” China: intervención soviética, comunistas en el Departamento de Estado, cobardes en la Casa Blanca, militares y diplomáticos tontos, incautos y simpatizantes de los comunistas en los medios de prensa... traidores por todas partes.
La administración Truman, dijo el senador McCarthy, con su encanto característico, estaba compuesta por “falsos liberales chupatintas” que protegían a los “comunistas y sospechosos” que “habían vendido China a esclavistas ateos” (19).
Sin embargo, excepto una invasión declarada al país con gran número de soldados, es difícil pensar qué más podía haber hecho el Gobierno de Estados Unidos para evitar la caída de Chiang. Incluso después de su huida a Taiwán, Estados Unidos mantuvo una campaña de continuos ataques al gobierno comunista, a pesar de las reiteradas solicitudes de amistad y ayuda de Chou En-lai. El líder rojo no veía ningún obstáculo práctico ni ideológico en esto (20). En cambio, Estados Unidos conspiró de manera evidente para asesinar a Chou en varias ocasiones (21).
Muchos soldados nacionalistas se habían refugiado en la norteña Burma [nota del blog: Birmania, la actual Myanmar] en el-gran éxodo de 1949, para gran disgusto del Gobierno de ese país. Allí, la CIA comenzó a reagruparlos, y en los inicios de la década del 50 llevaron a cabo un cierto número de incursiones a pequeña y gran escala en China. En una ocasión, en abril de 1951, unos miles de soldados, acompañados por asesores de la CIA y abastecidos por envíos aéreos de aviones norteamericanos C46 y C47, se adentraron en la provincia china de Yunnan, pero los comunistas los rechazaron en menos de una semana. Las bajas fueron altas y varios asesores perdieron sus vidas. Otro intento en ese mismo verano llevó a los invasores a penetrar unas 65 millas en China donde informaron dominar una franja de cien millas de largo. Mientras los ataques continuaban de manera intermitente, la CIA procedió a fortalecer las capacidades de esta fuerza: ingenieros norteamericanos arribaron para ayudar a construir y ampliar pistas de aterrizaje en Burma; tropas frescas fueron transportadas desde Taiwán; otras fueron reclutadas entre las tribus montañesas de Burma; escuadrones aéreos de la CIA fueron llevados para servicios logísticos, y se envió una enorme cantidad de armamento pesado norteamericano. La mayor parte de este abastecimiento de hombres y equipos utilizó a Tailandia como vía de acceso.
El ejército pronto llegó a tener más de 10.000 hombres. Hacia fines de 1952, Taiwán proclamó que 45.000 comunistas habían muerto en combate y más de 3.000 estaban heridos. Es muy probable que las cifras estuviesen exageradas, pero incluso de no estarlo, quedaba claro que estas incursiones no conducirían al retomo triunfante de Chiang al país —aunque éste no era su único propósito. En la frontera china se desarrollaban dos luchas de mayores proporciones: en Corea y en Vietnam. La esperanza de Estados Unidos era obligar a China a distraer tropas y recursos militares lejos de estas áreas. La recién creada República Popular China estaba siendo sometida a una terrible prueba.
Entre una incursión y otra, los “chinatas” (para distinguirlos de los “chinocomus”) encontraban tiempo suficiente’ para chocar con frecuencia con el ejército burmés, se entregaban al bandidaje y se convirtieron en los barones del opio del Triángulo Dorado, una porción de tierra que abarcaba partes de Burma, Laos y Tailandia, la mayor fuente de opio y heroína del mundo. Los pilotos de la CIA llevaban el material de un lado a otro, a fin de asegurar la cooperación de los de Tailandia, quienes eran importantes en la operación militar, como un favor a sus clientes nacionalistas, tal vez incluso por una parte del dinero y además, irónicamente, para encubrir su más ilícita actividad.
Los chinatas en Burma mantuvieron el acoso a los chinocomus hasta 1961, y la CIA continuó abasteciéndolos militarmente, pero en algún momento la Agencia comenzó a tomar distancia de este asunto. Cuando la CIA, en respuesta a reiteradas protestas por parte del Gobierno de Burma ante las Naciones Unidas, comenzó a presionar a los chinatas para que abandonasen el país, Chiang amenazó con exponer públicamente el apoyo que le daba la Agencia allí. En una primera etapa la CIA había alimentado la esperanza de que los chinos se dejasen provocar al punto de atacar a Burma, lo que obligaría a ese país neutral a buscar su salvación en el campo occidental (22). En enero de 1961 los chinos llegaron a penetrar en el territorio vecino, pero como parte de una fuerza combinada con el ejército burmés para aplastar la base principal de los nacionalistas y poner el fin a su aventura. Como consecuencia, Burma renunció a la ayuda norteamericana y se acercó más a Pekín (23). Para muchos chinatas el desempleo duró poco. Pronto firmaron un nuevo contrato con la CIA, esta vez para combatir en el gran ejército de la Agencia en Laos.
Burma no fue el único trampolín para los ataques hacia China organizados por la CIA. Varias islas situadas en un radio de unas 5.000 millas de la costa china, en particular Quemoy y Matsu, fueron utilizadas como bases para ataques de “golpea y huye” —con frecuencia realizados por un batallón— para bombardeos ocasionales y para bloquear puertos del continente. Chiang fue “presionado brutalmente” por Estados Unidos para incrementar sus tropas en estas islas a partir de 1953, como demostración de la nueva política de Washington de “desatar sus manos” (24).
Los chinos respondieron varias veces con fuertes ataques de artillería sobre Quemoy, y en una ocasión mataron a dos oficiales norteamericanos. La perspectiva de una guerra en escalada llevó a Estados Unidos a pensarlo mejor y solicitar a Chiang que abandonase las islas, pero este rehusó. Se ha planteado la idea de que Chiang pretendía precisamente que Estados Unidos se viese involucrado en este tipo de guerra como su único medio de regresar al poder (25).
Numerosas incursiones hacia China fueron desarrolladas por fuerzas más pequeñas, tipo comando, infiltradas por aire para acciones de inteligencia y sabotaje. En noviembre de 1952, dos oficiales de la CIA, John Downey y Richard Fecteau, que habían participado en vuelos con estos grupos y les arrojaban provisiones, fueron derribados y capturados por los comunistas. Dos años transcurrieron antes de que Pekín anunciase la captura y sentencia de ambos. El Departamento de Estado rompió su propio silencio de dos años con indignación para reclamar que los dos hombres habían sido empleados civiles del Departamento de Guerra estadounidense en Japón, a los que se consideraba perdidos en un vuelo entre Corea y Japón. “Cómo fueron a parar a manos de los chinos comunistas es ignorado por Estados Unidos [...] la sostenida detención ilegal de estos ciudadanos norteamericanos ofrece una prueba más del desprecio del régimen comunista chino por las prácticas aceptadas de conducta internacional" (26).
Fecteau fue liberado en diciembre de 1971, poco después del viaje del presidente Nixon a China; Downey no quedó en libertad hasta marzo de 1973, apenas Nixon admitió públicamente que se trataba de un oficial de la CIA. El anuncio de Pekín en 1954 también revelaba que 11 miembros de la fuerza aérea norteamericana habían sido derribados en China en enero de 1953 durante una misión cuyo propósito era “dejar caer agentes especiales sobre China y Unión Soviética”. Estos hombres fueron más afortunados pues se les liberó tras dos años y medio de prisión. Los chinos declararon que en total habían dado muerte a 106 agentes taiwaneses y norteamericanos, quienes habían sido lanzados en paracaídas sobre China entre 1951 y 1954, y habían capturado a otros 124. Aunque la CIA tenía muy poco que mostrar como resultado de estas acciones comando, se supone que mantuvo el programa al menos hasta 1960 (27).
Hubo muchos otros vuelos de la CIA sobre China exclusivamente con fines de espionaje, realizados por aviones U-2, de gran altura, avionetas piloteadas por control remoto y otros aparatos aéreos. Estas incursiones comenzaron a fines de los años 50 y no fueron interrumpidas hasta 1971, en ocasión de la primera visita de Henry Kissinger a Pekín. Las operaciones no se llevaron a cabo sin incidentes. Varios U-2 fueron derribados y muchas más avionetas, 19 de estas últimas entre 1964 y 1969. China realizó cientos de “alertas serias” acerca de las violaciones de su espacio aéreo y al menos en una ocasión un aparato norteamericano cruzó la frontera china y derribó a un Mig-17 (28).
Parecería que ningún fracaso sería suficiente para que la CIA dejara de buscar nuevos medios para atormentar a los chinos en la década posterior al triunfo de su revolución. Tibet fue otro de los escenarios. Pekín reclamaba a Tibet como parte de su país, tal como lo habían hecho gobiernos chinos anteriores por más de dos siglos, aunque muchos tibetanos todavía se consideraban autónomos o independientes. Estados Unidos dejó clara su posición durante la guerra: “El Gobierno de Estados Unidos tiene conciencia de que el Gobierno chino ha reclamado la soberanía sobre Tibet durante largo tiempo y la constitución china incluye a Tibet entre las áreas que integran el territorio de la República China. Este Gobierno no ha cuestionado en ningún momento estas reclamaciones" (29).
Después de la revolución comunista, los funcionarios de Washington comenzaron a ser más equívocos acerca de este asunto. Pero las acciones norteamericanas contra Tibet no tenían nada que ver con las delicadezas del derecho internacional.
A mediados de los 50, la CIA comenzó a reclutar refugiados tibetanos y exiliados en países vecinos como India y Nepal. Entre ellos había miembros de la guardia del Dalai Lama, a los que con frecuencia se hacía referencia de manera pintoresca como “los temibles jinetes Khamba”, y otros que ya se habían involucrado en actividades guerrilleras contra el Gobierno de Pekín y los profundos cambios sociales institudos por la revolución (en Tibet todavía prevalecían la esclavitud y la servidumbre). Un grupo escogido fue llevado a Estados Unidos, a una base militar muy peculiar en las montañas de Colorado, con una altitud aproximada a la de su montañosa tierra natal. Allí, lo más ocultos posible de los pobladores locales, fueron entrenados en las técnicas más avanzadas de combate paramilitar.
Tras completar el entrenamiento, cada grupo de tibetanos fue llevado a Taiwán o a otro país asiático aliado para de ahí infiltrarlos en Tibet, o en China, donde desarrollaron actividades de sabotaje tales como minar carreteras, interrumpir las líneas de comunicación y emboscar a pequeñas fuerzas comunistas. Sus acciones eran apoyadas por aire por la CIA y, en ocasiones, los dirigían mercenarios contratados por la Agencia. Para esto se construyeron grandes instalaciones de apoyo en el norte de India.
La operación en Colorado se mantuvo hasta algún momento de los años sesenta. Probablemente nunca se sabrá cuántos cientos de tibetanos pasaron el curso de instrucción. Incluso una vez terminado el programa de entrenamiento formal, la CIA continuó financiando y abasteciendo a sus clientes exóticos y alimentando su inútil sueño de reconquistar su patria.
En 1961, el New York Times tuvo noticias de la operación de Colorado, pero aceptó la solicitud del Pentágono de no continuar investigando en esta dirección (30). El asunto era de extrema sensibilidad, pues la carta de constitución de la CIA de 1947 y la interpretación de la misma por el Congreso, habían limitado tradicionalmente las operaciones domésticas de la Agencia a la recopilación de información. Aparte y más allá de las acciones dirigidas en específico contra China, estaban las salpicaduras de la guerra de Corea en territorio chino —numerosos bombardeos y ametrallamientos realizados por aviones norteamericanos que, según reportaban con frecuencia las autoridades chinas, mataban civiles y destruían viviendas. Y estaba el asunto de la guerra biológica.
Los chinos dedicaron grandes esfuerzos a divulgar su reclamación de que Estados Unidos, en particular entre enero y marzo de 1952, había diseminado grandes cantidades de bacterias y de insectos hospederos sobre Corea y el nordeste chino. Presentaron testimonios de 38 aviadores norteamericanos capturados que habían transportado esa carga letal. Muchos de ellos dieron detalles de la operación: los tipos de bombas y otros contenedores utilizados, los tipos de insectos, las enfermedades que transmitían, etc. Al mismo tiempo se publicaron fotografías de las supuestas bombas de gérmenes y de los insectos. Luego, en agosto, se creó un Comité Científico Internacional, integrado por especialistas de Suecia, Francia, Gran Bretaña, Italia, Brasil y Unión Soviética. Después de una investigación en China de más de dos meses, el comité entregó un informe de cerca de 600 páginas, con numerosas fotos y la siguiente conclusión: "Los pueblos de Corea y China han sido sin lugar a duda objeto de armas bacteriológicas. Estas fueron empleadas por unidades de las fuerzas armadas de Estados Unidos, usando gran variedad de métodos, algunos de los cuales parecen haber sido desarrollados a partir de los aplicados por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial” (31).
La última referencia alude a los experimentos de guerra bacteriológica realizados por los japoneses contra China entre 1940 y 1942. Los científicos nipones responsables de este programa fueron capturados por Estados Unidos en 1945, y se les concedió inmunidad a cambio de dar información técnica al Centro de Investigaciones Biológicas del Ejército en Fort Detrick, Maryland. Los chinos tenían conocimiento de esto en el momento de la investigación del Comité Científico internacional (32).
Debe hacerse notar que algunas de las declaraciones de los aviadores norteamericanos contenían tanta información técnica biológica y estaban tan llenas de retórica comunista —“imperialistas”, “traficantes de guerra del Wall Street capitalista”, etc.- que podría cuestionarse seriamente en qué medida eran autores de las mismas. Además, pudo conocerse luego que la mayoría de estos aviadores habían confesado sólo tras ser sometidos a abusos físicos (33). Pero en vista de lo que hemos conocido sobre la participación norteamericana en el empleo de armas químicas y biológicas, las reclamaciones de los chinos no podían ser desestimadas. En 1970, por ejemplo, el New York Times informó que durante la guerra de Corea, cuando las fuerzas de Estados Unidos fueron sobrepasadas por “oleadas humanas” de chinos, “el ejército escarbó en documentos de guerra química capturados a los nazis donde se describía el sarín, un gas nervioso tan letal que unas pocas libras podían matar a miles de personas en pocos a minutos [...] A mediados de la década del 50 el ejército estaba fabricando miles de galones de sarín” (34).
Y durante los años 50 y 60, el ejército y la CIA realizaron numerosos experimentos con agentes biológicos dentro de Estados Unidos. Basta citar dos ejemplos: en 1955 la CIA diseminó bacterias de tos ferina en la atmósfera de Florida, lo que ocasionó ocasionó un incremento extremadamente agudo en la incidencia de esta enfermedad en el estado en ese año (35). Al año siguiente, otra sustancia tóxica fue esparcida en las calles y túneles de Nueva York (36).
También veremos en la sección sobre Cuba cómo la CIA desarrolló la guerra química y biológica contra el gobierno de Fidel Castro.
En marzo de 1966, el secretario de Estado Dean Rusk habló ante un comité del Congreso acerca de la política norteamericana con respecto a China. Míster Rusk se sentía aparentemente perplejo pues “por momentos los dirigentes comunistas chinos parecen estar obsesionados con la idea de que están siendo amenazados y acosados”. Habló de la “idea imaginaria, casi patológica” de China “de que Estados Unidos y otros países alrededor de sus fronteras están buscando una oportunidad para invadir China y destruir el régimen de Peiping [Pekín]”. El secretario añadió:
Cuánto hay de genuino en el “temor” de Peiping hacia Estados Unidos y cuánto es artificialmente inducido por propósitos políticos internos sólo lo saben los propios dirigentes comunistas chinos. Estoy convencido, sin embargo, de que su deseo de expulsar nuestra influencia y actividad del Pacífico oeste y el sudeste asiático no está motivado por el temor de que constituimos para ellos una amenaza (37).
Notas
(1) David Barrett: Dixíe Mission: The United States Army Observer Group ín Yenan, 1944. Centro para Estudios Chinos, University of Califomia, Berkeley, 1970, passim; R. Harris Smilh: OSS: The Secret History of America's First CIA. University of‘ California Press, Berkeley, 1972, pp. 262-263; New York Times, 9 de diciembre de 1945, p. 24.
(2) La política de Chiang durante y después de la guerra, en Smith, pp. 259-282; New York Times, 19 de diciembre de 1945, p. 2.
(3) Harry S. Truman: Memoirs. Vol. 11 Years of Trial and Hope, 1946-1953, Reino Unido, 1956, p. 66.
(4) Smith, p. 282.
(5) D. F. Fleming: The Cold War and its Origins, 1917-1960. Doudleday & Co., New York, 1961, p. 570.
(6) New York Times, septiembre a diciembre de 1945, passim; Barbara W. Tuchmann: Stilwell and the American Experience in China 1911-1945. New York, 1972, pp. 666-677.
(7) Congressional Record. Apéndice, Vo1. 92, parte 9, 24 de enero de 1946, p. A225, carta al congresista Hugh de Lacy del estado de Washington.
(8) New York Times, 6 de noviembre de 1945, p. 1; 19 de diciembre de 1945, p. 2.
(9) Ibid., 9 de diciembre de 1945, p. 24; 26 de diciembre de 1945, p. 5.
(10) Ibid., 26 de diciembre de 1945, p. 5.
(11) Fleming, p. 587.
(12) Christopher Robbins: Air America. U.S., 1979, pp. 46-57; Victor Marchetti y John Marks: The CIA and the Cult of Intelligence. New York, 1975, p. 149.
(13) Audiencias celebradas en sesión ejecutiva ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado durante 1949 y 1950. Economic Assistance to China and Korea 1949-1950, testimonio de Dean Acheson, p. .23; hecho público en enero de 1974 como parte de las Series Históricas.
(14) Tuchmann, p. 676.
(15) Sobre algunos detalles de la opresión y las atrocidades llevadas a cabo por el régimen de Chiang contra los taiwaneses, ver Scott Anderson y Jon Lee Anderson: lnside the League. New York, 1986, pp. 47-49, donde se citan a destacados generales norteamericanos y a un funcionario del Departamento de Estado que se encontraban en Taiwan en aquel momento. Ver también Fleming, pp. 578-579. En 1992, el Gobierno de Taiwan admitió que su ejército había dado muerte a un estimado de entre 18.000 y 28.000 nativos taiwaneses en la masacre de 1947 (Los Angeles Times, 24 de febrero de 1992).
(16) Felix Greene: A Curtain of Ignorance. New York, 1964.
(17) Tuchmann, p. 676; Fleming, pp. 572-574, 577, 584-585; Milovan Djilas: Conversations with Stalin. Londres, 1962, p. 164; New York Times, 7 de noviembre de 1945, p. 12; 14 de noviembre, p. 1; 21 de noviembre, p. 2; 28 de noviembre, p. 1; 30 de noviembre, p. 3; 2 de diciembre, p. 34.
(18) New York Times, 12 de enero de 1947, p. 44.
(19) William Manchester: American Caesar: Douglas MacArthur 1880-1964. Londres, 1979, p. 535.
(20) Foreing Relations of the United States, 1949. Vol. III The Far East: China. U.S., Government Printing Office, Washington 1978, passim pp. 357 y 399; 768, 779-780; la publicación de este volumen en las series del Departamento de Estado fue retenida precisamente por contener los informes acerca de la solicitud de Chou En-lai (San Francisco Chronicle, 27 de septiembre de 1978, p. F-1).
(21) Ver sección “Indonesia 1957-1958” y The Guardian, Londres, 24 de agosto de 1985.
(22) New York Times, 25 de abril de 1966, p. 20.
(23) Ver acerca de Bunna: David Wise y Thomas Ross: The Invisible Government. New York, 1965, pp. 138-144; Joseph Burkholder Smith: Portrait of a Cold Warrior. G P. Putnam’s Sons, New York, 1976, pp. 77-78; New York Times, 28 de julio de 1951; 28 de diciembre de 1951; 22 de febrero de 1952; 8 de abril de 1952; 31 de diciembre de 1952, p. 3; sobre el opio ver Robbins, pp. 84-87.
(24) Washington Post, 20 de agosto de 1958, articulo de Joseph Alsop, un columnista que había sido oficial del Estado Mayor bajo el general Chennault y tenía buenas conexiones con Taiwan. Durante varios años llevó a cabo una diversidad de tareas encubiertas para la CIA, como lo hizo su hermano Stewart Alsop (sobre esto ver Carl Bernstein: “The Cia and the Media”, en la revista Rolling Stone, 20 de octubre de 1977).
(25) Sobre Quemoy y Matsu ver Stewart Alsop: “The Story Behind Quemoy: How We Drifted Close to War”, en Saturday Evening Post, 13 de diciembre de 1958, p. 26; Andrew Tulley: CIA: The Inside Story. New York, 1962, pp. 162-165; Fleming, pp. 930-931; Wise y Ross, p. 116; New York Times, 27 de abril de 1966, p. 28.
(26) Wise y Ross, p. 114.
(27) Sobre las infiltraciones aéreas ver Wise y Ross, pp. 112-115; Thomas Powers: The Man Who Kept the Secrets. New York, 1979, pp. 43-44; Newsweek, 26 de marzo de 1973.
(28) Sobre los vuelos de espionaje, ver Marchetti y Marks, pp. 150, 287; Washington Post,
27 de mayo de 1966; New York Times, 28 de marzo de 1969, p. 40.
(29) Foreign Relations of the United States, 1943, China. U.S. Government Printing Office, Washington, 1957, p. 630.
(30) Sobre Tibet ver: David Wise: The Politics of Lying. New York, 1973, pp. 239-254; Robbins, pp. 94-101; Marchetti y Marks, pp. 128-131 y p. 97 de la edición de 1983.
(31) People's China. Revista en inglés. Foreign Language Press, Pekin, 17 de septiembre de 1952, p. 28.
(32) Callum A. MacDonald: Korea: The War Before Vietnam. New York, 1986, pp. 161-162, cita varias fuentes sobre este incidente bien conocido.
(33) Sobre la guerra biológica ver: People's China, 1952, passim, a partir del 16 de marzo.
(34) New York Times, 9 de agosto de 1970, IV, p. 3.
(35) Washington Post, 17 de diciembre de 1979, p. A18, “los casos de tos ferina registrados en Florida saltaron de 339 y una muerte en 1954, a 1.080 y 12 muertes en 1955”. La CIA recibió la bacteria del centro de investigaciones biológicas del Ejército en Fort Detrick, Maryland.
(36) San Francisco Chronicle, 4 de diciembre de 1979, p. 12. Para un recuento detallado de los experimentos del Gobierno norteamericano con agentes biológicos dentro de EE.UU. ver: Leonard A. Cole: Clouds of Secrecy: The Army's Germ Warfare Tests over Populated Areas. Maryland, 1990, passim.
(37) Department of State Bulletin, 2 de mayo de 1966.
Notas de edición del blog
(1) Foto de Mao con Jiang Qing. Hija de un carpintero de la provincia de Shandong y actriz de profesión, con solo 19 años se unió al Partido Comunista, tomando parte primero de la resistencia comunista contra los japoneses y luego en la revolución. Fue la primera mujer china en formar parte del gobierno del país, al convertirse en 1949 en Ministra de Cultura de la recién proclamada República Popular de China. Miembro del Politburó del Partido Comunista, fue la máxima dirigente de la Revolución Cultural . Se la consideró como la persona más influyente y poderosa de China hasta la muerte de Mao. Tras la muerte de éste fue arrestada por radical y condenada a cadena perpetua, siendo liberada en 1991. Hasta el final de sus días criticó la deriva iniciada por Deng Xiaoping, a quien acusaba de traicionar el Socialismo.
*Cap. 1 de Asesinando la esperanza, de William Blum.
Fuente:
http://blogdelviejotopo.blogspot.com.es/…/china-de-1945-has…
…*Compañeras y Compañeros… Este Artículo, Declaración, Documento, Etc., seleccionado como MATERIAL DE ESTUDIO, necesariamente no tiene que reflejar en su totalidad nuestra Línea Editorial… Nuestro propósito es establecer el vehículo de información que les permita a los demás formarse su propio criterio, especialmente en los acontecimientos políticos, económicos, etc., que inciden, directa y/o indirectamente, en cada uno de nosotros… "La educación y la instrucción no consisten en rellenar la mente de ideas ajenas, sino en estimularla para que produzca sus propias ideas"… Ahora les corresponde a ustedes hacer sus propias conclusiones…
‘ArgosIs-Internacional’ es una Agencia de Información en la Red, de carácter social (POR AHORA) con sede en la Ciudad de Miami, Florida, Estados Unidos; fundada en 1991… Web:
http://www.argosisinternacional.com… Miembro de la ‘Federación Latinoamericana de Periodistas’ (FELAP)… Web:
http://www.felap.info...