Manuel López Oliva: Desde el hábitat escénico / Por Toni Piñera
Múltiples señales llegadas desde la teatralidad, la ritualidad, la máscara, y la vida metaforizada por los disfraces de la cultura se conjugan dentro de la obra del pintor y crítico Manuel López Oliva, desde hace varios lustros. El conjunto de trabajos que integran su actual muestra A teatro abierto, en la galería ARTIS 718 (7ma. y 18, Miramar, Playa), del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC), subrayan la relación simbólica/cotidiana/conceptual de su imaginário que se corresponde con la teatralidad.
En cada uno de sus trabajos van implícitos todos los signos plásticos de su quehacer, lo que le provee de tal nivel de unidad por encima de las mezclas estilísticas y variaciones. Es decir, aquello que aun se enlaza con el Pop y la Nueva Figuración asumidas en sus comienzos (década de los sesenta), y se funde con etapas posteriores de su evolución, donde lo abstracto, el expresionismo, la libre asimilación de los códigos medievales y la posmodernidad han tenido indudable presencia. Precisamente, esa sustancia personal que integra los modos distintos de manifestarse de este artista, está a la vista de todos en la exposición, donde el creador se revela en todos sus sentidos: simbolismo, hedonismo, intensidad en las gamas de color (alguien lo ha llamado pintor de complementarios), “conceptualismo pictórico”, y, sobre todo, en el lenguaje basado en la metáfora y la paradoja.
En A teatro abierto se propone, a través de su obra, invertir la relación entre público y representación teatral, pues, de alguna manera sitúa al espectador dentro del mismo escenario. Ello implica eliminar la cuarta pared y crear así una identificación más directa entre puesta en escena (exposición) y los espectadores, quienes al traspasar el umbral de la puerta, se convierten en… protagonistas de la misma.
Cada trabajo es una suerte de pieza teatral, tiene su propia autonomía, y está resuelto de manera diferente, aunque existe un lenguaje característico del creador. A diferencia de quienes repiten constantemente los elementos estilísticos en su obra y solo separan una pieza de otra, por el motivo visual o el asunto que aparece plasmado en ella, en el caso de Manuel López Oliva, él concibe la imagen como un todo. Y con la independencia dramatúrgica que pueden tener las obras de teatro de un mismo autor, o de una misma compañía de representación, aquí tampoco se repiten, por eso son distintas. La galería funciona entonces, como el ámbito donde se presenta la propuesta escénica, y cada obra en sí misma, constituye una pieza teatral fijada, visualmente, en el espacio.
Por el recorrido, quizá la creación que más resalte las muchas preocupaciones éticas y sociales del artista sea Espejo no. 2. En ella, López Oliva transforma un espejo real en una obra suya, solo mediante una resignificación, basada en haber trabajado el marco de la pieza con sus elementos visuales distintivos. El espejo se convierte, por tanto, en propiedad imaginativa del creador. En él, cada persona que se refleje en su superficie podrá advertir qué máscara lleva en ese momento. Esto hace de la pieza una suerte de reflexión espectacular, en la cual las máscaras alcanzan un carácter natural, reafirmativo, del título de la exposición. Todos, de alguna manera, vivimos dentro de un teatro abierto… No por azar la compañía Rosario Cárdenas, liderada por la propia directora, fue invitada por el creador a participar en un performance el día de la inauguración de la muestra, en la que todos los bailarines, animados con máscaras realizadas por el autor, desandaron los espacios para darle movimiento y vida a la propuesta visual.
Teatro y Máscaras
¿El teatro? Con esa facilidad de expresión característica, dijo, que realmente su segunda vocación no es la crítica de arte, es el TEATRO (y la “subrayó” en el diálogo). Lo otro fue necesidad de comunicación filosófica o socialmente con la gente. Pero el teatro, a parte de la plástica, fue lo que sentí muy adentro desde niño. “Para mí, la teatralidad es la existencia de toda la sociedad que vive en una perpetua puesta en escena, una obra de teatro —con baile, mímica—, ininterrumpida. Y logré entender que era el sistema de expresión más coherente con mis intereses, tanto pictóricos como visuales, en general”.
Él no pinta el teatro, ni pone a actuar a actores o danzarinas en un determinado escenario, sino que ve toda la realidad a través del prisma de una estructura teatral imaginaria. El teatro es para él una metáfora de la vida. Por eso existe una indirecta presencia de los acontecimientos y problemas del hombre de hoy dentro de las alusiones teatrales localizadas en los cuadros de este creador. Aunque los propios títulos nos pueden remitir a obras, partes y proyecciones de la teatralidad de todas las épocas, el espectador puede advertir similitudes con el acontecer diario, con la sicología de las gentes, e incluso con situaciones y arquetipos de la cubanía. Arte dentro de otro arte, teatro transformado en pintura, fusión de una vasta información cultural en el tejido poético de las obras, es aquello que caracteriza la dimensión universal de López Oliva como parte de los pintores cubanos de espíritu abierto y avanzado. Por sus mismas vivencias infantiles, en alguna manera marcada por la relación con los carnavales de su Manzanillo natal, López Oliva se ha visto compulsado a darle forma en sus creaciones a personajes y refranes de esas fiestas. Ello explica, quizá, la acentuada originalidad de su estilo, que si bien se ha nutrido de variadísimas corrientes del arte plástico clásico y moderno, también es deudor del arte del tejido, el bordado, el mosaico y la misma producción de adornos, muñecones y otros elementos propios del carnaval.
Luz y evocación expresionista
Puede resultar insólito que un pintor profundamente cubano y caribeño trasmita en sus realizaciones el sabor del pintor medieval y renacentista, y no pocas veces también del clasicismo y la evocación expresionista. Este es el caso de López Oliva, donde el vigor de los colores atenuados por densas atmósferas o el dibujo que se desplaza en ocasiones como un arabesco lineal, construye imágenes que se identifican con los estilos históricos mencionados, sin perder por ello su tremenda contemporaneidad.
Entre estos elementos, la luz aparece en su obra como un personaje más, es también protagonista de esas historias pictóricas. El fenómeno de la luz le ha interesado siempre, tanto en la vida física como en el paisaje. “Pero principalmente, la luz del barroco y la específica del teatro, tanto clásico como tradicional. Esa que está generada por las candilejas y por los focos colocados encima del espacio de la tramoya”. Entre los artistas que le han resultado sumamente interesante por el trabajo de la luz señaló al impresionista Degas, sobre todo la que aparece en sus lecciones de baile, así como Toulouse Lautrec en el que se observa un juego creador con la luz artificial. De Cuba señaló a Carlos Enríquez, quien logró vibraciones luminosas propias del intenso sol que nos baña, lo que provoca una leve neblina que envuelve a sus paisajes y figuras. De ahí el fenómeno de las transparencias, que es resultado de su manejo cromático de la luz. El estudio de todo esto, del claroscuro del barroco, de los efectos del blanco, que muchos pintores manieristas y barrocos utilizaban, le sirvió a López Oliva para comprender que en esas piezas que viene realizando desde el 1992, tenía que producir, en el cuadro o en el performance, un tipo especial, imaginario y tramposo efecto general de iluminación. “En mis cuadros, comenta, no hay iluminación natural, sino iluminación del teatro, que puede ser de un teatro cotidiano o romántico, como también del infierno entendido como ámbito teatral”.
En A teatro abierto, se pueden ver 13 obras (acrílicos/tela y técnica mixta/tela), que no son ilustrativas, sino que cada una funda dimensiones, lo que hace que una misma pieza pueda tener diferentes lecturas, en dependencia de lo que el espectador pueda o quiera ver en ella. Hay imágenes en las que se entremezclan signos antropológicos, históricos, contextuales, eróticos…, derivados de la misma Historia del Arte, y hasta autobiográficos. Quizá lo que pueda resultar paradójico para los que tienen un pensamiento estético engavetado o reduccionista, sea que en su obra existen declaraciones profundas sobre conflictos, dramas de la existencia en general, y sin embargo, la envoltura que es la que mira, en realidad, casi siempre es atractiva, bella, de la mano de un colorido que la torna hedonista. Pues, en López Oliva, el hedonismo NO es superficial, sino una vía sensorial y poética para atrapar al espectador, y de esta forma invitarlo a participar, de manera dialógica, de la propuesta de cada imagen.
Entre uno y otro cuadro no hay un encadenamiento de estilo, de ahí que puedan verse algunos contrastes, a veces, en la construcción de la imagen. Porque López Oliva no es un artista de estilo, sino de lenguaje. “Cada obra es un mundo, una puesta en escena, una visualización dramatúrgica”, expresó.
¿Por qué tantas costuras en las figuras? “Porque la vida está llena de costuras, después de tantos dolores uno tira un costurón y sigue andando”.
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