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0Publicado el 14 Mayo, 2020 por Mauricio Escuela en Cultura


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La peste o cuando la historia se detiene

Una ciudad, Orán, sufre el golpe de una epidemia que la trastoca y destruye, metáfora de la fragilidad de la existencia humana y de sus significados.




elboomeran.com

Por Mauricio Escuela

Albert Camus fue un filósofo raro, representa quizás la muerte de un saber que se había propuesto explicarlo todo. Para él, escritor más que nada, la ficción era la vitrina de una doctrina medular: el hombre descubre en determinado momento el absurdo de su existencia, la carencia de sentido y tiene que elegir él mismo una propia tesis dentro de ese nihilismo que lo asalta. En condiciones normales, la cotidianidad con sus tareas y banalidades esconden ese trauma filosófico, pero las alarmas suenan cuando el mundo se coloca de cabeza y tenemos delante a la muerte.

La llegada de una peste bubónica como la acontecida en la Edad Media a la ciudad argelina de Orán es el tema de una obra que le dio a Camus el pasaje al Premio Nobel: la novela La Peste. En realidad, se trata de una metáfora o pretexto para traernos el beneficio del pensamiento filosófico, dándonos la oportunidad única de, mediante la lectura, acercarnos a preguntas universales (¿quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos?). Publicado en 1947, recién concluida la Segunda Guerra Mundial, este volumen retrotrae al lector hacia un ambiente bélico, de todos contra todos, en el cual caen las columnas de humo de la vida vacía y el hombre solitario debe empezar a llenar los espacios con las sombras de su fe o el escepticismo.

Escrita en forma de diario, La Peste nos recuerda esa noción de acontecimiento que se propagara en la historiografía con autores como Michel Foucault, quien narrara en su libro Vigilar y castigar la experiencia de una peste en la Edad Media y el cómo ello se convertía, a la vez que en el motor que muestra las interioridades del hombre real, en una luz que evidencia el control de las sociedades por parte de los aparatos disciplinarios. De tal manera, la peste es el sueño del poder contra el individuo. Un acontecimiento es, según se conoce por la escuela que lo definió en el siglo pasado, algo que no encaja en el devenir de la historia con sentido, de aquel telos hegeliano marxista que iba hacia un lugar, ya fuese de emancipación o finalidad. La peste, como interrupción de la vida, como parada en medio de los significados, es una especie de vacío que a la vez contradice las tesis de cualquier filosofía o sistema político. El poder debe reaccionar con violencia ante el caos que ello presupone en las masas, las cuales de pronto no tienen hacia dónde voltear una mirada que se les repleta de calamidades.

En la novela, el Doctor Rieux es quien escribe el diario, cosa que no se sabe hasta el final, lo cual mantiene al lector en un aliento casi terrorífico, por el tono con que ese anónimo asume las descripciones filosóficas del acontecimiento, de la historia sin sentido que, para el filósofo Camus, es la única real. No hay una consecución de hechos, no existe un hilo de Ariadna que nos guíe hacia una especie de fin glorioso. No, lo que el hombre halla cuando se asoma al abismo es solo abismo. Y el autor allí nos narra el intríngulis de una obra que, en las figuras del médico Rieux y del historiador Tarrou, tiene los dos arquetipos de intelectuales modernos e incapaces de hacerle frente a una realidad que avasalla, que triunfa por encima de ellos, dejándolos en la impotencia de documentar la derrota. En el caso del historiador, además de algún que otro ensayo donde se propone la disección del sinsentido, queda solo la asunción del encierro y la violencia, la carencia de sentimientos palpables en la gente. El humanista Tarrou, no obstante, declara “El sufrimiento de los niños es nuestro pan amargo, pero sin ese pan nuestras almas perecerían de hambre espiritual”. De tal manera, solo a través de esa muerte hay un significado, una lucha por hallar una santidad no ya del otro mundo, sino sacrificando la carne propia para que otros, más inocentes, alarguen su vida o tengan la asistencia más humana posible mientras la pierden. La gloria del hombre se alza en ese momento de soledad, en el cual se ve, en el otro, a un hermano y se le quiere como a uno mismo.

La muerte hermana, iguala, nos acerca, es la gran niveladora de la historia. Es la nada lo común para todos. Pero a ese humanismo se llega mediante el dolor exclusivamente, no hay ensayo ni teoría de la modernidad que nos comunique de tal manera profunda y veraz. La gente en la novela pasa de la indiferencia ante la peste al terror aun cuando, en las páginas finales, ya desaparecida la enfermedad, se torna a la vida normal. Lo que nos queda de todo el episodio, en palabras de Rieux es el conocimiento y el recuerdo, no hay un tiempo ganado, todo lo demás se pierde e incluso pudiera volver a ocurrir sin otra respuesta que el mismo dolor, la misma incertidumbre. El hombre es un absurdo que está condenado a cargar con una piedra hasta el borde del abismo.

La peste de Albert Camus mantiene su vigencia en tiempos pandémicos, en los cuales se expande la noción humanista más dura, aquella que pasa por encima de las academias y que se define en la famosa sentencia: ser o no ser. No más hay opciones y la gente se descubre como lo que siempre fue, ya un héroe, ya un villano. Hay que elegir y ello supone un golpe a lo que creemos una máscara infalible de hipocresía y falsa sociedad. No poca gente en los tiempos hoy corrientes elige el camino del villano, sin darse cuenta quizás que, como en la obra camusiana, la peste no hace distingos ni avisa ya que, como verdadero acontecimiento, como historia real, aparece para todos, colocando indistintamente a los individuos.

No hay un sentido de los hechos, ni un hilo, pero Camus nos deja que, en la aceptación de la dureza de los acontecimientos, en su estudio, en la solidaridad que ello nos engendra, podremos como hombres encontrarnos de nuevo, mirarnos a los rostros para que no haya mayores diferencias entre los miembros de la especie que aquellos rasgos naturales, ya del físico o del carácter, y que ello no presuponga desigualdades de derechos a la vida y la felicidad. La peste no es en definitiva solo una dolencia, sino una pregunta irrenunciable, que nos asalta, que llena la ciudad de ratas muertas una mañana como aviso de que el acontecimiento viene y que como de costumbre no estamos listos. Tal filosofía nos la comunica Camus con la sutileza de las grandes palabras, en tanto durante la epidemia nadie se atreve a hablar de Dios, al menos no en el sentido de una llegada sobrenatural. Si bien el hombre rescata lo divino que hay dentro.

A la altura del nuevo siglo, cuando se viven tiempos que hacen recordar la obra camusiana, esa gran voz, la del médico Rieux, suena en los pasillos de los hospitales y en los callejones y casas infestados de la peste: “En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Sí, se ha llegado a las puertas del acontecimiento, la historia vuelve a detenerse.

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