Manzanillo, Granma.–«Cabe la posibilidad de que aquella movilización del 22 de noviembre no fuera el primer trabajo voluntario y, por tanto, que la foto de aficionado que tiré ese día quizá no sea tampoco la primera en reflejar ese tipo de aporte colectivo».
A los 82 años de edad, el manzanillero Ramón Sánchez Parra hace preceder su testimonio de un par de las virtudes que marcaron su ruta por la vida: la humildad personal y el afán periodístico de procurar la más estricta verdad.
Reportero cultivado en la cercanía progresiva al oficio –primero repartidor de periódicos, luego obrero tipográfico y después periodista en condición–, Sánchez Parra intenta, aún después de tantos años de confirmaciones históricas, sacudirse de cualquier vanagloria que represente la autoría de una foto al Che, a la vez que invoca la posibilidad de otros trabajos voluntarios anteriores, fundamentados en uno de los libros del intelectual español-mexicano Paco Taibo II.
Su relato, sin embargo, de aquello que acontecía en el momento justo en que disparó el obturador, ofrece un elemento contundente sobre por qué ese día marcó un hito la institución del trabajo voluntario como una revolucionaria forma, organizada y consciente, de generar beneficios colectivos con el aporte laboral no remunerado.
«A poco de llegar a la zona donde yo me encontraba, y abriéndose paso entre la multitud aglomerada para ver al comandante argentino-cubano, el Che se encaramó en la cama de un camión, acompañado del también comandante Manuel “Piti” Fajardo, y comenzó a explicar, a manera de concepto, que aquel tipo de labor creadora entre todos se revertiría en beneficios para el pueblo y no para enriquecer a un patrón, como antes. Ahí fue cuando tomé la foto».
Ya era un hecho la construcción en curso de lo que sería la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos –apenas 24 días atrás había desaparecido en el mar el carismático comandante y, por tanto, quizá sería muy pronto para la decisión de denominarla con su nombre–.
La imponente obra social, concebida por Fidel para acoger y proveer de educación a unos 20 000 niños de la Sierra Maestra, entre ellos hijos y nietos de mártires de la cruzada guerrillera, se emprendió con los propios combatientes del Ejército Rebelde; pero las dimensiones colosales del proyecto, más la urgencia de activar lo más pronto posible las primeras aulas, promovió esta idea magistral de Ernesto Guevara, quien para el domingo 22 de noviembre de 1959 convocó la marea humana que allí se vio.
El propio Sánchez Parra fue de los que madrugó a fin de encaramarse en uno de los camiones de la caravana que partió de Manzanillo rumbo a El Caney de las Mercedes, en la precordillera de la Maestra.
No era periodista todavía, aunque la misma curiosidad innata por los hechos trascendentales del momento lo empujó a ser testigo de la ocasión histórica, y a procurarle un valioso contenido a la pequeña camarita Kodak, comprada con los sudados ahorros de él y de su amigo Antonio.
«Solo la casualidad hizo que al llegar me bajara en el mismo lugar donde el Che se detuvo a hacer aquella reflexión. Fue pura coincidencia. Claro, una coincidencia que agradezco, no por la foto, que se conoció muchos años después, sino por la oportunidad que me dio de asistir al nacimiento de una de las tantas nobles creaciones revolucionarias a muy poco del triunfo de los barbudos de Fidel».
Los recuerdos de Ramón enfatizan lo rápido del intercambio, «porque aquí se vino a trabajar», de cómo al terminar de hablar el Che invitó al grupo a seguirlo a la cantera, que fue el primero en coger una mandarria y empezar a picar piedras, de lo asombroso de su capacidad física para hacer cualquier tipo de trabajo durante horas, sin permitir, con su ejemplo arrollador, espacios para la pérdida de tiempo.
Los detalles traídos al presente por el periodista ya jubilado, atizan en el entrevistador las vivencias contadas años atrás por otros privilegiados del momento, como el viejo zapatero Jesús Vidal, o la combatiente Caridad Pantoja.
Jesús refirió entonces el interés especial manifestado por el Che, de convocar en masa a los «tirapiedras manzanilleros», como era conocido el gremio de los zapateros, legendarios por su coraje huelguístico y de enfrentamiento abierto a los guardias de la dictadura.
Contaba Jesús, una década atrás, cómo no faltaron ni a ese domingo ni a los domingos posteriores en que se movilizaron a la Ciudad Escolar, de las varias veces que vio al Che en ajetreo permanente, sin camisa, sudoroso, y de la gente que se acercaba sigilosamente para verlo «sin que se diera cuenta, claro, porque era recio con eso».
Caridad Pantoja conoció bien esa faceta del hombre duro en el rechazo a la adulación. Como parte de las Unidades Femeninas Revolucionarias, ella estaba muy cerquita del lugar donde aterrizó el helicóptero del Che, y al asomarse este a la escalerilla, detrás de Piti Fajardo, corrió en el tropel de muchachas que lo rodearon enseguida, gritando su sobrenombre.
En la entrevista a este redactor, publicada antes, Caridad grafica aquel capítulo del 22 de noviembre: «Ya alrededor de él, una mirada penetrante y recia paró en seco la carrera, enmudeciéndonos a todas. Yo quedé petrificada casi ante sus ojos.
–¿Y ustedes han abandonado el trabajo para venir a ver un hombre?– dijo molesto.
Del silencio general surgió entonces la respuesta de la siempre muy valiente y franca Elvira Ortiz, combatiente de la clandestinidad y en ese momento ideológica de la organización femenina en la región de Manzanillo.
–Comandante, no cualquier hombre es capaz de venir a una patria que no es la suya, a arriesgar su vida por otros.
–Ay viejita, –respondió cariñosamente el Che, endulzando la mirada– mira que tú eres adulona de estas muchachas.
–Además, comandante, –replicó Elvira– aquí nosotras vinimos a trabajar.
–Entonces, concluyó el líder, si son tan buenas como tú dices, ¡pa´lante, che, vamos, que el que no trabaja no come!
***
Mucho después, ya en el pleno ejercicio periodístico, Ramón Sánchez Parra entendió el valor sin revelar del instante que perpetuó con su pequeña camarita Kodak.
Como homenaje distante al comandante coterráneo Piti Fajardo, caído en la lucha contra bandidos en el Escambray, la había enviado impresa a La Habana, a la doctora Francisca Rivero, madre del héroe, y solo ante el interés de Walfrido La O, dirigente partidista en Oriente, comunicó su destino, y empezó a conocerse y publicarse.
Pero él, en su humildad, insiste en desprenderse de cualquier tipo de trascendencia, y se yergue, mejor, sobre el criterio que apuntala que es verdad que la foto enriquece la memoria histórica y da fe gráfica de un instante fundacional; pero que, sin embargo, el mayor homenaje a la creatividad del Che consiste en perpetuar con acciones su ejemplo, como este de movilizar la voluntad y la conciencia revolucionaria verdadera en esa especie de trabajo de horas extra que solo tiene, como pago, la satisfacción del beneficio colectivo.
A los 82 años de edad, el manzanillero Ramón Sánchez Parra hace preceder su testimonio de un par de las virtudes que marcaron su ruta por la vida: la humildad personal y el afán periodístico de procurar la más estricta verdad.
Reportero cultivado en la cercanía progresiva al oficio –primero repartidor de periódicos, luego obrero tipográfico y después periodista en condición–, Sánchez Parra intenta, aún después de tantos años de confirmaciones históricas, sacudirse de cualquier vanagloria que represente la autoría de una foto al Che, a la vez que invoca la posibilidad de otros trabajos voluntarios anteriores, fundamentados en uno de los libros del intelectual español-mexicano Paco Taibo II.
Su relato, sin embargo, de aquello que acontecía en el momento justo en que disparó el obturador, ofrece un elemento contundente sobre por qué ese día marcó un hito la institución del trabajo voluntario como una revolucionaria forma, organizada y consciente, de generar beneficios colectivos con el aporte laboral no remunerado.
«A poco de llegar a la zona donde yo me encontraba, y abriéndose paso entre la multitud aglomerada para ver al comandante argentino-cubano, el Che se encaramó en la cama de un camión, acompañado del también comandante Manuel “Piti” Fajardo, y comenzó a explicar, a manera de concepto, que aquel tipo de labor creadora entre todos se revertiría en beneficios para el pueblo y no para enriquecer a un patrón, como antes. Ahí fue cuando tomé la foto».
Ya era un hecho la construcción en curso de lo que sería la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos –apenas 24 días atrás había desaparecido en el mar el carismático comandante y, por tanto, quizá sería muy pronto para la decisión de denominarla con su nombre–.
La imponente obra social, concebida por Fidel para acoger y proveer de educación a unos 20 000 niños de la Sierra Maestra, entre ellos hijos y nietos de mártires de la cruzada guerrillera, se emprendió con los propios combatientes del Ejército Rebelde; pero las dimensiones colosales del proyecto, más la urgencia de activar lo más pronto posible las primeras aulas, promovió esta idea magistral de Ernesto Guevara, quien para el domingo 22 de noviembre de 1959 convocó la marea humana que allí se vio.
El propio Sánchez Parra fue de los que madrugó a fin de encaramarse en uno de los camiones de la caravana que partió de Manzanillo rumbo a El Caney de las Mercedes, en la precordillera de la Maestra.
No era periodista todavía, aunque la misma curiosidad innata por los hechos trascendentales del momento lo empujó a ser testigo de la ocasión histórica, y a procurarle un valioso contenido a la pequeña camarita Kodak, comprada con los sudados ahorros de él y de su amigo Antonio.
«Solo la casualidad hizo que al llegar me bajara en el mismo lugar donde el Che se detuvo a hacer aquella reflexión. Fue pura coincidencia. Claro, una coincidencia que agradezco, no por la foto, que se conoció muchos años después, sino por la oportunidad que me dio de asistir al nacimiento de una de las tantas nobles creaciones revolucionarias a muy poco del triunfo de los barbudos de Fidel».
Los recuerdos de Ramón enfatizan lo rápido del intercambio, «porque aquí se vino a trabajar», de cómo al terminar de hablar el Che invitó al grupo a seguirlo a la cantera, que fue el primero en coger una mandarria y empezar a picar piedras, de lo asombroso de su capacidad física para hacer cualquier tipo de trabajo durante horas, sin permitir, con su ejemplo arrollador, espacios para la pérdida de tiempo.
Los detalles traídos al presente por el periodista ya jubilado, atizan en el entrevistador las vivencias contadas años atrás por otros privilegiados del momento, como el viejo zapatero Jesús Vidal, o la combatiente Caridad Pantoja.
Jesús refirió entonces el interés especial manifestado por el Che, de convocar en masa a los «tirapiedras manzanilleros», como era conocido el gremio de los zapateros, legendarios por su coraje huelguístico y de enfrentamiento abierto a los guardias de la dictadura.
Contaba Jesús, una década atrás, cómo no faltaron ni a ese domingo ni a los domingos posteriores en que se movilizaron a la Ciudad Escolar, de las varias veces que vio al Che en ajetreo permanente, sin camisa, sudoroso, y de la gente que se acercaba sigilosamente para verlo «sin que se diera cuenta, claro, porque era recio con eso».
Caridad Pantoja conoció bien esa faceta del hombre duro en el rechazo a la adulación. Como parte de las Unidades Femeninas Revolucionarias, ella estaba muy cerquita del lugar donde aterrizó el helicóptero del Che, y al asomarse este a la escalerilla, detrás de Piti Fajardo, corrió en el tropel de muchachas que lo rodearon enseguida, gritando su sobrenombre.
En la entrevista a este redactor, publicada antes, Caridad grafica aquel capítulo del 22 de noviembre: «Ya alrededor de él, una mirada penetrante y recia paró en seco la carrera, enmudeciéndonos a todas. Yo quedé petrificada casi ante sus ojos.
–¿Y ustedes han abandonado el trabajo para venir a ver un hombre?– dijo molesto.
Del silencio general surgió entonces la respuesta de la siempre muy valiente y franca Elvira Ortiz, combatiente de la clandestinidad y en ese momento ideológica de la organización femenina en la región de Manzanillo.
–Comandante, no cualquier hombre es capaz de venir a una patria que no es la suya, a arriesgar su vida por otros.
–Ay viejita, –respondió cariñosamente el Che, endulzando la mirada– mira que tú eres adulona de estas muchachas.
–Además, comandante, –replicó Elvira– aquí nosotras vinimos a trabajar.
–Entonces, concluyó el líder, si son tan buenas como tú dices, ¡pa´lante, che, vamos, que el que no trabaja no come!
***
Mucho después, ya en el pleno ejercicio periodístico, Ramón Sánchez Parra entendió el valor sin revelar del instante que perpetuó con su pequeña camarita Kodak.
Como homenaje distante al comandante coterráneo Piti Fajardo, caído en la lucha contra bandidos en el Escambray, la había enviado impresa a La Habana, a la doctora Francisca Rivero, madre del héroe, y solo ante el interés de Walfrido La O, dirigente partidista en Oriente, comunicó su destino, y empezó a conocerse y publicarse.
Pero él, en su humildad, insiste en desprenderse de cualquier tipo de trascendencia, y se yergue, mejor, sobre el criterio que apuntala que es verdad que la foto enriquece la memoria histórica y da fe gráfica de un instante fundacional; pero que, sin embargo, el mayor homenaje a la creatividad del Che consiste en perpetuar con acciones su ejemplo, como este de movilizar la voluntad y la conciencia revolucionaria verdadera en esa especie de trabajo de horas extra que solo tiene, como pago, la satisfacción del beneficio colectivo.
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