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CUMBRE DEL G-7
El verdadero punto de partida
¿Se levantaron las banderas de la igualdad? Ese era el propósito manifiesto de la convocatoria a la 45ta edición, donde las naciones desarrolladas se suponía iban a favorecer las aspiraciones de los pueblos del mundo en una mejor y más sana vida. Pero hace mucho, si es que acaso ocurrió en algún momento de la historia, las principales economías del planeta solo se miran el ombligo.
En la última década los encuentros internacionales se caracterizan por las rivalidades geopolíticas y por los protagonismos de los dignatarios. Donald Trump es campeón en tales exhibicionismos. La cita de Biarritz, Francia, confirmó esa tendencia, aunque en esta oportunidad fue más comedido e incluso aprobó la declaración final. Actitud diferente a la del año pasado en Canadá, donde dio un portazo al entendimiento multilateral.
Y si bien los reunidos dieron luz verde a un desembolso millonario de ayuda para frenar los incendios en la Amazonía, este fue ridículo si se le compara con los enormes daños ambientales, así que el saldo sigue estando en los efectismos más que en la búsqueda de soluciones definitivas a la caótica situación planetaria.
Sirvió además para que el anfitrión, el presidente Enmanuel Macron luciera las habilidades de la vieja escuela parisina de la alta diplomacia, hace tiempo en entredicho por el auge de Moscú y sus victorias en Siria. Por un momento pareció que Francia y USA habían bifurcado los caminos a partir del anuncio de Macron de imponer aranceles a las compañías tecnológicas estadounidenses, lo cual provocó el chovinismo de Trump al decir despectivamente que el vino americano es mejor que el francés…
Pero con suma habilidad el mandatario galo declaró en Biarritz tener plena confianza en que “la disputa sobre el nuevo impuesto digital pueda resolverse por la vía de un reglamento internacional en el marco de la OCDE en 2020”.
No se quedó solo en el plano bilateral. Fue más allá: en el marco del G-7, invitó al canciller iraní, Yavad Zarif, como un primer paso propiciatorio de un diálogo con Trump. El gesto ha sido interpretado como un guiño al presidente yanqui más que una defensa a los intereses europeos en el acuerdo nuclear con los persas. Ni corto ni perezoso, el inquilino de la Casa Blanca calificó al anfitrión de “líder político notable”. Al final no se produjo la esperada entrevista conciliatoria ni tan siquiera el anuncio de una para el futuro inmediato.
Sin embargo, la “iniciativa macronina” le dio un aparente aire de democracia, refutado por los movimientos anti Cumbre. Sus lemas contra el sistema condicionaron el despliegue de 13 000 policías, protectores del gran capital y de los poderosos. Christian Rodríguez, dirigente de Francia Insumisa, manifestó a Prensa Latina que el G-7 es un grupo que actúa de manera completamente paralela a la legalidad de la ONU, y que por tanto sus acciones niegan a la verdadera comunidad mundial.
Los líderes de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, de proponérselo, podrían solucionar el cúmulo de problemas, pero para eso deberían renunciar a la naturaleza misma del capitalismo, que amenaza incluso con llevarlos a una nueva gran recesión y que constituye el origen de las desigualdades, hijas de las guerras, la destrucción de la naturaleza y las crisis económicas y migratorias.
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