mercredi 17 octobre 2018

Las palabras no van a desaparecer

«La persona que amas puede desaparecer… pero los dinosaurios van a desaparecer». Charly García
Lucila Pagliai afirma que Walsh amaba y creía en la palabra como instrumento para la acción política. Foto: YEILÉN DELGADO CALVO

«Es una relación de abuelo y nieta. Habrá visto lo que hay entre nosotros, los gestos de cariño. Hay 23 años de vacío. No la vi crecer, nunca me dijo “abuelo”», así le contestó Juan Gelman, con las palabras exactas para explicar un hondo episodio de dolor, a un periodista que indagaba sobre los lazos entre el escritor y su nieta recién hallada.
En plena dictadura militar argentina, Gelman permanecía en el exilio para salvar su vida; y los represores encontraron la manera de castigarlo con algo peor que la muerte.
Su hija, su hijo y su nuera embarazada resultaron las víctimas de una jauría siempre sedienta que los arrancó de casa. La primera fue liberada, pero la pareja jamás volvió. Se convirtieron en «desaparecidos».
El cadáver del hijo de Gelman apareció años después dentro de un barril lleno de cemento; asesinado con un disparo en la nuca. Tras extensas indagaciones, se supo que su mujer había sido trasladada, como parte del Plan Cóndor, a Uruguay. Allá la mantuvieron con vida hasta el parto, y regalaron a la niña. Del cuerpo de la madre, una muchacha que apenas rondaba los 20 años, nada se sabe.
Macarena descubrió quién era realmente a los 23 años, y desde entonces comenzó el camino de conocer a una familia que siempre la añoró a pesar de no conocer su rostro.
Hoy pueden leerse varios artículos sobre esta historia, pero hubo una época en que reportarla, u otras similares, equivalía a una segura sentencia de muerte.
Sin embargo, en medio del pánico por una masacre social sistemática, la Agencia Clandestina de Noticias dedicaba sus cables a denunciar la tortura, el asesinato, la aplicación mentirosa de la ley de fuga, la reducción a la inactividad por miedo: «… un grupo de individuos encapuchados que se identificaron como policías, irrumpían en el domicilio de los hijos del periodista y poeta Juan Gelman –actualmente en Italia– secuestrando a ambos: Marcelo, de 20 años, y Elvira de 18; junto con ella se llevaron a la esposa del primero, que está embarazada de siete meses».
Así se relata en uno de los más de 200 cables producidos por la Agencia durante casi un año, y que pueden leerse en Ancla, Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina 1976-1977 (Editorial Pablo de la Torriente, 2014).
De visita por Cuba, una pareja de amigos argentinos encontró el libro en una de nuestras librerías e insistió en regalármelo. Durante una tarde entera, me hablaron de Walsh y de la rabia acumulada en todos los que en su país sueñan con un mañana diferente, y deben convivir con la herida abierta de la dictadura y también con quienes anhelan «que vuelvan los militares», para callar a los revoltosos, a los pobres, a los diferentes.
Después de leerme el texto, originalmente compilado por Ejercitar la Memoria Editores, entendí más esa frustración por la bestialidad impune y reafirmé lo rotundo de la palabra como instrumento de lucha y de verdad.
Ancla fue un proyecto que terminó con muerte, desapariciones y exilio, pero mientras duró «cuatro personas, cuatro máquinas de escribir y un mimeógrafo abrieron los ojos del mundo al horror», declara la nota de los editores.
Rodolfo Walsh, Lila Pastoriza, Lucila Pagliai y Carlos Aznárez dieron cuerpo al propósito de informar a Argentina y al mundo de la inhumanidad que electrocutaba, violaba mujeres con embarazos a término, robaba las casas de los detenidos…
Walsh, para entonces un escritor reconocido –y uno de los fundadores de Prensa Latina– renunció a su firma para convertirse en un soldado más.
Animaba a contrastar fuentes, a olfatear tras los datos en apariencia intrascendentes; y a estimular la participación popular en la información, como parte del periodismo clandestino.
«Ese hombre enjuto pero movedizo, cerebral pero a la vez dicharachero, brillante pero también dotado de una humildad que casi siempre nos dejaba perplejos (… ) parió entonces un instrumento que sirvió para romper el muro de silencio que nos quería imponer la dictadura, y además, supo vencer el discurso del terror», dice Carlos Aznárez.
Ese periodismo insurgente cumplió con creces sus propósitos, no solo porque sembró la perplejidad y la desconfianza entre las propias filas de los represores, que por mucho tiempo no imaginaron quién estaba detrás de las noticias; sino porque el estilo sobrio, eminentemente informativo, con el que denunciaron las barbaridades más impensables, contribuyó a mostrarlas en toda su crudeza.
Al final del libro, estremecen dos documentos firmados por Walsh: Carta a mis amigos, donde habla sobre la muerte de su hija en un enfrentamiento con los militares, y Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, en la que hace un balance de todos los saldos de la represión para el país.

Pero más triste aún es leer en el medido estilo de la agencia que él creó y para la que escribió, el cable que lo revela como otro desaparecido más: «Fuentes allegadas a sus familiares, informaron a esta agencia que el día viernes 25 de marzo fue secuestrado el escritor y periodista Rodolfo J. Walsh».
Walsh fue asesinado en la Escuela de Mecánica de la Armada, pero tenía razón en su apuesta total por el periodismo. Las denuncias de Ancla siguen funcionando décadas después y hacen tan imposibles el perdón, como el olvido.

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