jeudi 1 mars 2018

Muere Umberto Eco, el sabio que llegó al público

El semiólogo, autor de medio centenar de ensayos sobre múltiples temas, impulsó

el placer de la lectura a 30 millones de personas con ‘El nombre de la rosa’


Umberto Eco, en la Universidad de Burgos, en 2013. / REUTERS-QUALITY

Odiaba los lugares comunes y las frases hechas, y tal vez para evitar las inevitables —“Italia está de luto”, “Ahora somos más pobres”, “El hombre que lo sabía todo”—, el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco dispuso que la noticia de su muerte, acaecida la noche del viernes a los 84 años en su casa de Milán, fuese acompañada por la de la publicación de un nuevo libro, como una invitación a recoger el testigo de su mirada crítica, a veces divertida y a veces voraz, de ese ensayo del mundo que es Italia. “A la hora de su muerte”, dijo el editor Mario Andreose tras dar el pésame a su familia, “los deseos de Eco eran coherentes con su vida profundamente laica”. Su despedida, por tanto, se celebrará el martes en un acto civil en el Castello Sforzesco, una joya arquitéctonica del siglo XV que el autor de El nombre de la rosa (vendió 30 millones de ejemplares) y El péndulo de Foucault podía ver desde la ventana de su casa.

A la mañana siguiente de conocerse la noticia, los alumnos de Eco se acercaron a la plaza Castello para, silenciosamente, dejar rosas blancas bajo la casa de un maestro que, como escribe Juan Cruz, “era un sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir aprendiendo”. Esa es la clave. Umberto Eco nunca atropelló a nadie con su infinita sabiduría. De ahí que, de todos los artículos laudatorios que publica la prensa italiana, tal vez el que menos chirría con el carácter de Il Professore sea el del periodista Gianni Rotta en La Stampa de Turín: “Filósofo, padre de la semiótica, escritor, profesor universitario, periodista, experto en libros antiguos: en cada una de sus almas Umberto Eco era una estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás Eco exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado de haber publicado best sellers como El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault. Umberto Eco reía, se informaba de las novedades y —encendiendo un cigarro— contaba la última broma antes de presentar una nueva teoría lingüística”. Ese, y muchos otros, era el intelectual que ahora despide Italia.

Abandono de la fe

Hijo de comerciantes, Umberto Eco nació en la ciudad piamontesa de Alessandria en 1932. Formó parte activa de los movimientos juveniles de Acción Católica, estudió Filosofía en Turín y se doctoró en 1954 con una tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, quien, según publicó entonces en una nota irónica, tuvo mucho que ver con su descreimiento progresivo y su abandono final de la Iglesia católica. Aquella nota rezaba: “Se puede decir que él, Tomás de Aquino, me haya curado milagrosamente de la fe”. Tras doctorarse, Eco se estableció en Milán, participó en un concurso de la RAI —la televisión pública italiana— que venció y que lo convirtió en compañero del periodista Furio Colombo y del filósofo Gianni Vattimo en una aventura siempre enfocada a difundir el mundo de la cultura.
A sus coetáneos les asombraba, como subraya Gianni Rotta, que “un semiólogo, un crítico, todo un filósofo, se ocupase de cómics, o que un profesor predicase que, para entender la cultura de masa, antes hay que amarla, que no se puede escribir un ensayo sobre las máquinas flipper sin haber jugado con ellas”. Durante los años sesenta trabajó como profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el Grupo 63, publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación. Entre estos ensayos los más conocidos son Apocalípticos e integrados y Obra abierta. El semiólogo también fue catedrático de Filosofía en Bolonia, en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetivo es difundir la cultura entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fue fundador de la Asociación Nacional de Semiótica, de la que aún era su secretario.

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